Algunos viajes cinematográficos, en particular, los protagonizados por adolescentes y los que se producen a través de saltos temporales, reaparecen en el cine como metáfora de aprendizaje y de maduración personal. Los personajes que se aventuran en lo desconocido, evolucionan tras superar las distintas trabas, miedos, conflictos e indecisiones que asoman durante su recorrido, el cual les posibilitará encarar el nuevo periodo que, tras completar su aventura, se abrirá ante ellos; les permite asumir ese presente que, por otra parte, quedará fuera de la pantalla. Estos viajeros parten de un estado inicial, en el que prevalece su actitud inmadura y egoísta, y concluyen en aquel otro donde se confirma el cambio, instante en el que alcanzan la comprensión y el valor necesarios que les permite enfrentarse a las decisiones que han ido retardando. Makoto, la protagonista de La chica que saltaba a través del tiempo (Toki o Kakeru Shôjo, 2006), encaja en esta descripción, como también sucede con otros personajes que asoman en posteriores animes de Mamoru Hosona: los dos hermanos de Niños lobos (Ookami Kodomo no Ame to Yuki, 2012) o el aprendiz y el supuesto maestro de El niño y la bestia (Bakemono no Ko, 2015). Se podría decir que el cineasta enfrenta a estos personajes infantiles a experiencias y disyuntivas que los confunden, pero que inevitablemente tendrán que encarar. En un primer momento, Hosona muestra a Makoto en exceso infantil y, como tal, en su comportamiento priman el egoísmo y la irresponsabilidad. De manera inconsciente, esa es su forma de decir que todavía es una niña, o que intenta retener su adolescencia. De ahí que evite decidir que hará después de abandonar el instituto, adonde siempre llega tarde, pero donde se encuentra cómoda, pues se trata de su medio natural, que conoce y le agrada. Allí ha establecido lazos de amistad, aquellos que, sobre todo, le unen a sus dos compañeros de juego. En ese entorno se siente segura, protegida y no necesita plantearse la frase escrita en la pizarra del aula: <<el tiempo no espera a nadie>>. Así, sin pensar en las prisas temporales, acude al campo de baseball, saborea flan, cuando regrese al pasado, o bromea con sus amigos. En definitiva, es feliz ante la ausencia de responsabilidades, de las que huye en determinados momentos de la película. Pero, a parte del inevitable paso de niña a mujer de Makoto, La chica que saltaba a través del tiempo introduce entretenimiento y humor para realizar su retrato de la adolescencia desde el tránsito existencial que la protagonista pretende retrasar, o que contempla desde la distancia, como si fuera una posibilidad que pudiese rechazar. En su cotidianidad hogareña, en el instituto o en el campo de baseball donde práctica en compañía de Chiaki y Kosuke, nada perturba el orden al que está acostumbrada, salvo algunas minucias que la fastidian. Pero todo cambia al enfrentarse a su propia muerte, la cual no se produce gracias a que, sin saber cómo, ha saltado en el tiempo. Esta circunstancia introduce el caos en su mundo, hasta entonces tranquilo, aunque su cambio no se produce de forma inmediata. La mayoría de sus posteriores retrocesos en el tiempo reafirman su negativa a avanzar. No obstante, los saltos al pasado, también precipitan pasos hacia adelante, pasos que, en principio, ella ignora, pero que la llevan hacia la comprensión, la generosidad, el esfuerzo y, finalmente, a la aceptación de responsabilidades y sentimientos; dicho de otro modo, alcanza y acepta su madurez. A lo largo de su proceso vital, descubre aspectos y circunstancias personales, otras ajenas a ella, que tampoco había contemplado, pero que asume en su contacto con el entorno que altera a medida que, empleando una tecnología que desconoce, salta en el tiempo. El cómo la emplea señala los pasos recorridos. Inicialmente, la usa para fines inmediatos: cantar en el karaoke, tomar el flan que su hermana ha comido en el presente o retroceder en el tiempo para evitar enfrentarse al instante durante el cual Chiaki le pregunta si quiere salir con él. Esos momentos que se repiten, y que a ella contrarían y distancian de su amigo, agudizan su conflicto interno, que opone su deseo de no enfrentarse a la realidad con su negativa a reconocer la inevitabilidad del tiempo, reconocer el fin de ese periodo en el que Chiaki solo sería un amigo y no el joven de quien se ha enamorado. A medida que se suceden los saltos, Makoto aprende allí donde antes no quería hacerlo. Descubre que su comportamiento y sus decisiones afectan al resto, así que allí donde observa sufrimiento o abusos, intenta cambiarlos, o regresa al pasado para borrar decepciones y hacer reales las ilusiones ajenas. Ese tránsito, que va del egoísmo a la generosidad, se produce sin apenas manifestarse exteriormente, quizá por ello, tampoco se fije en que sus saltos se agotan y que solo podrá caminar hacia adelante, hacia el futuro o el nuevo presente para el que ya estaría preparada.
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