viernes, 17 de mayo de 2013

La terraza (1980)

Un film con guión de Age, Scarperlli y Scola dice mucho, y bueno, sobre él, ya que a los tres se les puede considerar entre los mejores guionistas del cine italiano de la segunda mitad del siglo XX, vitales, sobre todo los dos primeros, en el desarrollo de la denominada comedia a la italiana. En La terraza (La terrazza) unieron sus talentos para mostrar el cambio (o aletargamiento) que se producía en la intelectualidad y cinematografía transalpina hacia finales de los setenta, el cual implicaría la crisis fílmica de las siguientes décadas; sin embargo, en esta interesante reflexión todavía se puede apreciar la grandeza de un cine que durante años fue uno de los más ricos, influyentes e inteligentes del planeta. Otro de los grandes alicientes del film de Ettore Scola sería la presencia delante de las cámaras de Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Serge Reggiani, Stefania Sandrelli, Ugo Tognazzi o Jean-Louis Trintingnant, pero La terraza (La terrazza) es algo más que una reunión de nombres, pues en ella se expone el deterioro de los respectivos campos de trabajo representados por los personajes principales, así como el distanciamiento en sus relaciones dentro del entorno al que se han acomodado tras renunciar a sus ideales o perder sus ilusiones. El film de Scola se expone desde un humor inteligente, lleno de ironía y desencanto, pero también desde la frustración existencial de sus cinco personajes principales, protagonistas de las cinco historias que se desarrollan a partir de esa terraza que les hace accesibles al espectador. Desde el lujoso ático romano se avanza en el tiempo para descubrir a cada uno de los implicados, dicho espacio funciona como nexo al que se regresa después de cada experiencia vital, la primera de las cuales se centra en la crisis creativa de un guionista que sufre la presión de no saber qué escribir, pues siempre se le exige hacer reír. Enrico (Jean-Louis Trintignant) lleva tiempo dando largas a su productor, a quien vanamente intenta eludir en la fiesta nocturna que la película abandona para adentrarse en su privacidad, cuando se le observa desahogándose con su esposa (Lena Vujotic), víctima del desequilibrio de este condenado a escribir un guión gracioso que ya no tiene sentido para él. Tras la desquiciada realidad de Enrico, las imágenes regresan al mismo plano, cuando la anfitriona anuncia a sus invitados que todo está dispuesto para el inicio de la velada. Poco después la cámara se centra en un segundo individuo: Luigi (Marcello Mastroianni), un periodista cuya relación matrimonial se va a pique, al tiempo que se le observa hastiado de un trabajo en el cual ya no tiene nada que decir. El tercer personaje, Estiler (Serge Reggiani) se muestra silencioso, incluso pasa desapercibido en su despacho de la R.A.I, condenado a desaparecer de un entorno en el que ya no cuenta. Amadeo (Ugo Tognazzi), el cuarto invitado que capta la atención, es un mediocre productor de comedias que vanamente intenta disimular el paso del tiempo, que inexorablemente llama a su puerta, como también lo hacen la soledad o la falta de comunicación en su relación matrimonial. Mario (Vittorio Gassman), el último intelectual que se descubre en la terraza, es un maduro senador del partido comunista italiano que inicia una relación clandestina con una mujer casada (Stefania Sandrelli), mucho más joven que él, como si con ello pudiese revivir aquellos tiempos de su juventud, cuando ocultaba su afiliación y sus actividades políticas. Los personajes de La terraza (La terrazza) tienen aspectos en común más allá de la amistad que les une o la madurez física que comparten; los cinco son seres que han claudicado a un presente que ha castrado sus ilusiones, sus sueños y sus relaciones, posiblemente como consecuencia de su conformismo social e intelectual y del miedo a la vejez que les amenaza. Tales circunstancias les condicionan en sus respectivas vidas, como si todo aquello que les había importado en el pasado, ideas, tiempo, trabajo o afectos, muriese en el presente de sumisión y pérdida de identidad que se observa en esta inteligente comedia dramática, que concluye, cómo no, en ese espacio abierto a la noche romana.

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