La intención original era empezar este texto preguntando si alguien recuerda un siglo de la historia humana en el que no haya habido guerras. Pero, ¿para qué —me dije—, si se trata de una pregunta cuya respuesta es obvia? La humanidad ya se muestra belicosa desde antes de desarrollar la escritura, pero esas guerras eran la “infancia” —empezar a guerrear antes que a hablar— y su radio de acción de menor alcance que los grandes conflictos históricos. Estos últimos son cosa distinta a aquellos “infantiles”, aunque existan aspectos y orígenes que los acerquen: disputas territoriales, choques de ego y de creencias, intereses económicos... También se podría decir que, desde que tomamos conciencia de ser, la lucha nunca ha terminado, sino que ha derivado en otras y que solo se toma breves periodos de descanso, según el lugar y el momento, o que incluso en la calma existan en la clandestinidad. Tras la salida forzosa de España, Jorge Semprún se vio en el exilio. Apenas era un adolescente cuando, a los dieciocho años, se unió a la resistencia francesa y al partido comunista. Capturado por la Gestapo es encerrado en la prisión de Auxerre, antes de ser enviado al campo de Buchenwald. Sobrevivió y, concluida la guerra, continuó su lucha clandestina; entonces, contra el régimen franquista. De su experiencia en la sombra y en el partido comunista español en el exilio, saldría su primer guion, que también le serviría para poner fin con ese pasado militante que hereda el personaje de Yves Montand, cuya interpretación marca un antes y un después en la carrera del actor. Alain Resnais, el más comprometido (políticamente) de la nouvelle vague, fue quien le dio forma cinematográfica en La guerra se ha terminado (Le guerre est finie, 1966). El cineasta de El año pasado en Marienbad (L’année dernière à Marienbad, 1961) abordó un conflicto inacabado que no solo se limita a los tres años de la guerra civil española, a la que el realizador ya se había acercado brevemente en el espléndido cortometraje documental Guernica (1951). Pero el interés de Resnais recae en la intimidad del militante clandestino y en su conflicto con su partido. Durante una entrevista, el realizador recordó que le había dicho a Semprún que <<No se trata de hacer una película sobre España, porque está demasiado cerca de usted, y además yo no conozco nada de ella. Lo que me interesa es su experiencia de militante>>. Y así, el ya ex militante se convirtió en guionista y la película en una crítica intimista y reflexiva que despertó el inmediato rechazo de las autoridades franquistas y del comité ejecutivo del PCE de Santiago Carrillo.
<<Era en julio de 1966, a mediados de julio. La película que había escrito para Alain Resnais, La guerre est finie había sido oficialmente seleccionada para participar en el Festival de Karlovy Vary. La película ya había sido seleccionada, pocas semanas antes, para el Festival de Cannes, pero retirada de la selección francesa, en el último momento, por el Comité de Administración del Festival, sin duda para no tener problemas con España (quiero decir, con las autoridades españolas).
Pues bien, en Karlovy Vary pasó lo mismo, aunque por causas y presiones diferentes. Cuando llegamos al aeropuerto de Praga, en efecto, Alain Resnais y yo, la productora de la película, Catherine Winter, nos anunció que La guerre est finie había sido retirada de la competición oficial. En este caso, había sido el Comité Central del partido checo, a petición expresa y terminante del partido español, el que había exigido la retirada de la película.
En Karlovy Vary, a donde nos condujo directamente un automóvil, Alain Resnais y yo fuimos recibidos por Podleniak, el director de Festival. Visiblemente descontento y molesto, como alguien que cumple órdenes superiores —en un sistema en el que las órdenes superiores no pueden discutirse— con las que no está íntimamente de acuerdo, Podleniak nos comunicó que La guerre est finie no podría participar en el certamen propiamente dicho. Dirigiéndose a mí, me dio a entender las razones de procedencia española de esa imposibilidad. Pero la película sería proyectada fuera de concurso, en una sesión normal del Festival.
Así fue, y la proyección fue un éxito rotundo […] los cineastas checos, bajo la impulsión de Milos Forman y de Antonin Liehm, crearon un premio especial que fue otorgado a La guerre est finie.>> (1)
<<Uno de los temas esenciales de la película, ya se sabe, es precisamente la crítica de la consigna de Huelga General concebida como mero recurso ideológico, destinado a unificar religiosamente la conciencia de los militantes, más que incidir en la realidad. Se afirma en La guerre est finie la imposibilidad, hoy ya hasta el hastío comprobada, de organizar a fecha fija, en frío, y teledirigiéndola desde el extranjero por mediación de un aparato clandestino, una acción de las masas de envergadura nacional. Se afirma que la acción de las masas es autónoma y que, si el partido puede manifestarse en ella, como levadura y estructura coyuntural, nunca puede sustituirla.>> (2) Imposibilidad, exilio, partido, dictadura y clandestinidad son compañeras de viaje en la vida del militante comunista interpretado por Yves Montand, personaje que tiene mucho del propio Semprún, o más que con este, con Federico Sánchez, el nombre asumido por el escritor durante su militancia. El personaje, al igual que Sanchez hasta su expulsión del partido en 1964, todavía lucha contra el régimen militar que se levantó en armas contra la república española en julio de 1936. Ahora, en la década de 1960, vive en París, pero viaja en la clandestinidad a España, ejerciendo de enlace entre el comité dominado por Carrillo, que insiste en su fantasía de la Huelga Nacional Pacífica, y la realidad española. Resnais filma su ficción a partir de la experiencia vivida por el guionista, que había sido apartado del partido cuando empezó a criticar, junto con Fernando Claudín, la fantasiosa e improductiva política del politburó, critica similar a la que asume el personaje y la película. El director de Hirosima mon amour (1958) emplea una voz que es al tiempo narrador, conciencia y memoria en el transitar de un hombre cansado, pero que se niega a dejar de luchar en una guerra cada vez más irreal o más distante de la realidad. La suya, es una lucha en la sombra y en el silencio. ¿Cuántos nombres habrá tenido? ¿Cuántas vidas ajenas habrá vivido? Son algo más de veinticinco años de lucha clandestina, de vivir asumiendo identidades ajenas, durmiendo en camas y con mujeres distintas, viajando entre uno y otro lado de la frontera, sospechando y temiendo, consciente de que en algún momento alguien podría decir su nombre verdadero. ¿Carlos? ¿Domingo? ¿Diego? ¿Federico Sánchez o Jorge Semprún? <<A veces, cuando oigo mi nombre, me sobresalto>>, le dice el protagonista a Nadine (Genevieve Bujold) cuando esta, después de la escena de sexo que escapa de la realidad, le pregunta su nombre. Resnais no solo juega con el tiempo sino con la identidad, el pensamiento y la memoria, pues las tres están ligadas a ese recorrido existencial que el cineasta muestra en apenas un par de jornadas en la vida de Diego, aunque abarque décadas, algo que comprendemos por el uso de la narración, imágenes que rompen el momento (como si la mente del protagonista viajase a otro lugar, lejos de donde se encuentra), y de la voz en off que plantea interrogantes, apunta las situaciones y también la interioridad del clandestino. Aunque emplea espacios e iluminación naturales, Resnais logra escapar del realismo y del documentalismo e interioriza en Diego, en su relación con la realidad e irrealidad política, con su partido y los jóvenes leninistas que abogan por la acción violenta, con sus pensamientos, sus distintos yo o la ausencia de uno, y el compromiso sentimental que le une a Marianne (Ingrid Thulin) y viceversa.
(1) (2) Jorge Semprún: Autobiografía de Federico Sánchez. Editorial Planeta-DeAgostini, Barcelona, 1998.
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