<<Nos han prometido, como indemnización, la justicia de la Historia. Se parece un poco al paraíso católico, que sirve para que los miserables cándidos que se mueren de hambre en esta Tierra no se impacienten. Sufrid, hermanos, comed vuestro pan seco, acostaos en la dura piedra mientras los afortunados de este mundo duermen sobre plumas y se alimentan de exquisiteces. Dejad también que los malvados ocupen los altos cargos mientras a vosotros, los justos, os empujan hacia el arroyo. Dicen también que, cuando todos hayamos muerto, las estatuas serán para nosotros. Por mí, de acuerdo; pero espero que la revancha de la Historia sea más seria que las delicias del paraíso. No obstante, me hubiera gustado ver un poco de justicia en este mundo…>>
Emile Zola: Yo acuso.
En alguna ocasión, me he preguntado por qué el cine francés de posguerra y de los años que la siguieron, incluso tras la irrupción de la nueva ola (suma de una diversidad cinematográfica que, en busca de la modernidad defendida y pretendida por sus miembros, escogía el yo subjetivo), no miró con ojo crítico las decisiones y la intervención de sus líderes nacionales (y de sus gentes) antes y durante la Segunda Guerra Mundial, como sí hicieron las cinematografías japonesa e italiana. Quizá la transalpina, debido al carácter y a la necesidad de hablar claro de sus intelectuales y cineastas tras dos décadas de mordaza, así como a la democracia y a la libertad de expresión recién adquiridas después de veinte años de fascismo, fuese, desde una perspectiva comprometida y social, la más incisiva y reveladora del cine europeo de entonces. ¿Por qué no lo creía necesario el cine francés, si había recuperado su libertad, oficialmente perdida con la firma del armisticio que rendía Francia al dictador nazi? ¿Le era prioritario reconstruir la industria con películas que no hurgasen en la herida? ¿Creía que Francia tenía la conciencia tranquila o que se avergonzaba de algo que era mejor no remover para seguir soñando ser la cuna y el faro de la fantasía igualdad, fraternidad y libertad? Supongo que habría ganas de dejar atrás el pasado inmediato; la mayoría por el dolor sufrido y otros por olvidar sus actos. Así <<lo anecdótico primó sobre lo auténtico, la épica novelesca sobre el documento vivo>> (1)
Por otra parte, cabe la sospecha de que a los vencedores se le exime (ayer, hoy y probablemente mañana) de enfrentarse a los desmanes cometidos durante los periodos bélicos, que en suelo francés fue mayoritariamente un periodo de ocupación, pero también de colaboración por parte de las autoridades —los anónimos que buscaban sobrevivir o beneficiarse son otro asunto—. Esto viene a la “razón de Estado” señalada por Costa-Gavras y Jorge Semprún en Sección especial (Section spéciale, 1975), la adaptación cinematográfica del libro de Hervé Villeré. Es la “razón” que se impone, la que tapa y olvida sus atropellos de Estado, como el expuesto a lo largo de la película. Solo hay que recordar que tras la guerra nadie juzgó los abusos de Stalin fuera y dentro de sus fronteras —la matanza de Katyn (Polonia) o la política mortal de no retroceder en la batalla de Stalingrado, por ejemplo—, más bien se le deificó, cuando, en realidad, fue la entrega de los suyos (y la megalomanía de Hitler) la que salvó a la Unión Soviética y permitió avanzar hacia Berlín; o las miles de toneladas de bombas aliadas arrojadas sobre suelo urbano alemán sin valor estratégico ni militar (algo similar a lo hecho por la aviación alemana en Guernica durante la guerra civil española, tampoco entonces se juzgó el acto), para apurar la guerra y tal vez como represalia al terror nazi, quizá para amedrentar y forzar a la población a la rebelión; algo impensable para los civiles, víctimas de sí mismos, de sus líderes y de la aviación aliada. En este aspecto, la realidad de la posguerra siempre ha sido la misma y nada apunta que vaya a cambiar; ¿verdad, monsieur Verdoux? No se juzga una razón de Estado, ni al vencedor, solo al derrotado o a cabezas de turco como Dreyfus o los acusados del film de Costa-Gavras.
