sábado, 28 de enero de 2023

Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005)


Texas y el western mantienen una relación cinematográfica envidiable en películas que transitan el espacio texano, reconocible en la pantalla, donde tantos cineastas han desarrollado las características formales del género. De hecho, salvo míticas excepciones naturales como el Monument Valley (Utah-Arizona), al que fue asiduo el western de John Ford, se suele considerar el texano el espacio recurrente del género, aunque a veces no sea la auténtica Texas la que asome en la pantalla —no sin razón, King Vidor decía que en el cine “un árbol es un árbol”—, incluso fuera de la coordenadas temporales habituales (siglo XIX), que ya no lo limitan. No fue el primero, ni el último, pero Tommy Lee Jones también transgrede el marco temporal clásico y ubica la acción de su segundo debut en la dirección de largometrajes —diez años antes había dirigido para televisión Viejos muchachos (The Good Old Boys, 1995)— a inicios del siglo XXI. De ese modo, viste Los tres entierros de Melquíades Estrada (The Three Burials of Melquiades Estrada, 2005) de western fronterizo contemporáneo y se adentra en dos espacios —a uno y otro lado de la frontera— para transitar por la emigración, el racismo, el aislamiento, la desolación, la penitencia y la redención que se combinan con las distancias que dominan las relaciones personales de sus personajes. El director estadounidense y Guillermo Arriaga, responsable del guión, proponen un drama en la frontera, lo que supone hablar de la línea divisoria imaginaria estadounidense y mexicana, un límite político que se empeña en diferenciar, generando la sensación de que separa dos mundos diferentes. Respecto a esto, la opción de Tommy Lee Jones, texano de nacimiento, y de Arriaga, natural de Ciudad de México, es la de acercar ambos espacios para mostrar que las diferencias son de forma (sobre todo, económica) y las psicológicas que crecen en las mentes de quienes ignoran y odian sin más razón que el odio y la ignorancia en sí.


Tanto el realizador como su guionista, no esconden que existe un rechazo feroz al emigrante, sobre todo, a los que se cuelan de modo ilegal por las líneas imaginarias que alguien, en algún tiempo remoto, dio en llamar fronteras. Cierto que este rechazo no es exclusivo de este espacio norteamericano, pero la historia filmada por Tommy Lee Jones se desarrolla ahí, en esa frontera humana necesitada de comprensión, acercamiento, redención. El recorrido fronterizo de este western pesimista, que encuentra en la muerte de Melquíades (Julio César Cedillo) y en la promesa de Pete su punto de partida, transita sin prisa, cabizbajo, triste, sin que la violencia sea artificial, sino enraizada en la estampa que se contempla en la pantalla. La aparición del cadáver del emigrante mexicano permite al cineasta/actor la puesta en marcha de su paso por la frontera, pero también su mirar a dos individuos diferentes, pero con aspectos comunes: Pete Perkins, el personaje de Tommy Lee Jones, y el interpretado por Barry Pepper, que da vida a Mike Norton, el joven agente fronterizo a quien descubrimos en su trabajo maltratando a los inmigrantes ilegales. Actúa según su limitada interpretación, sus prejuicios y el egoísmo extremo que le impide ver más allá de sus necesidades primarias; vive en su incapacidad humana de sentir por “el otro”, incapacidad que le aleja de Lou Ann (January Jones), a quien ve como objeto de disfrute sexual y poco más. Pero Los tres entierros de Melquiades Estrada no solo bascula entre dos espacios y dos personalidades, también lo hace entre dos tiempos: el presente y el pasado en el que se desarrolla la amistad entre Melquiades y Pete o las esporádicas que mantienen con Lou Ann y Rachel (Melissa Leo), dos mujeres que, al igual que ellos, buscan escapar de distancias que parecen insalvables. El resultado es un film que acerca dos mundos que se tocan y se separan en apenas una franja de arena y sol. Es el drama de la frontera, el de emigrantes a la fuerza —Mike será uno, aunque de recorrido inverso—, pues no abandonan su hogar por gusto, sino a disgusto, forzados por factores económicos, sociales o políticos que escapan a sus posibilidades.



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