viernes, 8 de septiembre de 2023

Emiliano Zapata (1970)


La versión más conocida sobre la vida de Emiliano Zapata, y pienso que también la mejor, es la dirigida por Elia Kazan y protagonizada por Marlon Brando. En ella, el popular actor da vida al líder agrarista, pero su imagen en ¡Viva Zapata! (1952), la que le confiere al revolucionario, está más cerca de la leyenda, del mito y del ideal, que de la descarnada, sucia y sangrienta realidad que implica cualquier revolución armada. Si bien se toman aspectos de la historia y de la biografía del personaje, Kazan aleja su film del realismo para crear un retrato emocional del héroe a la fuerza. En la historia de Zapata expuesta por Felipe Cazals en su Emiliano Zapata (1970) también hay un héroe a la fuerza, pero, al contrario que el Brando, el personaje de Antonio Aguilar no establece simpatías con el público, probablemente porque el propio revolucionario se ve forzada a serlo y tampoco simpatice con el peso que carga, ni con los actos que se ve obligado a llevar a cabo. No lo hace por elección, sino por la obligación y la creencia, casi obsesión, de dar las tierras a quienes las trabajan. Para insistir en este punto, Cazals dota al levantamiento agrarista de belicismo, ajustándose en la medida de lo posible a los comportamientos belicosos y a la lucha de clases o de intereses; para ello emplea imágenes de mayor violencia y un discurso menos idílico que el de Kazan. Su Emiliano, el de Antonio Aguilar, pues también suya es la película, más que por ser el actor principal, por ser el productor y uno de sus guionistas —en el guion también participaron Ricardo Garay y Mario Hernández—, se ve, como el de Brando, obligado a levantarse en armas para defender lo suyo y lo de los suyos: la tierra que los hacendados y los caciques les arrebatan. Pero, a pesar de su matrimonio con Josefa, no se profundiza en las relaciones emocionales del personaje, salvo las que mantiene con la propia revolución. En todo momento es consciente de que debe emplear la fuerza, de que la muerte es una constante en su lucha y en su cotidianidad revolucionaria, y que existe una clara diferencia entre alguien que lucha por lo suyo y ser un bandido, que es de lo que le acusa el general Huerta. En todo caso, la perspectiva condiciona la interpretación de Justicia que cada uno de ellos asume válida. La justicia de los campesinos rebeldes y la de hacendistas, caciques y militares divergen; y tal divergencia establece límites. Para unos, los otros son los criminales y para los otros, aquellos; lo que lleva a las armas y al continuo derramamiento de sangre desde 1909 a 1918, periodo que abarca el grueso de Emiliano Zapata. Unos luchan por lo que les arrebataron y los otros por mantener su hegemonía y su poder intacto. La realidad de Emiliano obliga; se comprende desde la introducción que Casals realiza en un plano secuencia que concluye mostrando a un hombre que, tras ser torturado, se comprende que no va a rendirse, que su meta es llegar hasta el final o hasta lograr que las tierras sean devueltas a los campesinos. Primero lo intenta de forma pacífica, acude a la administración donde le desoyen. Nadie en el poder y con poder quiere escuchar las reclamaciones de los campesinos, de ahí que se levanten en armas y Emiliano se convierta en su general. En todo momento se muestra incorruptible, implacable, dispuesto a sacrificar su vida y la de cuantos sea necesario para lograr que “la tierra sea de quien la trabaja”. Sus métodos no son refinados como puedan ser los de Madero (Jorge Arvizu), en quien encuentran un aliado que podría devolverles lo que por derecho y legalmente consideran suyo, aquello que podría apartarles de la pobreza y de las condiciones esclavistas a las que les someten los caciques que les arrebataron la tierra y, con ella, la posibilidad de libertad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario