martes, 19 de septiembre de 2023

Portero de noche (1973)

La casualidad llevó a Dirk Bogarde a ver Galileo (Liliana Cavani, 1968), la película que aquella noche estaban emitiendo en una cadena de televisión francesa. Las imágenes llamaron su atención y removieron su memoria. Conocía el nombre que estaba leyendo en los títulos de crédito. Lo había visto con anterioridad en alguna parte. ¿Dónde? De pronto, recordó la pila de guiones recibidos y desechados, sin apenas ojearlos, durante los últimos dos años. Había decidido apartarse del cine y de su ritmo estresante de vida, pero en aquel instante, la necesidad económica apuraba y lo que vio en la pantalla le convenció de que era el momento de regresar a la actuación. Habían pasado dos años desde el rodaje de Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971) hasta aquel momento en la soledad de su salón y de su búsqueda entre los guiones rechazados e ignorados. Como sospechaba, allí encontró aquella historia que a simple vista le había parecido una más sobre individuos raros. Temía que le encasillasen en ese tipo de personajes, pero recordaba que había algo más en aquellas páginas tituladas Il portiere di notte. El nombre de la autora era Liliana Cavani, el mismo que firmaba la película que acababa de ver sobre Galileo Galilei. Leyó el guion y confirmó sus sospechas: en aquellas páginas había algo más que lo aparente. Había una historia de amor que le gustaba, al menos él consideraba amor a la relación entre su personaje y el de Charlotte Rampling, y esa impresión le decidió a contactar con la directora italiana. El resultado de aquel encuentro fue Portero de noche (Il portiere di notte, 1973), una película que también se desarrolla a partir de una casualidad: el inesperado reencuentro de Max (Dirk Bogarde) y Lucía (Charlotte Rampling).

Corre el año 1957, doce años después de la conclusión de la guerra y del descubrimiento de los campos de exterminio nazis donde ambos coincidieron la última vez que se vieron. Entonces, ella era una prisionera y él, un oficial de la SS que aprovechaba su autoridad para dar rienda suelta a su excitación. La forzaba y sometía, pero al tiempo algo sucedía en él, una especie de dependencia. Así surgió su relación más allá de la víctima y el victimario, más allá del horror y del dolor, en un terreno quizá sadomasoquista, quizá a las puertas de un amor diferente. Su reencuentro revive el pasado, pero se invierte en el presente, pues, en una relación de dominio y sometimiento, ¿quién domina y quien se somete? Acaso ¿no son ambos extremos el reflejo de lo mismo? El dominador es sumiso y el sumiso se trasforma en dominador —tema que Roman Polanski desarrolla en La Venus de las pieles (2013)—, puesto que quien somete necesita alguien a quien dominar, lo cual lo transforma. Domina en la apariencia, pero al tiempo es dominado. Bajo la piel de Max existe la culpabilidad y la necesidad, y esta última solo se calma con Lucía, a quien llama “su niña” al recordar el pasado en el que ella fue la víctima a someter, pero no una más entre tantas, sino, de alguna manera, quien le influyó de tal modo que no ha podido olvidarla. Más o menos, esto sucede en Portero de noche, después de que Lucía y Max se reconozcan en el hotel donde la memoria devuelve el pasado común al presente. En realidad, no lo devuelve, pues ese tiempo pretérito ha estado ahí desde la guerra. Les ha acompañado hasta ese momento en el que vuelven a cruzarse. Lucía, única superviviente de Max, ya no es la joven que fue objeto de deseo, de los abusos y de la manipulación llevada a cabo por el oficial de la SS, que se hacía pasar por doctor para experimentar, excitarse y satisfacer sus deseos y perversiones. Ahora, él se oculta en el anonimato y ella es la única que puede declarar en su contra y poner en peligro al grupo de nazis al que Max pertenece y que se oculta en la sombra, entre los ciudadanos corrientes y respetables.

¿Cuántos nazis y simpatizantes, privilegiados durante el totalitarismo nacionalsocialista, se vieron obligados a huir, o a esconderse en la nueva normalidad, tras la caída del “III Reich”? ¿Cómo lo lograron o cómo se les permitió lograrlo? La mayoría pasaron al anonimato, aceptando que su rol dominante había concluido; otros aguardarían el momento de recuperar lo perdido, como alguien dice en la reunión del grupo de nazis en el hotel. Y para Max, lo perdido se reduce a esa mujer que reaparece en su vida. Quizá sea amor, como apunta Bogarde cuando habla de una historia amorosa, pero ¿qué es el amor, o mejor dicho, qué entiende cada persona por amor? En el caso de Max y Lucía, ¿un nudo irrompible como el suyo, de deseo, excitación, sexo, enlazado con el pasado y sin futuro aparente? ¿O sienten algo más? En todo caso, ¿cómo definen el amor? Hay una definición de Bertrand Russell que expresa que <<el amor es una experiencia en la que todo nuestro ser se renueva y refresca como las plantas cuando llueve después de la sequía. En el acto sexual sin amor no hay nada de esto>>. (1) El encuentro, ¿les renueva y refresca? ¿Se puede hablar de amor en su acto sexual y en su relación, nacida del sometimiento, la violencia, el sufrimiento? Lo que parece evidente es que su contacto (en el presente) refuerza ese nexo del pasado, que ahora, en su reencuentro, para ellos resulta vital y al tiempo se antoja destructivo, por todo cuanto implica: la posibilidad de sacar a la luz ya no solo los crímenes del pasado, sino el destapar y sacar a la luz la existencia y convivencia de antiguos nazis dentro de la comunidad. En uno de sus ensayos, Erich Fromm escribe que <<por lo que se refiere al amor, todo estriba en saber qué se entiende con esa palabra>>, cierto, aunque, más allá del significado que cada quien quiera darle, <<el amor se funda en la igualdad y la libertad>>. (2) Pero Portero de noche no solo es la historia de un romance imposible, sino también la del fascismo encubierto, el que de algún modo sobrevivió a la guerra, se ocultó en la sombra y, en algunos casos, permaneció en las esferas cercanas al poder y es ahí donde Caviani encontró su mejor baza.


(1) Bertrand Russell: La conquista de la felicidad (traducción de Juan Manuel Ibeas). DeBolsillo, Barcelona, 2012

(2) Erich Fromm: El miedo a la libertad (traducción de Gino Germani). Paidós, Barcelona, 2011.

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