Como parte de la celebración de su treinta aniversario, la productora Toho, durante años uno de los tres grandes estudios cinematográficos de Japón, decidió tirar la casa por la ventana y producir una nueva versión de la épica historia de los leales cuarenta y siete ronin, y para ello contó con la mayoría de las estrellas que tenía en nómina. El nombre de Toshiro Mifune, el rostro más cotizado y emblemático de la casa, encabezó la extensa lista de actores y actrices que se dejaron ver a lo largo de las tres horas y media que dura el largometraje, aunque su presencia en la pantalla resulta mínima y prescindible para el desarrollo argumental de la enésima adaptación de una de las historias más populares en el país del sol naciente, y uno de los mejores acercamientos al legendario suceso, expuesto desde una perspectiva contraria a la empleada por Kenji Mizoguchi en otra destacada versión realizada entre 1941 y 1942. Hiroshi Inagaki, responsable de la exitosa trilogía Samurái protagonizada por Mifune, fue el encargado de sacar adelante una superproducción que apostó por el movimiento a la hora de recrear la gesta de los ronin del clan Asano, ofreciendo mayor atención al épico desenlace y a los hechos anteriores a la agresión que Asano (Yûzô Kayama), fuera de sí, comete sobre Kira (Chùsha Ichikawa) durante su estancia en la Gran Mansión, donde se encarga de los preparativos de la celebración que allí va a celebrarse. En el palacio se observan sus diferencias con el chambelán que supervisa su cometido y que constantemente le reprocha por la ineptitud que muestra en su trabajo, ridiculizándolo en determinadas ocasiones porque no ha olvidado el trato recibido en el pasado por Asano (cuestión que se conoce al inicio, en la reunión que Kira mantiene con el shogun). Mediante el dinamismo empleado por Inagaki se combina la intimidad de los afectados con la épica de la resolución del conflicto, de un modo en el que ambos aspectos funcionan como un armonioso conjunto en el que se enfrentan dos maneras de entender un entorno condicionado por la tradición, donde el pensamiento de Kira muestra una postura menos rígida que aquella que se descubre en las conductas de los vengadores, supeditados a las normas de un código que el chambelán no comparte, pues él prefiere vivir que morir por palabras a las que no encuentra sentido. 47 ronin (Chùshingura), que nada tiene que ver con la decepcionante versión fantástica realizada por el debutante Carl Rinsch en 2013, se divide en dos partes: "Flores" y "Nieve"; aunque se presenta desde tres grandes bloques argumentales. El primero narra el hecho anteriormente citado, que deriva en la sentencia de muerte del líder del clan que da paso al segundo punto de interés, que nace como consecuencia del suicidio ritual al que es condenado el daimyo, de la abolición del clan y de la impunidad de Kira. A partir de ahí la película muestra los comportamientos y las maquinaciones secretas de los repudiados, más de sesenta samuráis sin señor que firman un documento en el que se comprometen a esperar el momento adecuado para rehabilitar a la familia y alcanzar la venganza exigida por su código de honor. De ese modo la acción alcanza el tramo final, durante el cual cuarenta y siete de los ronin firmantes asumen su compromiso, a pesar de que signifique su propia muerte, e irrumpen espada en mano en la mansión de Kira para lograr su objetivo.
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