sábado, 28 de diciembre de 2019

Efectos secundarios (2013)



Los fármacos forman parte de la cotidianidad de las sociedades más industrializadas, como también lo forman las farmacias que, prácticamente, pueden encontrarse a la vuelta de la esquina de cada calle de cualquier pequeña o gran ciudad. Los estimulantes, los ansiolíticos, los antidepresivos,... o una simple aspirina se consumen a diario. Son vías de escape al dolor, a distintos traumas o a la aflicción que, aún siendo natural frente a la pérdida, desequilibra la armonía de quienes la padecen. Pero ¿son realmente necesarios o eficaces? ¿A quién benefician? ¿Al consumidor o al fabricante? ¿A ambos? ¿Habla de esto Steven Soderbergh en Efectos secundarios (Side Effects, 2013)? ¿De los efectos de los fármacos, de los beneficios económicos que reportan o de la necesidad de no padecer y acceder al bienestar inmediato, quizás, al engaño del bienestar? En realidad, no creo que Efectos secundarios busque respuestas a estas o a otras preguntas relacionadas con posibles efectos indeseados del consumo masivo y abusivo de medicamentos. Sus intereses caminan en otro sentido. Se decanta por el engaño, como vía de acceso a metas propuestas, sin tener en cuenta los daños colaterales. ¿De eso trata? ¿De engaños? El propio título puede llevarnos a uno, puesto que parece apuntar hacia las reacciones que Emily Taylor (Rooney Mara) sufre como consecuencia del consumo del antidepresivo que le receta su psiquiatra, Jonathan Banks (Jude Law). Sin embargo, los efectos son los que el doctor sufre a raíz de la muerte de Martin Taylor (Channing Tautum), a quien, supuestamente, Emily acuchilla bajo los efectos de la sustancia química con la que pretende controlar las reacciones de su psique frente a su depresión y ansiedad. Pero un buen principio no implica un buen final, tampoco un buen desarrollo de la historia narrada entre ambos polos. En cierta medida, esto puede aplicarse a la propuesta de Soderbergh, que pierde parte de su atractivo tras la muerte de Martin. Hasta ese instante, el realizador plantea una realidad y la desarrolla desde la apariencia crítica que se diluye en beneficio de la intriga en la que se sumerge avanzado el metraje.


La primera parte de
Efectos secundarios se acerca a los fármacos, a los intereses empresariales y también a los desequilibrios psíquicos que afectan a Emily Taylor, cuyo estado depresivo apunta a su relación individuo-sociedad (de consumo). Sin embargo, cuanto Soderbergh plantea hasta la muerte de Martin desaparece para dar paso al suspense, que prima desde entonces, aquel que se abre ante el doctor y amenaza engullirlo. Es su pérdida de bienestar, aquel que ha sentido al lado de su mujer, en su trabajo en una floreciente clínica de psiquiatría o recibiendo cheques de farmacéuticas que lo contratan, para que dé el visto bueno a sus medicamentos experimentales; y dicha pérdida conlleva los efectos secundarios aludidos por el título, efectos que golpean su cotidianidad hasta el extremo de destruirla. De ese modo, pierde su puesto en la consulta, su reputación se resiente, su matrimonio se tambalea y pierde el control sobre su vida, que deja de ser segura y cómoda. La cotidianidad de Banks deja de serlo y se convierte en la obsesiva necesidad de recuperar lo perdido, de demostrar que ha sido víctima del engaño de dos mujeres que han ideado el crimen perfecto. Así, Efectos secundarios apunta dos películas: la que inicialmente es y no sigue siendo -pero que deja en el aire interrogantes sobre fármacos, industria farmacéutica, cobayas humanas y resto de consumidores-, y la que toma el relevo y se aleja de las farmacéuticas, de las depresión generalizada y de la experimentación química en pacientes como Emily, en definitiva, la película que acaba siendo y que se desarrolla en giros argumentales ya vistos, que apenas sorprenden o inquietan, aunque cumplen el objetivo de entretener, si bien no en todo su metraje, sí en buena parte, sobre todo gracias a la ambigua e inquietante identidad asumida por Rooney Mara en su papel de víctima y verdugo.



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