lunes, 3 de octubre de 2022

Rosalía y el primer loco


Era una madre “instruida” y al tiempo cariñosa. Era una mujer con alma triste y generosa, una luchadora en su eterna enfermedad y en la derrota, una voz sincera que cantaba en versos y hablaba en prosa, pero sobre todo cantaba y hablaba con el corazón, a menudo herido. Uno de los grandes pesares de Rosalía fue la pérdida de dos de sus hijos, un niño, de un año de edad, y una niña, que nació muerta. En su última novela, El primer loco, ambientó la trama en su querida carballeira de Conxo (Santiago de Compostela), donde en 1856 se produjo el banquete al que acudieron obreros y estudiantes para brindar con versos de igualdad y libertad de la mano de los poetas Aurelio Aguirre y Eduardo Pondal mientras, en la ciudad, voces, exclamaciones y protestas reaccionarias tildaban de escándalo y de revuelta aquella ya mítica reunión. Quizá también la poetisa gallega estuviese allí; si no en cuerpo, sí en las mentes de esos compañeros de generación que rimaban las ilusiones que también eran las de la joven Rosalía. Las palabras de la poetisa suenan sinceras en cualquiera de sus poemas y de sus narraciones por la sencilla razón de que surgen de su alma. En ocasiones, me pregunto si son estrofas y líneas o estados de ánimo que fluyen fuera cobrando cuerpo en la suma de palabras que leo pensando en ella. De su obra se desprende y en ella se comprende que la vida humana no siempre está sujeta a la razón, ni siente la obligación de estarlo, máxime en alguien como esta admirable mujer que escribía sentimientos, emociones y reflexiones como la del fragmento que sigue, una reflexión que pone en boca de Luis, uno de los personajes de El primer loco, pero que indudablemente nace de su experiencia propia:


<<Existe algo en el hombre de todas las edades, que no se educa ni se ciñe por completo a las exigencias de la razón ni de la ciencia, así como suele sobreponerse también a todas las ignorancias y barbaries que han afligido y pueden afligir a la humanidad entera. Y este algo, es el exceso de sensibilidad y de sentimiento de que ciertos individuos se hallan dotados, y que busca su válvula de seguridad, sus ideales, su consuelo, no en lo convencional, sino en lo extraordinario, y hasta en lo imposible también. Ve si no, a una madre de esas que han sido perfectamente educadas, y que puede decirse “instruida”, pero que es madre cariñosa al mismo tiempo; mírala a la cabecera de su hijo moribundo, sin esperanza de poder volverle a la vida. Acércate a ella en tan angustiosos momentos, aconséjale el mayor de los absurdos en el terreno de las supersticiones, asegurándole que si hace lo que se la ordena, su hijo recobrará la salud, y verás como cree en tí y se apresura a ejecutar exactamente lo que a sangre fría hubiera condenado y ridiculizado en otra cualquiera mujer. Y si por casualidad su hijo volviese a la vida, aquella madre será supersticiosa en tanto exista, pese a su propia razón, y a cuanto haya de más material y contrario a esa fe ciega, que así puede devolvernos la perdida tranquilidad, como conducirnos por el camino de las mayores aberraciones.>>


Rosalía de Castro: El primer loco, pp 18-19. Alvarellos/Consorcio de Santiago, Santiago de Compostela, 2019.

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