martes, 3 de agosto de 2021

Mi Idaho privado (1991)


Si la vida es sueño y pesadilla, ¿qué es real o a qué llamamos realidad? ¿Es para todos la misma o depende del lugar que ocupe el sujeto? ¿O de un punto de partida del que uno apenas se distancia, por mucho que se aleje o crea alejarse? “Hacia dónde vamos” es una pregunta sin respuesta única, incluso es una pregunta que, en la mayoría de vidas, se antoja innecesaria, si aceptamos como válidos los versos de Antonio Machado, <<Caminante no hay camino, se hace camino al andar>>. Pero ¿qué sucede si el andar te lleva a ninguna parte o de regreso al punto de partida? Eso parece que sucede al drogadicto de Drugstore Cowboy (1989), que, tras decidir desintoxicarse, irónicamente concluye sus andanzas camino de un hospital donde sabe que lo atiborrarán de drogas, y al joven narcoléptico interpretado por River Phoenix en Mi Idaho privado (My Own Private Idaho, 1991), quien, condenado al eterno retorno, regresa una y otra vez a la carretera donde, según quien mire, duerme o despierta a la soledad y a la pérdida que se mitigan momentáneamente en compañía de Scott (Keanu Reeves), su objeto de deseo, su apoyo y el amor “platónico” dentro de su sueño o recorrido (in)existencial, puesto que Mike (River Phoenix), el chapero inocente y durmiente, huye de su presente de desarraigo y sueña con su madre, apenas la imagen borrosa y añorada del amor protector, y quizá una salida que le muestre la entrada al lado luminoso del sueño prometido e incumplido.



Retomando la homosexualidad que había abordado en Mala noche (1985), su primer largometraje, el desarraigo y perdedores que podrían campar por Drugstore Cowboy e inspirándose en la obra de William Shakespeare Enrique IV —uno de los dramas que Orson Welles adaptó en la espléndida Campanadas a medianoche (Falstaff/Chimes at Midnight, 1964)—, Gus Van Sant llevó Mi Idaho privado a la periferia tras la cual asoma el otro lado del “sueño americano”, un espacio sin brillo, sin héroes ni heroínas, sin apenas esperanza para los desubicados que lo pueblan, vagabundos, olvidados y desterrados del orden establecido, jóvenes que se venden a la espera de oportunidades que no llegarán y soñadores del extrarradio como Mike, quien nunca ha salido de esa carretera (vital) en algún lugar de la nada donde sueña vida y alcanza marginalidad: la imposibilidad de pertenecer al otro lado del margen, a la comodidad de donde procede Scott —quien asume rasgos del príncipe Hal de la obra de Shakespeare—, un lugar de lujo y de bienestar que este abandona para revelarse contra su padre, el alcalde de la ciudad, y así, momentáneamente, vivir la aventura de vagabundear las calles ejerciendo de chapero y acompañando a Mike, su amigo y su enamorado, en un itinerario tan onírico como marginal y, en ocasiones, sobre todo a raíz de la aparición del viejo Bob (William Richart) —el Falstatt de Van Sant— y su relación con Scott, de atributos shakespearianos.




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