Desde su hundimiento, el 15 de abril de 1912, el Titanic se convirtió en una figura mítica que no tardó en llamar la atención del cine, que ya ese mismo año presentó el cortometraje Salvada del Titanic (Étienne Arnaud, 1912), película perdida en la que una de las supervivientes de la catástrofe se interpretaba a sí misma. Con el paso del tiempo directores, guionistas y productores quisieron realizar su visión de los hechos, sin ir más lejos, Alfred Hitchcock se trasladó de Inglaterra a Estados Unidos para rodar una película sobre el famoso transatlántico, aunque en su lugar acabó dirigiendo Rebeca. Titanic: Disaster in the Atlantic (Ewald André Dupont, 1929), Titanic (Hebert Selpin, 1943), versión propagandística rodada en la Alemania nazi, El hundimiento del Titanic (Jean Neguesco, 1953), producida por Charles Brackett, o La última noche del Titanic (Roy Ward Baker, 1959), la versión británica más conocida (y para quien escribe la mejor de todas), son algunos de los ejemplos de producciones centradas en la colosal figura del buque que décadas después sirvió a James Cameron para arrasar en las taquillas con la sobrevalorada Titanic (1997). Pero la mayoría de estos acercamientos a la fatídica jornada coinciden a la hora de mostrar la parte humana de la tragedia, aquella que centra su atención en varios personajes que inicialmente desconocen lo que les depara el destino. En El hundimiento del Titanic (Titanic) la importancia argumental recae en la familia Sturges, al borde de la desintegración, a la que se descubre por las cubiertas y camarotes de la nave, donde se comprende que Julia Sturges (Barbara Stanwyck) huye de la alta sociedad europea, de sus estúpidas costumbres y de un ambiente en el que solo parece importar la imagen que se ha convertido en el centro de interés de su esposo (Clifton Webb), a quien cree en tierra firme. Sin embargo, Richard Ward Sturges se las arregla para subir al buque, repleto de pasajeros deseosos de ser los primeros en viajar en el lujoso barco, y lo hace comprando un billete de tercera a un padre de familia que acepta de buen grado el dinero que le ofrece. Una vez a bordo Richard se muestra superficial, obsesionado con su imagen y con normas de protocolo carentes de sentido, juzgando al resto con aires de superioridad o intentando atraer para su causa a sus dos hijos: Annette (Audrey Dalton), que se ha educado a su imagen y semejanza, y Norman (Harper Carter), un muchacho que solo puede sentir admiración por su progenitor, aunque antes de que acontezca la tragedia Julia confiesa que el pequeño es hijo de otro hombre, lo cual provoca el rechazo del padre no biológico hacia el muchacho. A partir de ese instante buena parte de la atención de Negulesco se centra en este conflicto, así como en el romance que mantienen Annette y Gilford Rogers (Robert Wagner); sin embargo, no se olvida de que se encuentra a bordo del transatlántico que en breve chocará con un iceberg, por ello inserta de cuando en cuando a miembros de la tripulación o al capitán (Brian Aherne), un veterano que comete el error de fiarse de sus años de experiencia, aunque el interés del film por los hechos dista de lo expuesto por Roy Ward Baker en La última noche del Titanic, en la que prevalecen las desastrosas consecuencias de la colisión. El tramo final de El hundimiento del Titanic (Titanic) muestra el accidente y la posterior evacuación de un navío donde el pasaje parece resignarse a su suerte (nadie muestra pánico y todo es orden), pero también hay lugar para la reconciliación paterno-filial, y con ella el cambio de actitud en Richard, que ante la adversidad se muestra generoso y no duda en colaborar por el bien de quienes sí podrán subir a los botes salvavidas, porque al fin y al cabo siempre se ha dicho que en los momentos difíciles sale lo mejor de cada uno, menos de un tal Meeker (Allyn Joslyn) que salva su pellejo al disfrazarse de mujer.
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