sábado, 13 de mayo de 2023

Marathon Man (1976)


Así, como quien no quiere la cosa, los taconazos de Schlemmer en Uno, dos, tres (One, Two, Three, Billy Wilder, 1961) delatan restos del nazismo que pervive en la Alemania de la coca-cola y la guerra fría. Dos años después, en el mundo real, los servicios secretos israelíes capturaron a Eichmann en Argentina, de donde lo sacaron clandestinamente para celebrar su juicio y hacerlo mediático en su emisión televisiva, la cual se aborda en el telefilm The Eichmann Show (Paul Andrew Williams, 2015), que detalla la retransmisión del juicio —desde las perspectivas del director y del productor—, a la que también hace referencia Hannah Arendt en su excelente ensayo Eichmann en Jerusalén: <<el programa norteamericano, patrocinado por la Glickman Corporation, fue constantemente interrumpido por anuncios comerciales de ventas de casas y terrenos>>. En las páginas de su libro, la escritora, una de las intelectuales más lúcidas del siglo XX, no solo se acerca a la personalidad del SS, de quien dice que, <<a pesar de los esfuerzos del fiscal, cualquiera podía darse cuenta de que aquel hombre no era un “monstruo”, pero en realidad se hizo difícil no sospechar que fuera un payaso>>, sino a los distintos aspectos del proceso, de los hechos relacionados con los crímenes que se juzgaban. Arendt habla de las deportaciones, de los comportamientos de las distintas naciones ocupadas, del sionismo, de la nunca realizada operación Madagascar, de las soluciones iniciales (expulsión y concentración) hasta la “Solución Final”, eufemismo tras el que se expresaba “matar hasta el exterminio”, y el juicio de Eichmann. Habían pasado casi veinte años desde la huida del comandante nazi, que no fue un caso aislado de eludir la justicia. ¿Cómo lo consiguió? ¿Quién le ayudó? ¿Cómo pudo ocultarse durante tanto tiempo? En la década de 1970, Los niños del Brasil (The Boys from Brazil, Franklin J. Schaffner, 1978) muestra a Mengele intentando revivir y reinstaurar la ideología nazi, pero Schaffner no indica cómo pudo escapar. Por su parte, Marathon Man (John Schlesinger, 1976) apunta intereses ocultos, aunque sería Marcel Ophuls en Hotel Terminus (Hotel Terminus: The Life and Times of Klaus Barbie, 1988) quien insistiría en esos puntos para desvelar cómo Barbie y otros nazis escaparon...


En Marathon Man, basada en la novela homónima de William Goldman, también autor del guion junto a Robert Towne, John Schlesinger no busca explicaciones ni desvela redes clandestinas sino emociones fuertes: pulsaciones como las del corredor de fondo (Dustin Hoffman) que entrena alrededor del lago mientras un montaje en paralelo muestra a dos ancianos, uno alemán y otro judío, que no tardan en enzarzarse en una discusión que concluye con la muerte de ambos. Lo que empezó como un simple choque acaba siendo un enfrentamiento que recuerda la irracionalidad y el odio del pasado. El judío recrimina los crímenes contra su pueblo y el alemán desvela su feroz antisemitismo, hasta ese instante oculto, quizá olvidado, quizá a la espera; en todo caso, latente. Aparentemente, este suceso fortuito no guarda relación con el corredor de fondo, que mira desde la distancia, sin apenas prestar atención, y sigue corriendo. Antes de que todo esto suceda, al inicio, Schlesinger había mostrado a ese mismo alemán en el interior de la cámara de seguridad de un banco, de donde se lleva una pequeña caja metálica repleta de diamantes. Ese instante es significativo, en cuanto que se trata del motor económico que obliga a Christian Szell (Laurence Olivier), conocido por sus víctimas como el “ángel blanco”, a salir de su escondite; y el accidente pone en marcha la serie de circunstancias que acabarán afectando al fondista. Pero no se trata de un cúmulo de casualidades, sino de hechos encadenados cuyo inicio se remonta al periodo nazi, a los campos de concentración, a la huida de Szell de la Justicia y de una condena a muerte por crímenes contra la humanidad —fue comandante en jefe de un campo de exterminio— y se acercan al presente en su ambigua relación con el gobierno para el que trabaja “Doc” (Roy Scheider), el hermano de Thomas. De modo que nada es casual en este magistral ejercicio de suspense realizado por Schlesinger, cuyo manejo de la acción y la tensión no hacen más que crecer hasta deparar un final acorde con lo expuesto hasta entonces, aunque para el corredor lo sea, ya que desconoce la suma de realidades que llevan al “ángel blanco” hacia él, realidades a las que inicialmente no encuentra explicación y que alterarán la suya para siempre…

No hay comentarios:

Publicar un comentario