Rodada en 1939, El espía negro fue la primera colaboración cinematográfica entre Emeric Pressburger y Michael Powell, en la que el primero asumió labores de guionista y el segundo de realizador. Desde ese momento se inició una relación artística que derivó en la creación de su propia productora, The Archers, y en la filmación de dieciocho títulos más, quince de los cuales fueron dirigidos, escritos y producidos por ambos, entre los que se encuentran clásicos de la cinematografía británica como Vida y muerte del Coronel Blimp, A vida o muerte, Narciso negro o Las zapatillas rojas. Pero después de Emboscada nocturna (1957) aparcaron su unión y no sería hasta 1972 cuando volvieron a trabajar juntos en el mediometraje que cerró la obra fílmica del dúo (The Boy Who Turned Yellow). Durante los años sesenta Michael Powell rodó varias películas en solitario, siendo la mejor, la más personal y la más polémica la inquietante El fotógrafo del pánico (Peeping Tom), realizada el mismo año que su compatriota Alfred Hitchcock estrenó Psicosis, otra excelente aproximación a la figura del psicópata mirón. Pero en El fotógrafo del pánico el desequilibrio del personaje protagonista, Mark Lewis (Carl Boehm), no nace de la figura materna como sucede con Norman Bates, sino de la paterna, aunque en ambos casos sus personalidades fueron alteradas y condicionadas en la infancia, cuando se les sometió a situaciones que generaron las psicopatías que se observan en el presente tanto de Norman como de Mark, en quien se descubre la imperante necesidad de ver el miedo dibujado en los rostros de sus víctimas, mujeres que filma con su cámara antes de asesinarlas. La primera imagen de El fotógrafo del pánico se presenta a través de dicha cámara, de la que el protagonista nunca se separa, y mediante la cual se accede al primer asesinato desde la perspectiva subjetiva de alguien que contempla la realidad de un modo distorsionado (quizá una alusión al propio cine). A partir de ahí se desvelan detalles del asesino: su trabajo como técnico de luces en una película, el sobresueldo clandestino que obtiene fotografiando a chicas desnudas o la casa de la que es propietario, y donde alquila habitaciones a inquilinos entre quienes se descubre a Helen (Anna Massey). Gracias al contacto con su inquilina se accede a la intimidad de Mark, lo que permite comprender que la escoptofilia que padece fue generada por las continúas torturas psicológicas a las que le sometió su padre (Michael Powell), quien lo grababa a todas horas para experimentar con él los efectos del miedo. Como consecuencia de aquel estudio del que fue objeto y víctima, no controla el impulso que le empuja a buscar la imagen perfecta del terror, la misma que pretende observar a través del objetivo de su cámara y posteriormente en la soledad de su sala de proyección, donde, mediado el film, se produce un inquietante e irónico encuentro con la madre de Helen (Maxine Audley), que a pesar de su invidencia resulta ser la única persona capaz de ver que el joven casero oculta un trastorno inconfesable que marca su enfermiza conducta, a la que desea poner fin tras centrar sus emociones en Helen, a quien se jura nunca grabar con su cámara.
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