No tengo la respuesta, solo me hago ideas que me guardo. Supongo que hay ensayos y otros ejercicios sobre el tema que respondan interrogantes o lo intenten. Mismamente, en su Francia: reivindicación de la qualité, (2) Marcel Ons apunta <<que hubo que esperar algunos años para que esta página de la historia de Francia fuera abordada con toda la lucidez que precisaba la necesaria desmitificación retrasada continuamente por otros imperativos.>> Debido a ese continuo retraso, fruto de imperativos como la guerra de Indochina o la de Argelia, pero también la negativa del propio público a hurgar en el pasado inmediato, en el cine francés de los años que siguieron a la II Guerra Mundial fueron pocos los que abordaron el antisemitismo de Vichy, pero que ya había apuntado el siglo anterior, como confirma el “caso Dreyfus” denunciado por Zola en Yo acuso. Dicho antisemitismo es uno de los temas principales de Claude Berri en El viejo y el niño (Le vieil homme et l’enfant, 1967), del estadounidense Joseph Losey en El otro señor Klein (Mr. Klein, 1976), de Louis Malle en Adiós, muchachos (Au revoir les enfants, 1987) o del ruso Andrey Konchalovsky en Paraíso (Pan, 2016). Tampoco el colaboracionismo fue tema frecuente, ni destapar formas de terror de Estado como la apuntada por Costa-Gavras en esta coproducción italiana, suiza y alemana occidental rodada en 1975, veinticuatro años después de los hechos que narra. Pero no solo ha sido poco frecuentado el periodo de ocupación, al menos con una intención de señalar ya no heroicidades o soledades, sino el comportamiento tanto del gobierno colaboracionista como de parte de la población —a lo sumo la reacción de las masas tras la liberación, como sucede en los recuerdos de Nevers en Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959)—. Tampoco suele hablarse de otros momentos históricos del siglo XX, de decisiones como las tomadas previo a la Segunda Guerra Mundial o las relacionadas con el conflicto argelino apuntado de refilón por Godard en El soldadito (Le petit soldat, 1960). Habría que esperar a la Ítalo-argelina La batalla de Argel (La battaglia di Algeri, Gillo Pontecorvo, 1965), que fue la que mejor lo expuso por entonces. Ya en la década siguiente, Jacques Perrin (productor de Sección especial) produjo el documental La guerre d’Algerie (Yves Courrière y Philippe Monnier, 1972); y en La guerra sin nombre (La guerre sans nom, 1992), Bertrand Tavernier entrevistó a veteranos y documentó una guerra de la que apenas se habló. Me he desviado del periodo de ocupación y de que apenas hay films que se centren en las decisiones del gobierno francés, sí hay, por ejemplo, sobre la resistencia, entre ellas La batalla del raíl (La bataille du rail, René Clement, 1945) y El ejército de las sombras (L’armee des ombres, Jean-Pierre Melville, 1969); pero es Sección especial la que critica la “razón de Estado” y reconstruye cinematográfica un hecho puntual que desvela la política colaboracionista de un periodo más amplio que la semana en la que Costa-Gavras desarrolla su película, como apunto arriba basada en el libro de Hervé Villeré, que fue adaptado por el propio director y por Jorge Semprún, quien también se encargó de escribir los diálogos. Es evidente que el cine de Costa-Gavras se beneficia con su encuentro con Semprún, añade la perspectiva histórica, la memoria de quien vivió parte de los grandes acontecimientos del siglo XX europeo; incluso de ese periodo de ocupación durante el cual formó parte de la resistencia antes de ser arrestado, interrogado y enviado a Buchenwald. No sería descabellado señalar Z (1969) como un punto de origen para el cine político que se desarrolló en la década de 1970, un cine combativo y de denuncia en el que Costa-Gavras y Semprún fueron abanderados. Sección especial es otra espléndida muestra…
El asesinato de un oficial de la marina alemana, a manos de un grupo de jóvenes comunistas que deciden luchar contra la ocupación, provoca que el gobierno de Vichy intervenga, según se justifican, para evitar males mayores. Dicen que así evitarán la muerte de cien franceses (algo que tampoco está claro), pero todo apunta que las represalias que pretenden evitar son las que podrían hacer peligrar su poder (o el espejismo de este). Eso es lo que parecen temer, la pérdida de poder, el que Hitler les ha permitido. Para ello, el ministro de interior (Michael Lonsdale) decide sacar adelante una ley retroactiva que le permite condenar a muerte a seis presos (el mismo numero exigido por la marina alemana) que nada tienen que ver con el asesinato del metro que se juzga. Dicha ley supone un atentado contra la ética legal, como expresa el ministro de justicia o los magistrados; aunque todos ellos, salvo el primer candidato a la presidencia de la “sección”, interpretado por Michel Galabru, —que rechaza formar parte de algo que califica de abominable—, acaban aceptándola. Tienen una semana para sacarla adelante y juzgar a seis presos, escogidos entre los reos comunistas y judíos, a los que ya han condenado a muerte antes de saber quiénes serán y cuál es su delito, pues el juicio solo es una pantomima —<<Aquí se va a celebrar un juicio, pero no a hacer justicia>>, dice el abogado defensor interpretado por Jacques Perrin—, la de un gobierno pelele y criminal que manipula leyes según los intereses políticos. Como apunta Hannah Arendt en su ensayo Sobre la violencia, <<el poder no necesita justificación por ser inherente a la existencia misma de comunidades políticas; lo que necesita es legitimidad>>. Y eso es lo que busca el ministro de interior cuando decide aprobar la ley retroactiva para lograr sus fines. Y sobre eso gira la exposición de Costa-Gavras, precisa, de puntería fina y que abarca desde los instantes anteriores al conflicto ético-legal, en los que muestra al grupo de jóvenes inexpertos que no quieren cruzarse de brazos frente a la presencia invasora, hasta el juicio de presos que ya habían sido juzgados y condenados (con penas maximas de cinco años) por los delitos que la “sección especial” juzgará de nuevo, condenándoles a la pena capital o a trabajos forzados. Costa-Gavras se detiene en los entresijos políticos, en las ambiciones, las presiones, los miedos, en el conformismo de políticos y magistrados. En definitiva, detalla con ojo crítico la farsa política y legal con la que Vichy pretende contentar a los alemanes y afianzar el poder que aquellos les han otorgado tras la capitulación francesa, y no se corta a la hora de señalar los distintos comportamientos y expresar que, al final, prevalece la “razón de Estado”, la cual, en Sección especial, pisotea la justicia, la ética, la libertad, la fraternidad, la igualdad, las personas, la inocencia…
(1) (2) Marcel Ons: Francia: reivindicación de la “qualité”, en Historia General del Cine. Volumen IX. Europa y Asia (1945-1959). Cátedra, Madrid, 1996.
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