El árbol del ahorcado (1959)
Si se revisan los títulos que conforman la obra fílmica de Delmer Daves como director, el western se confirma como el género en el que desarrolló lo mejor de su estilo cinematográfico, aunque este también se puede apreciar en un film negro tan recomendable como La senda tenebrosa. Y en este sentido El árbol del ahorcado (The Hanging Tree), su noveno y último western, fue uno de los más sobresalientes dentro de un acertado y atípico conjunto en el que también destacan Flecha rota, por ser una de las primeras producciones en reivindicar la figura del nativo norteamericano, La ley del talión, Jubal, El tren de las tres y diez o Cowboy, en las que se observa cierto simbolismo poético que se deja notar de manera especial en El árbol del ahorcado, cuya primera imagen encuadra al árbol que guarda la entrada del pueblo minero adonde llega un individuo de quien poco se sabe, salvo por los comentarios de aquellos que apuntan a que esconde un oscuro pasado. Este recuerdo pretérito empuja al doctor Frail (Gary Cooper) a deambular por espacios donde ni encaja ni espera obtener redención o comprensión; por ello, la primera sensación que provoca podría llevar a pensar que se trata de un hombre desprovisto de calidez afectiva, algo que se desmiente en una escena casi inmediata a la adquisición de la cabaña que le sirve como hogar y consulta. Allí se le observa atendiendo a una niña a quien sí ofrece su lado más humano, aquel que no muestra a los adultos, corrompidos por sus prejuicios y ambiciones. Como consecuencia, se comprende que Frail posee aspectos positivos que le diferencian dentro de una comunidad de la que se distancia para encerrarse en la soledad que siempre lo acompaña; pero dicho aislamiento se rompe al producirse su inesperado encuentro con Rune (Ben Piazza), el joven fugitivo a quien hieren en la propiedad de Frenchy (Karl Malden), la imagen más reprochable de los buscadores de oro. El contacto entre el médico y el paciente permite conocer una nueva faceta del primero, la de protector de la inocencia que descubre en el muchacho, a quien trata de mantener apartado del entorno aunque sea bajo la amenaza de entregar la bala que le extrajo, y por lo tanto dejarlo a merced de la falsa idea de justicia representada en el árbol. No obstante, Rune es ajeno a que el comportamiento y la decisión del médico están condicionadas por su incapacidad comunicativa, aquella que le impide expresar afectos o pensamientos, por lo que asume que se trata de un individuo sin escrúpulos que le retiene para su provecho, sin ser consciente del aprendizaje que inicia al lado de ese hombre que nada tiene que ver con la imagen que se ha hecho de él. Algo similar sucede en la relación que el atormentado cirujano mantiene con Elizabeth (Maria Schell), a quien cuida durante su lenta recuperación de la insolación y desnutrición sufridas después del ataque a la diligencia en la que viajaba, lo que permite descubrir nuevos aspectos de la oscura personalidad del doctor, aquella que guarda relación con el fantasma pretérito que lo ha convertido en ese solitario que Elizabeth descubre en el presente, cuando se convierte en la segunda alma que Frail intenta mantener alejada de las habladurías, de los abusos de individuos como Frenchy o de las falsas apariencias de los habitantes del pueblo donde luce el árbol bajo el cual, finalmente, la multitud desvela su verdadero rostro y Frail rompe con la culpabilidad que lleva consigo desde aquel pasado que marcó su pensamiento.
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