El mayor reclamo de Sneakers (Los fisgones) (1992) era contar con el protagonismo de Robert Redford, quien por primera y última vez compartía escenas con Sidney Poitier, otro de los grandes iconos del Hollywood de la segunda mitad del siglo XX. Pero eso no era todo para atraer al público a este entretenimiento hecho a la medida de Redford. También había anzuelo juvenil en la presencia de River Phoenix, que venía de protagonizar la más compleja e intimista Mi Idaho privado (My Own Idaho, Gus Van Sant, 1991). Además, al tratarse de un film lúdico, sin apenas más tema que divertir desde la intriga, se contó con Dan Aykroyd para darle un toque cómico y paranoico en su otra especialidad: las teorías de la conspiración. Y ya que se estaba tirando la casa por la ventana, había que presentar un villano a la altura de las circunstancias y este rol cayó en Ben Kingsley. Claro está que a la historia le faltaba algo; y ese algo era una presencia femenina elegante y atractiva que no desmereciese frente a Redford. Así que Mary McDonnell fue un buen fichaje para este thriller cuyo protagonismo se completa con David Strathairn y que fue realizado por Phil Alden Robinson, cuyo anterior trabajo tras las cámaras había sido la fantasía protagonizada por Kevin Costner Campo de sueños (Field of Dreams, 1989).
La trama de Los fisgones es sencilla, bastante eficaz, no se complica y se ubica en un periodo inmediato a la caída del bloque comunista, un momento de supuesta paz, pero que dejó intranquilos a quienes aplicaban el dicho “mejor malo conocido que bueno por conocer”. Resumiendo: el fin de la guerra fría dejaba al bloque occidental sin un enemigo concreto; sin olvidar que el mundo estaba cambiando a pasos tecnológicos que se abrían a la era de la información a raudales, cuyo torrente tiende a desinformar. El nuevo siglo se iniciaba antes de su comienzo cronológico y la geopolítica dibujaba un panorama diferente cuyo horizonte era complicado vislumbrar. El orden de medio siglo se derrumbó con la caída del bloque soviético y los agentes de ambos bandos veían su futuro “de patitas en la calle”. Las nuevas tecnologías empezaban a determinar el nuevo orden, algo que Los fisgones apunta en su inicio, en la introducción que Phil Alden Robinson ubica en 1969, cuando dos jovenes universitarios y activistas hackean los ordenadores de varias instituciones para repartir el dinero entre organizaciones activistas y necesitadas de impulso financiero. La suerte de estos amigos es dispar. Martin Brice logra evitar a la policía, mientras que Cosmo es arrestado y condenado a doce años de presidio. En el presente, Martin oculta su verdadera identidad bajo el apellido Bishop y se dedica a supervisar la seguridad de los bancos y de quien contrate a su equipo de expertos; pero el pasado le encuentra. La excusa para dar rienda suelta al entretenimiento asoma cuando dos supuestos agentes del gobierno lo chantajean para que trabaje para ellos y robe la tecnología desarrollada por el doctor Janek (Donal Logue), la cual, una vez robada, descubren que permite decodificar cualquier código cifrado, lo que supone que ningún secreto, ni siquiera los de Estado, esté a salvo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario