viernes, 15 de septiembre de 2023

Rebelión en las aulas (1967)

<<Toda nueva moda es una forma de rebeldía>>, afirma Mark Thackeray en Rebelión en las aulas (To Sir, with Love, James Clavett, 1967). Quizá sus palabras fuesen ciertas antes de que toda nueva moda girase exclusivamente alrededor del dinero o de una intención uniformadora. En todo caso, dudo que hoy pueda hablarse de moda en un sentido transgresor, puesto que las nuevas modas carecen de poder de transgredir, al ser prácticamente nulas a la hora de cuestionar el orden. No lo rompen. En Estadística, moda es la marca de clase que más se repite; y la repetición depara la costumbre, lo aceptado como referencia o como modelo; se afianza en el orden. En nuestro anteayer medieval, la moda se anclaba en la aparente quietud, en el no cambio, hasta que se producía un fenómeno que lo cambiaba todo antes de establecer un nuevo modelo aparentemente inamovible; pero, de un tiempo a esta parte, la moda surge a cada hora; cobra un sentido de breve temporalidad y se relaciona con el negocio, las formas de impacto inmediato y la homogeneidad instantánea. No se plantea su origen, ni el porqué ni el para qué surgen. Ya no son impactos que tambalean el orden y que se generalizan en la calma que les sigue, sino que ya surge como fenómeno global y carente de la amenaza de desorden. ¿Qué fue del vértigo como el que supuso el giro copernicano? ¿Y del inconformismo juvenil que lleva a protestar y rebelarse contra el modelo heredado? La juventud, de natural rebelde, ¿ha perdido su rebeldía? Lo dudo, la rebeldía está y estará ahí, en algún lugar, pero dónde o transformada en qué. Quizá confundida entre la apatía, el pasotismo o el exhibicionismo dominante no solo en los más jóvenes, sino en los adultos o en las vanguardias, cuya chispa siempre se apaga en su combustión espontánea. Cualquier vanguardia no tarda en ser aburrida, cuando, inevitablemente, se transforma en retaguardia, en chiste de sí misma, en moda. Lo nuevo se transforma en lo viejo, las modas quedan atrás y las hay delante; no dudo que las haya, pero ¿qué sucede con ellas y qué sucede con los cambios que se le atribuyen? ¿Son tan veloces que parecen no producirse? Quizá sea como expresa el viejo gatopardo y todo cambie para que nada lo haga; o dicho matemáticamente, que el giro sea de 360º. ¿Y dónde nos deja eso? En el mismo lugar, pero algo más mareados. Pero valga para serenarse el tema que abre (y se repite en varios momentos más) Rebelión en las aulas, cantado por Lulu, quien, aparte de triunfar con la canción, debutaba en el cine dando vida a una de las alumnas del señor Thackeray, el profesor inmortalizado en la pantalla por Sidney Poitier, un docente en su momento transgresor y, pasados los años, igual de humano que ayer e igual de preocupado por el futuro de su alumnado.

Producida, escrita y dirigida por James Clavell, Rebelión en las aulas cuenta con el protagonismo absoluto de Sidney Poitier, que de algún modo hereda el rol de Glenn Ford en Semilla de maldad (The Blackboard Jungle, Richard Brooks, 1955), en la que el actor encarna a uno de los jóvenes alumnos a los que el profesor intenta hacerles comprender que la educación es su oportunidad. Ahora, en Rebelión en las aulas, Poitier, ya convertido en una de las grandes estrellas de la pantalla, es quien debe enfrentarse al desorden y a los problemas juveniles, en una escuela de secundaria en un suburbio londinense. Es su primer puesto docente, en realidad, no lo ha aceptado porque le guste la enseñanza, sino porque, como él afirma, <<tener trabajo está bien>>; y el de docente promete ser una mejora momentánea, hasta que consiga el puesto de ingeniero para el que ha estudiado. Con anterioridad había trabajado sirviendo mesas, de cocinero, friegaplatos y lavacoches, trabajos al alcance de alguien que, sin recursos, decidió estudiar y seguir estudiando. Era su único modo de evolucionar y aspirar a una vida mejor, pues, cuando era de la edad de sus alumnos, no sería muy diferente a chicos como Denham (Christian Roberts) y Potter (Christopher Chittel), quizá tampoco diferiría del personaje que encarnó en Semilla de maldad, un muchacho de la calle obligado a superar obstáculos raciales, económicos, familiares y sociales.

