martes, 24 de abril de 2012

El ejército de las sombras (1969)


Jean-Pierre Melville realizó su personal visión de la ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial desde la intimidad de sus personajes, miembros de la resistencia como Philippe Gerbier (Lino Ventura), que lucha en la sombra desempeñando labores que no se ven, pero que sí se dejan notar. El pensamiento de Gerbier se escucha para mostrar sus dudas, sus miedos o su humanidad, como también habla de los hechos que se observan en El ejército de las sombras (L'armée des ombres), donde no se expone una lucha espectacular, sino los problemas diarios a los que se enfrentan hombres y mujeres que resisten y golpean al invasor, agrupados en pequeñas células organizadas que se esparcen por todo el territorio francés. El trabajo resulta arduo, plagado de problemas que se presentan en la inevitable toma de decisiones de su día a día, hechos como la ejecución de un traidor o la responsabilidad de enviar a los miembros del grupo a realizar misiones de las cuales podrían no regresar. La lucha no termina aunque caigan algunos, otros ocuparán su lugar, uniéndose a ellos por ideales o amistad, como el caso de Jean-François (Jean-Pierre Cassel), un joven que piensa que conoce mejor a sus compañeros de armas que a su propio hermano (Paul Meurisse), de quien ignora su participación en la resistencia; su pensamiento confirma la cercanía que nace entre los miembros del grupo y el alejamiento de sus seres queridos. El arresto de Félix (Paul Crauchet) pone en jaque a sus compañeros, y convence a Jean-François para que sacrifique su libertad en un intento de llegar hasta él para proporcionarle una salida, al tiempo que Mathilde (Simone Signoret), a quien todos sus compañeros admiran, planea la fuga de un hombre al que no logra salvar de las torturas de sus interrogadores. El constante peligro al que se ven expuestos, sus escasos recursos, la pérdida de identidad o del contacto con sus familiares, son cuestiones que surgen como consecuencia de una labor oscura, peligrosa y clandestina, en la que el anonimato forma parte esencial de su seguridad y la de los suyos. No son héroes, sino individuos acorralados por las circunstancias que les plantean enfrentamientos entre los sentimientos personales y el deber de proteger al resto de miembros de la resistencia, cuestión que se expone con gran crudeza cuando Mathilde cae en manos de los alemanes. Los hechos narrados por Melville demuestran como esos hombres y mujeres anónimos sienten miedo real, dudas reales y una afinidad que nace de su contacto diario, de su compromiso con el grupo y de sus ideas; son personas clandestinas que no pueden hablar de su labor, ni siquiera con sus seres queridos, una norma no escrita que todos deben aceptar, como también aceptan las inquietudes y los sacrificios que conlleva la lucha desde las sombras que les protege y a la vez condena.

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