lunes, 2 de diciembre de 2019

Accattone (1961)


Catalogar Accattone (1961) de neorrealista sería ignorar las intenciones cinematográficas y humanas de Pier Paolo Pasolini, así como desconocer que el neorrealismo había dejado de existir años antes de que el realizador debutase tras las cámaras. Al contrario que muchos autores de aquella corriente que transformó el cine, Pasolini conoció la miseria en primera persona, formaba parte de su experiencia vital, de su cotidianidad durante sus primeros años romanos, y condicionó su comprensión de los suburbios urbanos y de las personas que los habitaban. Ellas y ellos fueron los desheredados que retrató en varias novelas, guiones y películas, en las cuales se descubre su compasión, entendiendo el término como sufrir juntos (comprender, compartir y buscar alivio al dolor ajeno), y su amor por los oprimidos, en quienes encontró poesía y belleza, encontró rostros que semejan esculpidos en piedra, pero cuyo material está compuesto de contradicciones y ambigüedad humana. Esos rostros son las ventanas al alma y a la imposibilidad que les genera el sistema que los desahucia y condena. El Pasolini de Accattone y Mamma Roma (1962), dos films en apariencia similares pero diferentes en su mensaje de esperanza en la desesperanza, encuentra a sus seres reales en las capas más bajas de la sociedad, en el proxenetismo, en la delincuencia, en la prostitución o en la vagancia, entre otros estados marginales que existen en los espacios infrahumanos retratados, espacios donde sus personajes sobreviven ajenos a la moralidad y a las comodidades burguesas. El movimiento realista captaba la realidad física y moral de un instante de desorientación y de reconstrucción, un instante que afecta a los hombres y a las mujeres que habitan los lugares retratados, pero era un fuera adentro, el como la Historia afectaba a las distintas historias individuales o grupales, salvo, quizás, en Roberto Rossellini, quien ya en Alemania, año cero (Germania, anno zero, 1947) y, definitivamente, en Stromboli (Stromboli, terra di Dio, 1950) y Francisco, juglar de Dios (Francesco, Giullare di Dio, 1950) miró sin disimulo el interior humano, en un intento de encontrar las distintas verdades espirituales que, potenciadas por el espacio que ocupan, afectan y condicionan a sus protagonistas. El cine neorrealista es la Historia, su plasmación en la pantalla, aunque, en ocasiones, hubiese que recrearla para mostrarla, mientras que las primeras películas de Pasolini viven en su momento, en el marco simbólico-espiritual donde el cineasta se aferra a la esperanza de cambio, a la revolución que libere a personajes como Accattone (Franco Citti), mucho más complejo que su apariencia o su actitud podrían dar entender a simple vista. Por ello, al enfrentarme a cualquiera de las películas realizadas por Pier Paolo Pasolini sé que debo tener en cuenta que, ante todo, su cine
 es a un tiempo ensayo, poesía, ruptura, marginalidad y lucha contra el poder que se perpetúa bajo distintas máscaras y determina las distintas realidades que se dan en un mismo tiempo histórico. Antes de debutar en la dirección, Pasolini había colaborado en la escritura de guiones para Federico Fellini, quien inicialmente iba a producirle su primera película -pero se echó atrás, al ver las escenas de prueba rodadas por Pasolini-, Mauro Bolognini, quien finalmente le puso en contacto con el productor Alfredo Bini, pero su intención y su mirada utópica, social y protocristiana apenas asoman en esas participaciones ajenas. Cobran forma por primera vez en Accattone, la pieza inicial de una obra en constante construcción, destrucción y evolución, una obra cinematográfica, también la literaria, que, en sus primeros pasos, emplea la realidad física y los rostros marginales ya nombrados para introducir la idea de la necesidad de una renovación social. Pasolini era un poeta, un soñador y un intelectual, un ser sensible repleto de contradicciones, de emociones y de ilusiones que no se vieron materializadas. Buscó el lado humano de la periferia, su belleza y su fealdad, dos abstractos que fusionó en uno. Lo hizo en su Ragazzi di vita y en películas como Accattone o Mamma Roma, entre otras obras literarias y cinematográficas. Pasolini fue tan grande como marginado y marginal, como corrobora las críticas y los ataques que recibió de diferentes sectores sociales tras su debut en la dirección. Pero fuese señalado por estos o aplaudido por otros, su obra no nace del exterior, nace de la interioridad del poeta. Fue una obra en constante cambio, aunque no considero que renegase de sus convicciones ni de sus principios, fuesen morales o estéticos, simplemente su desencanto se agudizó a medida que avanzaba el tiempo histórico y la sociedad de consumo ganaba la partida al ideal por el cual luchaba el cineasta. Su obra, tan compleja como rica, vive en el rechazo y en la aceptación, vive en un espacio indefinido, ajeno a las modas y al tiempo. Es un espacio simbólico donde algunos espectadores sentirán repulsa, otros comulgarán con él o intentarán comprender qué se esconde tras las imágenes de sus películas. Accattone ya apunta ese mundo pasoliniano incómodo, pero honesto. Es una primera muestra fílmica de la intención de su responsable, la de de advertir que la realidad física está ahí para algo más que mostrarla; está para ir más allá. La asume como el espacio físico desde donde contempla decadencia, humanidad, necesidad, esperanza e imposibilidad, prescindiendo de una narrativa cinematográfica convencional y de recursos que pudiese suavizar o endulcorar su mensaje, pues, en ese "inframundo" de probreza y de contradicciones, ve humanidad y no personajes, ve en Accattone a un ser humano que no encuentran opciones para liberarse. Artista complejo y comprometido, con la tolerancia y, por tanto, con la vida, Pasolini no juzga a su protagonista, en apariencia vago y egoísta. Accattone no tiene opción, es y será un ragazzi di vita. Vive de las mujeres, a quienes prostituye para continuar sin dar palo al agua, renegando de una vida laboral que no contempla hasta que Stella (Franca Pasut) se cruza en su camino. Ella podría ser su vía hacia la redención, como apunta su <<ayer intenté ir a trabajar. ¿Te das cuenta?>>. Esto que el protagonista dice a un amigo en un momento puntual, muestra un lado que había permanecido oculto. Hay amor e intención de cambio, y ese amor es el sentimiento que descubre y le impide enviar de nuevo a Stella a la calle. Pero antes, Pasolini nos ha mostrado la cruda cotidianidad de la periferia por donde deambulan el protagonista, sus amigos o las prostitutas como Magdalena (Silvana Corsini), la mujer que, con su trabajo, había mantenido a Accattone hasta que las autoridades la encierran tras una falsa acusación.

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