miércoles, 6 de septiembre de 2023

Barbie (2023)


El esbozo que sigue tiene principio y se extiende sin aparente final. Empieza como suelen hacerlo la novela rosa y el cuento erótico, con letras y palabras de cuya relación sale la frase y la oración gramatical que, una a una, suman para crear el texto. Solo hay que seguir escribiendo para obtener algo que quizá carezca de interés, incluso para uno, pero no se le puede negar que va ocupando espacio-tiempo y, años atrás, también gastaría papiros y tinta. Su inicio es una negación compuesta por varias más dentro de la principal y no será la única vez que, en las líneas que siguen, se repita “ni”, “no”, “ni”, “no” sin riesgo a que se confundan con la onomatopeya de la sirena de una ambulancia:


No encuentro inconveniente a decir ni a reconocer que nunca he tenido demasiado poder ni sabría qué hacer con un exceso del mismo, pues, de tenerlo, estoy convencido de que cometería mayor número de errores y atropellos de los hasta ahora cometidos, incluso intentando ser justo, más si cabe intentando serlo, ya que dudo que exista mayor injusto que quien no duda de su razón, ni de sus motivos ni de su posición, ni de su idea de justicia. Descartada, pues, la posibilidad de ser tirano de oficio o a jornada completa, me contenta ser individuo y persona. Nací niño y no me avergüenza haber sido adolescente precipitado y joven inmaduro que, de su juventud sin brújula, dio paso al adulto contradictorio y otoñal que viaja hacia su invierno. Ser polvo llegará luego o quizá antes, pero, por un motivo obvio, ya no será mi asunto. Mientras tanto, tampoco me sonroja no ser extraordinario, pero me enorgullece mi natural y vital distanciamiento de grupos y de ideologías que exigen uniformidad para beneficio de quién. ¿De minorías? ¿De mayorías? ¿Del total, que se sabe imposible? Al igual que la “Barbie estereotipada” tampoco soy neurocirujano y nunca he pilotado un avión, ni estoy en la corte suprema. No podré estarlo, ni querría la responsabilidad de estarlo, y en ningún caso querría aspirar a la presidencia del país, la cual solo está al alcance de “élites” cada vez más populistas e intolerantes con cuanto no encaje en su modelo y en sus deseos, ni a la de una pequeña o gran empresa, ni a la de un club de poetas muertos ni de vivos que se emocionan más con lo sensiblero y el color del dinero que con lo lírico, que a veces viene en prosa. Lo que sí quiero y puedo es ser persona en mi propio hogar, es decir, en mi comportamiento y en mi mente, los únicos lugares que supuestamente me pertenecen, aunque estén, como los de la total humanidad (y en este caso, “total” sí es absoluto), condicionados por agentes externos, culturales, económicos, históricos. En ese lugar interior que Goethe llamaba “su ciudadela” es donde empieza el ser y cualquier revolución contra el peso y las cadenas establecidas por grupos uniformes y uniformadores, los cuales, psicológicamente, han sido los mayores dictadores de la historia humana.


A lo largo de su evolución, la sociedad, sus élites, las religiones y la opinión pública han determinado la imagen aceptable y aceptada dentro del orden social que imponen, y que hoy guarda no poca dependencia del éxito mediático y profesional, de la apariencia pública y del aspecto físico, así como del poder adquisitivo de cada uno de sus componentes. En mi caso, nunca he pertenecido a élite alguna, el éxito se iguala a mi fracaso y mi economía me sitúa al borde de la exclusión social donde se encuentra más de la mitad de la población mundial —millones ya en situación de pobreza—. En el entorno que me rodea la discriminación que observo nace de prejuicios más económicos, migratorios y clasistas que genéricos; y, aunque la sociedad lo disimule con dosis de autobombo y propaganda, mira con malos ojos a quien considera sospechoso de amenazar su bienestar y otras fantasías que permiten que duerma a pierna suelta. Pero, más allá de campañas insuficientes, no hay un movimiento realmente generoso —no me refiero a donaciones ni ayudas económicas— y solidario que acerque sus extremos: el económicamente más débil y el más favorecido. Siendo escéptico con el presente y el futuro, no hay posibilidad de igualdad de oportunidades entre pobres, ricos y el resto que esté en medio. ¿La hubo alguna vez? Nunca y lo probable es que nunca la haya. Pero lo que sí se puede arreglar son otras diferencias e igualar ciertas oportunidades que no dependen exclusivamente de la posición socioeconómica y que nada tienen que ver con el género, aunque, hasta no hace mucho, el género haya sido una barrera prácticamente insalvable, sino de la valía de cada quien, el saberse quien y el quererse quien. Y de eso diría que intenta ir Barbie (2023), de valorar a la persona por ser, no por ser un estereotipo ni una imagen física, ni por formar parte de este o aquel sexo; de abrir ventanas y puertas, atravesarlas y llegar a ser sin que un patriarcado o un matriarcado discrimine y obligue a acatar sus criterios y su orden. Que la película lo consiga o que consiga transmitir algo, aparte de una enorme campaña publicitaria —y, personalmente, generarme unas ganas locas de vivir lo más alejado posible de la pantalla donde Barbies, Ken y demás viven atrapados—, ya es otro cantar que cada quien ha de interpretar.