En su primer día de clase, Mark Thackeray descubre que tiene delante a un grupo conflictivo, pero todavía no se plantea qué recursos le quedan a un profesor en su situación, la de guiar un aula indisciplinada, conflictiva, retadora, incluso violenta. Pronto comprende que el respeto no se gana ni reside en la autoridad que supuestamente confiere el ser profesor frente a los alumnos, como creen algunos docentes que confunden “respeto” con sometimiento por miedo a la supuesta imagen autoritaria. El respeto es otra cosa y se consigue de otro modo: conociendo y reconociendo en el prójimo a la persona, al igual y diferente al uno, a quien incomprendido, quiere ser comprendido. Por lo tanto, imponer por la fuerza no es solución. Thackeray lo sabe aunque, por un instante, pierda el control. Es un instante crucial que le permite replantearse cómo ganarse el respeto y la confianza de esos hijos e hijas de hogares conflictivos y sin un futuro a quienes quiere ayudar. Es complicado, pero quizá no imposible, a pesar de que lo pongan al límite y le tomen la delantera hasta que halla la estrategia adecuada: tratarles como adultos y hablarles como tales, guiarles hacia esa nueva etapa que les aguarda fuera, una desconocida y que quizá les asuste porque saben que ninguno de ellos tiene por delante un camino de rosas.

Tampoco extraña la rebeldía juvenil, menos aún la de jóvenes ante un futuro incierto, para ellos casi inexistente, y para nuestra época ya pasado. El profesor asume el control, ya no duda y expresa lo que pretende. Fuera libros, ya que estos no les sirven para el mundo al que accederán en pocos meses. Así les pone sobre la mesa su intención y el <<Comportamiento general>>, que va a exigirles. <<Primero las señoritas. Deben demostrar que merecen y aprecian las cortesías que les vamos a enseñar. Pronto lo que les interesará será un novio y el matrimonio. Pero a los hombres no les interesan las mujerzuelas y solo el peor se casaría con vosotras. La competencia para conseguir un marido como es debido es dura. Luego los hombres. Os aseguro que he visto basureros más limpios. La limpieza es una cualidad de la mente, como el valor, la honradez y la ambición. Si queréis llevar el pelo largo, lávaooslo o de lo contrario criareis piojos y olerá mal. Pronto lo que más lo que más os interesará serán las chicas y les resultaréis más atractivos con la ropa, los zapatos, la cara, las manos y los dientes limpios. Bien, ¿alguna pregunta?>> Para nuestra época, su discurso puede resultar chocante, pero Rebelión en las aulas no se hizo hoy, sino ayer, en uno previo a 1968, pero en el que ya la juventud empezaba a liberarse y a distanciarse del orden de la generación de sus padres y de sus abuelos. En ese ayer, Thackeray es un profesor revolucionario, con él se produce un cambio, ya que logra conectar con el alumnado, que empieza a ver en él no a un enemigo, sino alguien a quien abrirse, como corrobora que sientan curiosidad: <<¿De que vamos a hablar, señor?>>, le pregunta Palmer. <<De la vida, el trabajo, el amor, la muerte, el sexo, el matrimonio, la rebeldía, de todo aquello que queráis...>>, contesta el docente. No será sencilla, pero sí será una experiencia reciproca en la que Thackeray también aprende y acaba descubriendo que le gusta la docencia, a la que no tenia pensado dedicarse hasta que Pamela (Judy Gerson), que se enamora platónicamente de él, Denham, Barbara (Lulu), Potter y el resto de adolescentes rebeldes se cruzaron en su camino y él, en el suyo.



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