domingo, 15 de enero de 2023

Drive My Car (2021)


Los títulos de crédito de Drive My Car (Doraibu mai kâ, 2021) se insertan después de cuarenta minutos de película que sirven a Ryusuke Hamaguchi de introducción de un film de tres horas de metraje, pausado, humano, íntimo, en el que el viaje no es físico, aunque haya un automóvil que conducir, sino psicológico, emocional, de superación del dolor y de la pérdida, de encontrarse, reconocerse y conocerse. Todo viaje de este tipo suele arrancar con una crisis existencial, agudizada por la aflicción, el distanciamiento y el desconocimiento, aunque no se exteriorice o no sea reconocida de forma consciente por quien la sufre y se pone en marcha para avanzar hacia un punto distinto al que observamos antes de iniciar su transitar. Respecto a esto, la odisea existencial de Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) no es diferente. En los relatos escritos y reunidos por Haruki Murakami en Hombres sin mujeres, la presencia de estas es total, aun en su ausencia, quizá más en su ausencia, tal como sucede con Oto (Reika Kirishima), fallecida al final del prólogo de la película, sin presencia física en la obra literaria, en la que asoma en la mente y en la conversación que Kafuku mantiene con Misaki, la silenciosa conductora que contrata tras el accidente automovilístico en el que le descubren síntomas de glaucoma. Ellas son quienes se convierten en el centro de la vida de hombres como el protagonista de Drive My Car, perdido tras la muerte de su mujer, desorientado, afligido.


Tras la introducción, que podría dar para otra historia, la de Kufuku avanza dos años y se sitúa en Hiroshima, durante la preparación del montaje teatral de El tío Vania, la obra de Antón Chéjov que no se atreve a protagonizar, solo piensa dirigirla, una obra que escucha una y otra vez en su automóvil, en la cinta que Oto le grabó. De ese modo, pronuncia el texto que corresponde a Vania y escucha las réplicas en la voz de la difunda, lo que también le permite continuar hablando con el ser perdido, el fantasma que viaja con él hasta ese presente en el que la reaparición de Takatsuki (Masaki Okada), el joven amante de Oto, uno de ellos, y de Misaki (Tôko Miura) terminan por despertarle.


El montaje teatral como excusa narrativa no es novedad en el cine, un ejemplo espléndido es Vania en la calle 42 (Vanya on the 42nd Street, Louis Malle, 1994), Hamaguchi lo emplea para desmarcarse del relato y desarrollar su propia historia, la cual, aunque en esencia permanece fiel a Murakami, se aleja del texto para darle formas propias, personajes, espacios y una narración en tiempo presente. De este modo, el cineasta evita recurrir a una voz omnisciente que introduzca el pensamiento que el narrador del relato literario nos acerca en la lectura. En su mezcolanza de Ozu, cuya buena sombra continúa proyectándose sobre algunos cineastas japonés actuales, influencias occidentales, Chéjov y Murakami, Hamaguchi decide que sean las imágenes, el silencio, la quietud de la cámara, el pausado acercamiento de los personajes y los diálogos los que nos hablen de la interioridad de sus protagonistas, individuos perdidos en busca de encontrarse. Hacia el final, Drive My Car se distancia totalmente de lo expuesto por el escritor en sus páginas e intenta buscar, a través del viaja a Hokkaidō y de las palabras de Misaki, una cura que sane el dolor y la aflicción emocional que Kufuku lleva padeciendo desde antes de la muerte de Oto.



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