Por doce millones y medio de dólares seguro que habría quien haría de Ken y de Barbie al mismo tiempo, como un Jano/Jana cuya doble cara exagerase hasta que su caricatura rozase lo ridículo; incluso cabría la posibilidad de encontrar alguien que lo haría gratis si le prometiesen que la película enseñaría a ser persona —cuya definición resumiría en “ser y dejar ser, alentar y respetar que sean”—, pues si no se logra serlo no se respetará a ninguna, ni a Barbie ni a todos los públicos, para la cual no está hecha la película de Greta Gerwig, que está destinada a un público concreto, ni hombre ni mujer. Aparte del infantil que, como debe ser, la verán con sus ojos, Barbie exagera y satiriza en la medida que pueda contentar y complacer, ¿divertir?, a la mayoría bien pensante, conformista, consumista y oportunista, guardiana de la ultima moda y la que se define liberal al tiempo que impone su criterio, su estética y su moral para alcanzar sus objetivos. ¿Cuáles? Ni idea, quizá solo se busque dictar qué es lo correcto e incorrecto o que lo uno es ahora lo otro, acallando u olvidando las injusticias que puedan acarrear los ideales cuando son llevados a extremos de intolerancia, donde o persiguen o dejan a los demás fuera; igual que fuera quedan los males ajenos o los provocados por este o aquel ideario, o los padecidos por millones de desfavorecidas y desfavorecidos a lo largo y ancho de nuestro esférico planeta —que hay quien piensa plano, de ahí el “largo y ancho”—, que al ser tantos y tan lejanos a su orden y a su cotidianidad ya no les llegan ni afectan.


En Barbieland nadie se plantea cuestiones como la libertad, la igualdad o el derecho, ni siquiera cual es el lugar de cada quien en ese mundo de ensueño creado para la felicidad de las muñecas y sus muñecos. Sin pretender liberar a las Barbies bajo su control, el consejo presidido por Will Ferrell también es la caricatura de una realidad, la del mundo empresarial en manos mayoritariamente masculinas, aunque tal “mayoritariamente masculinas” no deja de ser una minoría privilegiada dentro (y fuera) de su propio género —A lo largo de la historia, ¿cuántos hombres y mujeres han sido esclavos o siervas de otros hombres y de otras mujeres?—. Común a ambos mundos es la existencia de ordenes establecidos e inamovibles; y a quien intente trasgredirlos o levantar su voz, le queda la posibilidad de ser excluida y condenada al ostracismo, cuando no a la discriminación y a la persecución social por disentir o sencillamente por intentar pensar por sí misma, tal como le sucede a la “Barbie rarita” (Kate McKinnon) en su relación a las otras muñecas. En una posición desfavorable también se encuentra Gloria (America Ferrara) en el mundo real o ese Alan (Michael Cera) con quien nadie cuenta ni aquí ni allí.


Desde los orígenes mitológicos de nuestra especie, la mujer fue fundamental en el devenir de la humanidad, sin ir más lejos, Eva la liberó al morder la manzana; y en realidades históricas hay ejemplos tan ilustres como Cleopatra, que puso en duda el poder romano, Livia Drusila, que impuso su deidad a la Roma Imperial de la que, como narra Robert Graves en Yo Claudio, fue su máxima arquitecta, Isabel de Castilla, que marcó el rumbo hacia la Edad Moderna, construyendo junto a su Ken, digo su Fernando —uno de los modelos que Maquiavelo tomó para El príncipe—, el primer gran reino autoritario, en el que asentó el poder de la realeza frente a cualquier otro estamento, Isabel de Inglaterra, que dio el paso hacia la construcción del imperio británico o, ya en Rusia, Catalina fue la Grande. Pero ni ellas ni ninguna otra persona sabían que estaban haciendo historia. Nadie lo sabe porque nuestro tiempo es el presente y no alcanza a ver lo que vendrá. Hoy miramos atrás y vemos en la distancia, podemos establecer momentos y hechos, hablar de personajes, pero no concretamos el instante humano e histórico, las circunstancias relacionadas con el orden impuesto que relegó/condenó a la mujer a un papel secundario y la hizo víctima de un sistema para ella represivo que, en mayor parte, no lograba percibir… Y así hasta que, según se cree en Barbieland, Barbie llegó para liberarla. En realidad, en nuestro mundo, fueron los movimientos feministas y de igualdad los que empezaron a levantar la voz y a exigir los mismos derechos para la mujer, allá por el siglo XIX. Pero el film de Gerwig, a pesar de su intención de mantener a flote su discurso y su tono burlesco, hace aguas desde su inicio y se hunde en su segunda mitad, cuando reitera hasta el hartazgo tanto su estética kitsch como su mensaje.


