domingo, 8 de diciembre de 2019

The Boxer (1997)


A lo largo de la década de 1980, el cine irlandés vivió un momento de auge con la aparición de cineastas como Neil Jordan, Pat O'Connor o Jim Sheridan, quizá los tres realizadores irlandeses más internacionales por aquel entonces. Sus primeras películas hablan de Irlanda, y uno de los temas a tratar o retratar, fuese como telón de fondo o como eje principal, fue el conflicto norirlandés que estalló entre 1968 y 1969 y se desarrolló durante las tres décadas siguientes. O'Connor lo incluyó en Cal (1984), Jordan lo simbolizó en su ópera prima Danny Boy (1982) y lo abordó como parte visible de su Juego de lágrimas (The Crying Game, 1992), aunque de forma más íntima y personal al acercamiento que un año después realizaría Sheridan en En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993). El realizador de Mi pie izqierdo (My Left Foot, 1989), su debut tras las cámaras, se adentraba en la compleja situación del Ulster concediendo el protagonismo a los Conlon, padre e hijo, a quienes las autoridades británicas encierran en presidio a pesar de conocer su inocencia. Narrada en retrospectiva, el pasado del film desvela un momento durante el cual el conflicto norirlandés se encuentra en su punto más violento. Era la primera mitad de los años setenta del siglo XX, la década más sangrienta del enfrentamiento que había estallado a finales del decenio anterior, debido a la discriminación sufrida por la comunidad católica, que había radicalizado su protesta, y el temor de la protestante a perder sus privilegios respecto a la minoría de la que forman parte los Conlon. Estas fueron dos de las causas de la inestabilidad política y social, más que religiosa -como sí pudo ser el fanatismo sufrido por los hugonotes en Francia entre los siglos XVI y XVII-, que se prolongó en el Ulster al tiempo que lo hacía la imposibilidad del acercamiento y entendimiento entre dos ideologías de evidente sesgo nacionalista (irlandesa y británica). Esa realidad condena a padre e hijo y se perpetúa en el tiempo, acumulando odio y muertos, hasta alcanzar a Danny Flynn (Daniel Day-Lewis) y su presente en de The Boxer (1997). No resulta extraño que Sheridan contase con la participación de Daniel Day-Lewis en ambos films, para abrir y cerrar su paso por el conflicto que en The Boxer anuncia un quizá para el fin de las hostilidades que han roto familias, agudizado rencores y afectado a todos, sin excluir a los niños que han crecido sin padre, representados en Liam (Ciaran Fitzgerald), a madres y padres que han perdido a sus hijos, o a quienes, como Ike (Ken Stott), se muestran contrarios a esa lucha armada que no hace más que aumentar las distancias. En el instante que se abre The boxer, existe la posibilidad de materializar la promesa de un alto el fuego entre los católicos y los protestantes que, durante años, han vivido y fallecido sin aparente solución al conflicto civil. Las gentes del Ulster están hartas de que el terror, la violencia y la muerte formen parte de su cotidianidad. Quieren vida, como la desea Danny Flynn tras catorce años encerrado en el presidio donde recoge sus escasas pertenencias y camina hacia su renacer a la vida, sin prestar atención al pasado que en un primer instante descubre en la novia que avanza por los pasillos del correccional que él abandona. La joven se dirige hacia el altar donde le aguarda el novio, un miembro del IRA, pero, para Danny, ni el "Ejército Republicano Irlandés" ni la lucha armada ya nada significan, salvo en su certeza de haber perdido la mitad de su vida por una violencia absurda. Sin embargo, en un lugar como su Belfast natal, no es lo que uno quiere o pretende, es lo que el espacio le permite. Dividida en sectores católicos y protestantes, la ciudad transita entre la zona de guerra, ocupada por vehículos blindados, controles militares o sobrevolada por helicópteros de vigilancia, pero también por la marginalidad que se descubre en el barrio a donde el protagonista regresa con la intención de reanudar su vida, allí donde la dejó. El distrito está controlado por Harry (Gerard McSorley), el hombre a quien Danny evitó la cárcel, al no delatarlo, y el radical que en el presente vive del odio y del dolor, su forma de vida, por lo que pone en peligro las negociaciones de paz que Joe (Brian Cox), uno de los líderes del movimiento, intenta llevar a cabo con los protestantes británicos. En The Boxer, Sheridan focaliza tres puntos de interés: la historia de Flynn y Maggie (Emily Watson), en quien se juntan las coincidencias de ser hija de Joe, mujer de un preso y madre de Liam; el boxeo como medio de integración general -el gimnasio que Danny e Ike reabren no es sectario- y de redención individual -tanto para Ike, que abandona la botella, como para el ex-convicto que no puede alejar el pasado del presente que pretende construir-; y la situación del Ulster, aunque el realizador nacido en Dublín la simplifica hasta prácticamente reducirla a un enfrentamiento personal entre el boxeador y Harry. Este hombre no quiere oír hablar de paz ni de acercamiento, así lo confirma su rechazo a la intención conciliadora del primer combate de Danny en el gimnasio del "Sagrada Familia", donde Ike da la bienvenida a católicos y protestantes. El centro deportivo se convierte en un oasis de cordura, esperanza y tolerancia, en medio de un desierto de intolerancia, pero también resulta una amenaza para quienes, como Harry, pretenden perpetuar el odio y su aflicción ante la pérdida -en su caso, por la pérdida de su único hijo-. Para Danny ya nada de eso tiene sentido, de ahí que, en su regreso al mundo, evite que el ahora sea similar al ayer que dejó atrás, salvo por Maggie, el amor de adolescencia que revive en el presente de un entorno inestable donde el sentimiento que comparten no puede manifestarse, consecuencia de la norma oficiosa que convierte a las esposas de los presos del IRA en intocables.

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