Rudyk (Yuriy Vasilev), el camarógrafo de televisión que reaparece en la vida de Katia (Vera Alentova), la protagonista de Moscú no creen en lágrimas (Moskva slezam ne verit, 1979), años después de que la abandone por considerarla poca cosa para él, probablemente alentado por su madre —cuya altivez de clase se confirma en su comportamiento—, conoce a Aleksandra (Natalya Vavilova), su hija y la de Katia, y le habla de la televisión. Es una conversación de relleno, que se escucha mientras otra silenciosa se produce: la que afecta a Katya y a Gosha (Aleksey Batalov) —cuando este descubre que ella es directora de una fábrica y se siente engañado, además de herido en su orgullo, pues una de sus máxima de tener mayor sueldo que la mujer con la que se case—. Pero resulta interesante escucharle decir que la televisión cambiará la vida de la gente (cuando ya lo había hecho décadas atrás) y que en veinte años sustituirá a los libros, los diarios, el cine y el teatro. O sea, que el personaje vaticina para el 2000 un presente televisivo, pero se equivoca. Nadie es capaz de prever el futuro, quizá sí apuntar circunstancias que pueden llegar a ser desde lo que es en el presente. Por ejemplo, Rudyk no ha podido prever la irrupción y el éxito a nivel planetario de internet y de la tecnología móvil, tampoco lo que estará por llegar… Pero entonces, hacia finales de los 70 e inicios de los 80, el cine todavía vive en las salas de barrios y calles principales de los pueblos y de las ciudades. Es uno de los medios de entretenimiento al que se entrega la gente, como parece confirmar la multitud, entre las que se encuentran Katia y su amiga Lyudmila (Irina Muravyova), que acude a la puerta de un preestreno a admirar a sus ídolos.
El estreno arriba aludido se produce durante la primera parte de Moscú no cree en lágrimas, película que logró el Oscar al mejor film de habla no inglesa, quizá más por circunstancias de la época que por su calidad. La tiene, aunque en ciertos momentos resulte una película cansada, que necesita recuperarse. Y lo hace regresando a un tono cómico, juvenil, soñador, que desaparece durante la segunda mitad, cuando el paso del tiempo parece haber hecho mella en las ilusiones y el romanticismo de la juventud de las protagonistas; pero reaparece tras el encuentro casual de Katia y Gosha. Es el instante en el que ella, todavía sin ser consciente, recupera la ilusión. Siente curiosidad, siente como el amor que lleva largo tiempo anhelando, y con el que apenas ya se atreve a soñar, nace en ella y en Gosha, ese desconocido a quien conoce en el tren urbano. En él descubre el príncipe azul que en su juventud creyó ver en Rudyk. Y gracias a él recupera la alegría de vivir de sus primeros días en Moscú, cuando, al inicio del film, y a pesar de haber suspendido su examen de ingreso en la facultad de ingeniería química, la juventud y las ilusiones de Katia están intactas o casi, pues debe seguir en su mal pagado puesto en la fábrica. En ese primer momento, comparte habitación en la residencia de los trabajadores con dos amigas, distintas a ella y distintas entre sí, pero las tres tienen sueños y vitalidad juvenil. Lyudmila, la más vivaz de las tres, tiene la idea de que entre sus iguales proletarios no encontrarán un príncipe azul, así que convence a Katia para hacerse pasar por las hijas de un prestigioso profesor y estudiantes universitarias. De ese modo, las tomarán por intelectuales y tendrán acceso a otro tipo de hombres, que Lyudmila asume se interesarán por ellas por su cerebro. Sin embargo pronto saldrá de su engaño. Quienes empiezan a merodear las quieren su sexo. Katia se enamora de Rudyk, una cámara de televisión que se desentiende de ella cuando descubre que solo es una chica proletaria. Embarazada, la joven asume tener a su hija y salir adelante sin ayuda del padre ni de la altiva madre, imagen aburguesada de un sistema igualmente aburguesado. Tras la celebración del nacimiento de Aleksandra, Vladimir Manshov avanza su película varios años, cuando la niña ya es adolescente y la madre mujer independiente que ha alcanzado el éxito laboral, es directora de un fabrica en la que trabajan tres mil obreros, pero que todavía siente el vacío sentimental que Gosha llenará con su presencia y con su sencillo modo de entender la vida; encuentra su felicidad en el amor: ama su trabajo por que con él empieza todo, ama a sus amigos y a Katia.
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