Milanés, hijo de un lechero, criado en un barrio violento, Luciano (Robert Hoffmann) aspira a otro tipo de vida. Es un joven a quien le gusta el lujo y la buena vida, y no le importa delinquir para lograr ambas. Inspirada en la vida de Luciano Lutring, conocido por Il solista del mitra, Ugo Pirri y Carlo Lizziani escriben el guion llevado a la pantalla por el segundo en Frente al amor y a la muerte (Svegliati e uccidi, 1966). El resultado es un film pasional y violento, sensacionalista como los titulares que encumbran al protagonista a lo más alto de la criminalidad, que narra el romance al límite de Yvonne/Cándida (Lisa Gastoni) y Luciano, así como la carrera criminal de este último. Joven de clase trabajadora, las aspiraciones de Luciano consisten en pasarlo lo mejor posible sin pegar palo al agua, tomando aquello que se lo permita y sintiéndose el dueño del mundo, del suyo, uno tan pequeño que le viene grande cuando fuerzas ajenas a él entran en juego. Respecto a la criminalidad del protagonista, Lizziani deja claro que su delincuente es un don nadie, atrapado entre la violencia de su elección de delinquir y el entorno donde solo es una marioneta sin importancia, un tipo prescindible con un final predecible. La historia de Frente al amor y a la muerte se desarrolla desenfrenada entre el amor a quemarropa, en el que Yvonne, la máxima protagonista del film (y también el personaje más positivo, aunque se vea en la tesitura de engañar a su marido para salvarle), desea a toda costa salvar a Luciano, incluso, para salvarle la vida, traicionándole entregándole a la policía, y la criminalidad en la que se descubre la turbiedad y la ambigüedad del inspector Moroni (Gian Maria Volonté) o de la policía internacional, de los delincuentes que aprovechan el nombre de Luciano para dar sus golpes, de la televisión y la prensa escrita, cuyo sensacionalismo no informa de los hechos, sino que inventa la realidad que conviene a sus intereses: el aumento de las ventas y el control de la realidad; el poder de transformarla en otra. Los titulares del periódico cambian la imagen de Luciano, omiten que se trata de un ladrón de poca monta, le inventan un apodo pegadizo y lo convierten en una especie de enemigo público número uno. Algo similar podría decirse del programa televisivo, al que solo le importa los índices de audiencia y, para elevarlos, saben que no hay nada mejor que vender la vida de otros, de ahí que insistan y paguen a Yvonne para que salga en antena. En su inocencia y en su amor, ella acepta. ¿Qué no estaría dispuesta a hacer para salvarlo? Pirro y Lizzeti no justifican a sus víctimas, pero sí critican el sistema que les acorrala y empuja a Luciano a ser lo que inicialmente no es: “el solista de la metralleta”.
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