Imagino a dos o más viejos colegas reunidos después de largo tiempo sin verse, quizá desde su juventud común. Se saludan efusivamente, se reconocen, se ilusionan por reencontrarse, a pesar de que poco antes uno o todos ellos hubieran tenido que superar la pereza que les sujeta a sus monótonas cotidianidades. Allí, cara a cara, sus rostros iluminan alegria, la de volver a verse. Piden unos vinos, cervezas, cafés o lo que fuera que quisieran tomar, y rompen su inseguridad inicial rememorando experiencias y vivencias comunes que, en ese instante, comprenden excepcionales, aunque en aquel entonces no se lo planteaban. Formaban parte de su realidad juvenil y del nudo vital que, sin ser conscientes, se estaba tejiendo en sus mentes. Pues, en cierto modo, eso es Licorice Pizza (2021), una sucesión de anécdotas que van dibujando una época juvenil y jovial que gira en torno a la relación de Gary (Cooper Hoffman) y Alana (Alana Haim). La narración propuesta por Paul Thomas Anderson no se desarrolla como evocación desde un bar en el presente de los protagonistas, pero tiene cierto aire anecdótico, sin nostalgia, pues son fragmentos del ahora vital de los dos jovenes; es decir, la película se construye en la suma de instantes que ambos viven y que podrían evocar en su madurez, después de años sin verse. ¿Sabes qué fue de Lance (Skyler Gisondo)? ¿Recuerdas los colchones de agua? ¿Y tu caída de la moto de Jack Holden (Sean Penn)? ¿O cuando reventaste el Ferrari de Jon Peters (Bradley Cooper)?…
Como guionista, Paul Thomas Anderson trabaja el guion a fondo, sin dejar nada al azar. Todo está escrito en su cine, pero es en las imágenes donde cobra magia y hace emocionalmente creíble cualquiera de sus historias, por muy extrañas que parezcan a simple vista, como las ubicadas en la década de 1970 —Boogie Nights (2003), Puro vicio (Inherent Vice, 2014) y Licorice Pizza—. Son films que no solo comparten su aspecto “setentero”, sino que también se ambientan en el mundo del espectáculo y de los negocios. La ubicación temporal es parte del decorado donde la realidad fantaseada y la psicología de los personajes cobran forma. En Boogie Nights se desarrolla dentro de la industria pornográfica, en Puro vicio desciende a los bajos fondos y Licorice Pizza se desenvuelve en ambientes televisivo-cinematográficos, pero, sobre todo, en un ámbito festivo-juvenil, pues, para Gary y Alana, todo son oportunidades. En Licorice Pizza, incluso las fallidas son soplos de aire fresco para esos personajes que se conocen por casualidad, en un instituto donde uno estudia y la otra trabaja. Ya desde ese instante, Anderson parece preguntarse quiénes son.
En toda su filmografía, se aprecia el interés del cineasta en el comportamientos de sus personajes. Ellos son su historia, pues su cine gira en torno a los comportamientos humanos. Aunque la ambientación y las formas son partes destacadas del resultado fílmico, Alana y Gary son el centro de interés: cómo son y cómo se relacionan entre sí y con el entorno; en cualquier caso, son menos extraños de lo que aparentan a simple vista. Todos somos “raros” a ojos ajenos; y en Licorice Pizza quienes asoman por la pantalla lo son, aunque también, como cualquier extraño, sus emociones no se diferencian sustancialmente de las de otros. Solo son raros en nuestro desconocimiento, pero existe afinidad en sentimientos. Debido a eso, dejan de serlo, pues Anderson nos los da a conocer más allá de la apariencia. Y así simpatizamos con los dos jóvenes protagonistas. Alana, sensacional personaje, y Gary, que no le anda a la zaga, cruzan sus vidas en una sesión de fotos donde ella trabaja como ayudante del fotógrafo que se encarga del anuario del instituto donde ya se intuye que Gary, de quince años, es un buscavidas y un pajillero. En todo caso, se prenda de ella. Alana le dice que tiene veinticinco años y que no se haga ilusiones. Sin embargo, inician una relación de amistad que no esconde que se trata de un amor complicado, quizá por ser el primero importante o, inicialmente, por la distancia de edad, que asoma como un muro —ella le deja claro que solo serán amigos, sin saber que se enamorará de él—. Lo cierto es que su amistosa intimidad les deparará encuentros y desencuentros, a cada cual más sorprendente, que fluyen sin aparente final, pues la juventud siempre es momento de empezar. Los cambios, los supuestos fracasos y éxitos, no son definitivos, solo son pasos que preceden a otros. ¿Sucede lo mismo con la relación de Alana y Gary? La suya se prolonga por todos esos momentos que componen Licorize Pizza, ya sea en la proximidad como en la distancia de una amistad/amor vital, rebosante de optimismo, de rebeldía, de confusión y de satélites extraños como el actor Jack Holden o el peluquero y productor Jon Peters, personajes que elevan la sensación de estar ante la evocación de dos colegas que llevan largo tiempo sin verse las jetas. Pues los momentos que se ven en pantalla bien podrían ser aquellos que la memoria retendrá y reconstruirá con el paso de los años; instantes que se fugan hacia un adelante todavía sin límites en el horizonte…
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