Nada hay permanente en la naturaleza, salvo la muerte, quizá por eso Werner Herzog no se detiene en un solo lugar ni en una única época para dar forma a sus documentales. Viaja por el mundo y por un tiempo entre la historia, el mito y la prehistoria. La curiosidad y la fascinación que siente por el individuo y la naturaleza son, en cierto modo, insaciables. Sus documentales lo testimonian. Evidencia comunión y atracción por individuos en situaciones extremas —él mismo se posiciona al filo de lo imposible—. Los busca, los relaciona con el medio, los estudia, los mira, más que admira y, en ocasiones, le sorprenden. Esa curiosidad y esa fascinación lo aventuran a caminar sobre el hielo y el fuego, convertido en una especie de antropólogo aventurero que, con su cámara y sus colaboradores, se adentra en espacios naturales fuera de lo común. En ellos observa y descubre, interactúa con el medio natural y se transforma en otro sujeto de estudio. No obstante, en Dentro del volcán (Into the Inferno, 2016) hay otro individuo que llama su atención. Es el vulcanólogo Clive Oppenheimer, con quien inició una relación de amistad diez años antes de viajar por distintos lugares del mundo para filmar Into the Inferno, cuando rodaba en la Antártida Encuentros en el fin del mundo (Encounters at the End of the World, 2006). En ambas producciones, los volcanes están presentes —el cineasta cuenta que fue en el monte Erebus, rodando Encuentros en el fin del mundo, cuando en cierto modo empezó a rodar Into the Inferno—, pero Herzog no solo recorre e investiga diversos lugares del globo donde encuentra volcanes activos e inactivos —isla de Tanna (en Vanuatu), Indonesia, Etiopía, Islandia, Corea del Norte—, por curiosidad científica, sino que le interesa cómo influyen en las diversas sociedades y culturas que se ven afectadas por la proximidad volcánica.
<<Aunque había un motivo claramente científico para el viaje, lo que perseguíamos, en realidad, era el lado mágico, los demonios y los nuevos dioses. Este era el camino que habíamos trazado para seguir por muy raro que pudiera llegar a volverse en el futuro>>. La voz de Herzog acompaña a la de Oppenheimer, encargado visible de guiarnos por el recorrido que deambula por la magia y la ciencia aludidas por el cineasta alemán, también por las costumbres condicionadas por la actividad y cercanía volcánicas. Pero más que respuestas científicas, Herzog busca el cómo los volcanes afectan en la cotidianidad de los distintos pueblos. Igual lo hace mostrando los centros de observación en Indonesia que trasladándose a una depresión en Etiopía donde nos muestra un yacimiento arqueológico en el que se encuentran fósiles humanos de unos cien mil años de antigüedad. A lo largo de los minutos de Into the Inferno, habla de diferentes erupciones, del peligro que entrañan, de la importancia de las salidas de magma que contribuyeron a la formación de la atmósfera e incluso nos habla de otras formaciones: la divina, en Tanna, o la política, la dictadura de Corea del Norte, divinizada por su propaganda a partir del mito del nacimiento del pueblo coreano en las inmediaciones del volcán, inactivo desde hace más de mil años. Ese montaña permite al documentalista acercarse a una sociedad hermética, ajena al exterior, convertida en la imagen de un país-templo que rinde tributo e idolatra a su líder y dictador “divino”antes de cerrar el círculo iniciado en Vanuatu regresando al archipiélago donde concluye aludiendo a nuestra insignificancia respecto a la naturaleza, siempre ajena a la presencia de los <<insípidos humanos>> que pretenden controlarla, estudiarla, divinizarla, manipularla o explicarla.
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