viernes, 27 de diciembre de 2019

Sin techo ni ley (1985)



En un mismo espacio geográfico y temporal pueden coincidir y coexistir varios mundos: los desconocidos o ignorados, los adaptados y acomodados, los fantaseados o los supuestos, el de bienestar de unos y el de estar de otros, pero también existe el a contracorriente que
Agnès Varda apunta en Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985). Este avanza contrario a otras realidades humanas que la cineasta descubre durante el errar de Mona (Sandrine Bonnaire). Son situaciones y vidas que distan del vagabundeo que Varda observa con su cámara, el cual introduce después de descubrir el cadáver de la joven protagonista en una zanja cualquiera de un lugar sin ubicar, más allá de que se trata de una zona rural francesa. Nada se sabe de Mona, salvo que ha muerto de causas naturales, posiblemente como consecuencia del frío al que estuvo expuesta. Los primeros minutos de Sin techo ni ley transitan por la pantalla a modo de documental, con varios gendarmes levantando el cadáver y preguntando a los vecinos. Ese tono de entrevista no desparece cuando la realizadora se pregunta quién fue la chica y retrocede en el tiempo para mostrar los últimos días de Mona, sucesiones de momentos que Varda reconstruye a partir de las opiniones y testimonios subjetivos de los hombres y de las mujeres que mantuvieron algún mínimo contacto con la fallecida. Se sabe que, con su mochila a la espalda, sin dinero en los bolsillos, indocumentada, sin techo ni ley, Mona vagabundea por el país, pero, más allá de esto, nada de lo expuesto responde a por qué lo ha dejado todo, ni qué ha dejado o si ha sido expulsada de un paraíso ficticio. Por saber, se ignora si huye de la sociedad o la rechaza, si es la sociedad la que le niega su pertenencia o es ella quien decide apartarse y caminar en sentido contrario. A medida que Mona camina en soledad y a contracorriente, las preguntas se acumulan, lo mismo que las historias de los distintos personajes con quienes apenas mantiene relaciones esporádicas. Estas personas nada saben de ella, salvo que se trata de una marginal —algunos de los entrevistados también lo son—, quizá por elección o debido a malas experiencias dentro del sistema al que no pretende regresar. Mona camina, hace autostop, se cobija donde puede, también bajo su tienda, y vuelve a caminar en sentido contrario al orden establecido, lo hace de derecha a izquierda en los travellings filmados por Varda. La cineasta no la juzga en su deambular, ni a ella ni al resto de individuos que le salen al paso. Sencillamente, la sigue y expone. Varda siente curiosidad por su protagonista, pero tampoco ella tiene ni pretende más respuestas que las que el público pueda darse. <<Una de las cosas que he filmado de las que estoy más satisfecha son esos doce travellings discontinuos, pero que a la vez están hechos y montados para que se perciba una continuidad>>.1 La cinécriture de Sin techo ni ley se construye sobre el interrogante quién es Mona y sobre <<esos doce travellings discontinuos>> que siguen los pasos de la joven, que deambula sin ataduras, quizá sin ilusiones ni esperanzas, sin rumbo, pero con un final marcado desde el inicio.


1.Agnès Varda, en Inma Merino. Agnés Varda. Espigadora de realidades y de ensueños. Colección Nosferatu nº 15. Donostia Kultura, San Sebastián, 2019

2 comentarios:

  1. Película desoladora y poética a su manera. Existencialismo en estado puro.

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  2. La voy a ver. Quiero ver ahora mucho cine de esta directora. Hace dos días vi "Cléo de 5 a 7" y me encantó. Me apetece ver la evolución de Agnes Varda.

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