El pistolero (1950)
Como otros destacados cineastas formados en el cine mudo, Henry King se adaptó y evolucionó en el sonoro hasta convertirse en un realizador indispensable en películas en las que, más allá de la acción, mostró la interioridad de sus personajes, algo que también prevaleció en sus westerns, valga de ejemplo este soberbio e intenso ejercicio narrativo cuyo antihéroe precede a la figura de aquellos solitarios y desencantados cowboys que posteriormente habitarán en el género, en títulos como Solo ante el peligro (High Noon, 1952). Anterior en el tiempo al famoso film de Fred Zinnemann, El pistolero (The Gunfighter, 1950) es una primera muestra del denominado western psicológico, en ella domina el opresivo y amenazante transcurrir del tiempo, que juega en contra de su personaje principal, distinto al interpretado por Gary Cooper en la película de Zinnemann. La primera imagen de Jimmy Ringo (Gregory Peck) le muestra cabalgando en solitario, en busca del lugar donde poder dejar atrás su vida errante, aquella que le ha dado fama a lo largo y ancho del oeste. Esa fama le precede y le obliga a enfrentarse a jóvenes aspirantes a pistoleros, quienes, en un intento por alcanzar la gloria, le desafían y mueren. Allí a donde va siempre lo reconocen y la gente acude cual buitre expectante, a la espera de que se produzca un acontecimiento que rompa su monotonía. La soledad y la muerte se convirtieron en sus inseparables compañeras de viaje años atrás, cuando lo único que le importaba era labrarse una reputación con el revólver, anhelo que en el presente se ha convertido en su realidad y su condena. La imposibilidad de Ringo vuelve a él una vez más en un salón como otro cualquiera, donde un tal Eddie (Richard Jaeckel) anhela demostrar su valía, obligando al pistolero a defenderse y a apartarse de su búsqueda. Su deambular continúa después de desarmar a los tres hermanos de aquel que no pudo desenfundar más rápido y así, con otra muerte más en su conciencia, Ringo llega a la población donde se desarrolla el resto de su historia. Allí también lo reconocen, los niños festejan su llegada, para ellos es un héroe, mientras los mayores esperan ser testigos de algún duelo del que hablar mientras vivan. La población se congrega en las cercanías del bar donde Ringo aguarda y donde, para su sorpresa, se encuentra con su viejo compañero de fechorías Mark Strett (Millard Mitchell), reconvertido en marshall del pueblo. Mark sería la imagen que Ringo desea para sí, ya que aquél ha encontrado el espacio vital que a él se le niega allí a donde vaya. Los minutos transcurren mientras el pistolero confiesa a su amigo la decepción de su pasado en un presente que no le ofrece futuro, y es esta amarga realidad la que ha generado el desencanto de ser quien es. El tiempo pasa consciente de que lo persiguen, pero a Ringo ya solo le importa conversar unos minutos con su esposa (Helen Wescott), a quien lleva ocho años sin ver y en quien deposita sus últimas esperanzas para cambiar su rumbo existencial. Sin embargo, ella se niega y la amenaza que se cierne sobre el pistolero se aproxima desde tres frentes: el joven que desea la gloria (y alcanzará su condena), el padre que anhela vengar la muerte de su hijo (aunque no está seguro de que el asesino haya sido Ringo) y los tres hombres que caminan en pos de quien mató a su hermano (olvidando que aquel había desenfundado primero). De esta manera, combinado la estancia de Ringo en el pueblo, donde se descubre su interioridad, con breves imágenes de aquellos que desean matarlo, King aumentó la tensión dramática al tiempo que profundizó en las emociones de ese pistolero que busca la redención que lo libere de la que él mismo asumió.
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