viernes, 13 de enero de 2023

El gran Lebowski (1998)


Imagino a los Philip Marlowe y Sam Spade literarios, incluso los cinematográficos interpretados por Humphrey Bogart, Dick Powell o Robert Mitchum, deambulando su personalidad mientras trabajan en casos complejos que van desvelando los trapos sucios del entorno poblado por hombres y mujeres definidos por su ambigüedad y sus ambiciones, por sus deseos y sus frustraciones. Esos detectives duros, cínicos y pasotas, muy suyos, en ciertos aspectos serían similares a “El Nota/The Dude” (Jeff Bridges), pues, de vez en cuando, también ellos reciben palizas, aceptan encargos que les complica la existencia y son seducidos por mujeres fatales o independientes, quizá alguna letal o que, como Maude (Julianne Moore), solo quiera de ellos sus espermatozoides. A este personaje, que reniega de su nombre, Jeff Lebowski, porque ningún nombre le identifica ni le da identidad, y a quien nada parece meterle prisa, lo definen como un vago y un “tirao”, pero, en realidad, mejor sería decir de él que se trata de un espécimen en peligro de extinción y que, como los sabuesos de ficción arriba señalados, también es un superviviente que se niega a formar parte del engranaje de un sistema que devora y elimina el “yo”, obligando al individuo a vivir de prisa, a no ser él, a producir para otros, a vender y a comprar, a ser un autómata más dentro de la compra-venta a la que el protagonista de El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel y Ethan Coen, 1998) no juega; prefiere hacerlo a los bolos y saborear el combinado “ruso blanco”, mezclado mejor que agitado, por aquello de no perder la calma.


Pero “El Nota” y los investigadores privados señalados también serían diferentes, ya que el primero no es un detective y su mayor ambición pasa por seguir vagueando y jugar a los bolos junto Walter (John Goodman) y Donny (Steve Buscemi). Su ambición de no hacer nada, es decir, de hacer cuanto le venga en gana, de hacer aquello que sale de él mismo, es una ambición a la que muchos aspiran y a la que pocos acceden. “El Nota”, sí. Lo demuestra con creces, lo logra en todo momento, cuando recibe palizas, cuando no escucha, cuando se coloca, incluso exhibe su autenticidad en su pereza a discutir, al comprender que nada de lo que diga cambiará el discurso de quienes le atizan, gritan, contratan o usan para fines que no cuentan con las emociones y sentimientos del protagonista de esta ya mítica comedia de los hermanos Coen, Ethan y Joel. Prefiere la ironía, el decir “vale, tío”, y luego hacer lo que considera oportuno, como llevarse la alfombra que le mete de lleno en el embrollo que se inicia un poco antes, cuando los matones enviados por el productor porno Jackie Treehorn (Ben Gazzara) le orinan la suya, tras confundirlo con el gran Lebowski (David Huddleston), un supuesto millonario casado con Bunny (Tara Reid), la joven ninfómana a la que puede que hayan secuestrado o hacia eso apunta el mensaje que el marido muestra a “El Nota”. El “gran” contrata al “tipo” para que sea el intermediario en el pago del millón de dólares de rescate, pero algo no sale como espera, porque recibe la desequilibrada ayuda de Walter, su inseparable e inestimable compañero de bolos, de filosofía, para nada nihilista, y de fatigas.



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