Los primeros minutos de Barbie me suenan a El show de Truman (The Truman Show, Peter Weir, 1998) pero más kitsch y bochornosa, adaptada al conformismo que se vende de inconformismo. De tal manera, en la realidad, lo que es de una forma aparenta ser otra, pero en Barbieland —hogar de las muñecas que en algún instante me trae a la mente el decorado de El terror de las chicas (The Ladies Man, Jerry Lewis, 1961)— no hay ambigüedad. Todo es felicidad para las Barbies. Así lo han establecido los creadores de la muñeca —y no me refiero a la “deidad” encarnada por Rhea Perlman— y los guionistas del film, pues Gerwig y Noah Baumbach pudieron haber creado otra historia; pero, no, quisieron esta colorista en la que el mundo de Barbie choca con el real que es de mentira y hecho de mentiras; quizá todos los mundos posibles se construyan sobre ellas. En el Barbieland de las muñecas, la ausencia de problemas y de excrementos es total, salvo por el perro de juguete. No existe el envejecimiento, ni emociones ni sentimientos veraces, de la muerte ni hablar, tampoco nombrar o plantearse cualquier otra cuestión que estropee un día de fiesta y playa. Todas las jornadas son días de chicas en los que los Ken, en cualquiera de sus versiones, no son más que comparsas sin mayor función hasta que la Barbie de Margot Robbie despierta a la existencia y se pregunta por la muerte. Podría ser un desliz o que ya no le llenase que todos los días sean rosas y geniales; pero no es nada de eso, es una interferencia del mundo real al que Barbie la muñeca accede en compañía de Ken. Entonces, en su contacto con la nueva realidad, algo asoma en su mente, los sentimientos y las emociones despiertan, llora, admira la vejez, a la que encuentra hermosa, y así la vida adquiere un sentido hasta entonces imposible por impensable. Lo mismo podría decirse del Ken de Ryan Gosling, cuyo acceso al mundo real lo transforma y le lleva a rebelarse contra el matriarcado de las Barbies (e imponerles su patriarcado o su “kenarcado”), para quienes, hasta entonces, sus compañeros habían sido un adorno, apenas objetos, algo superfluo. Los Ken de Barbieland viven una situación similar a la históricamente experimentada por la mujer en el mundo real y en ese punto insiste la directora.


Inicialmente, no sabemos cuando se gestó el cambio en Barbie ni por qué, pero, por medio de la “Barbie rarita”, sabemos que se trata de una situación que ha de resolver en la realidad donde la niña (o la madre) que hasta entonces había jugado con ella está triste. Es así, o eso parece que le basta a Greta Gerwig, que realiza una exageración cómica, satírica —al contrario que la ironía, la sátira siempre defiende su tesis contra aquello que ataca y se burla con mayor o menor acierto—, en el kitsch que la Barbie protagonista y su Kent no abandonan, por mucho que asuman querer ser ellos mismos, no muñecas ni marionetas; en todo caso, quizá nunca logren salir de su caverna, algo que Truman quizá sí logre, aunque sin ninguna promesa se hallar verdad y liberación tras vivir falsedad y encierro en su idílico mundo-plató, tan prefabricado como la tierra de las Barbies… Ojalá, algún día, todo hombre pueda ser persona y toda mujer pueda ser persona, sin perder las diferencias que les hacen individuos al tiempo que enriquecen al conjunto humano, en ese instante se habrá dado el paso hacia una realidad personal y de personas.

2 comentarios:

  1. Una magnífica reflexión , Toño. Estoy fundamentalmente de acuerdo, y tu vertiente introspectiva y confesional me alcanza.😊 Efectivamente la película es un producto falsamente libertario, mainstream y profundamente inconsciente de la desigualdad real, que para más inri decae hasta lo insufrible en su segunda mitad.No se podía esperar más de un producto financiado por Mattel..Pero para mi, aunque lo preveía, Gredwig ha sido una gran decepción.Ni comentarla he querido.Nada que ver con la lucha feminista que ha mejorado y mejora nuestras vidas, con todas las cargas del sistema capitalista, individualista, que deja a tanta gente fuera.Reitero mis felicitaciones.

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    1. ¡Gracias Maria! Opino como tú. Es un producto hecho para vender; y en ventas sí se puede hablar de éxito. Sobre lo demás, me pareció hecha de retales de ideas mejor hilvanadas y mejor expuestas en otros lugares y tan cansina, que creo que se cansa de sí misma y le entran ganas de bostezar y echar una cabezada. Pero, cuando parece que va a cerrar los ojos, se niega y continúa intentando levantar la cabeza, sin dejar de estar cansada. Me da que ya nace con el cansancio a cuestas y eso debe pesar lo suyo 😂 En fin, que no es mi tipo de película 😉

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