martes, 25 de octubre de 2022

Lola (abuela) (2009)


Hubo y hay cineastas que intentan contar historias de su entorno, de su tiempo y de personas que pueden ser uno más entre la multitud. King Vidor en …Y el mundo marcha (The Crowd, 1927) o en La calle (The Street, 1931), Chaplin y su vagabundo u Ozu y sus historias cotidianas nos muestran realidades del día a día, aunque las situaciones a veces sean extraordinarias, aquellas que rompen la monotonía de la cotidianidad. Una de las cumbres del neorrealismo italiano encuentra en un jubilado a su protagonista, cuya humanidad rebosa y desborda. Con sensibilidad, pero con la determinación de mirar a los ojos de su personaje, Vittorio de Sica y su guionista Cesare Zavattini acompañan a Umberto en su ir y venir diario dando forma a una especie de crónica del desamparado, del jubilado que apenas sobrevive rodeado de la indiferencia y de la burocracia. Pero aquella Italia de 1950 no tiene que ver con las Filipinas de 2009, ¿o sí? Aunque los países y la época difieran, las personas siguen siendo personas. Sus necesidades básicas son las mismas y el dinero, su ausencia en los casos del protagonista de Umberto D y de las dos abuelas de Lola (2009), marca el deambular de los personajes por ciudades ajenas a su dolor. Según las situaciones que viven, ríen, lloran, sufren, celebran o deambulan buscando soluciones a los problema que se presentan en determinados momentos para trastocar sus existencias. Este tipo de cine, quizá no llene las salas comerciales, pero sí llena la pantalla con humanidad y cercanía. Viendo películas como Lola se comprende que el cine todavía puede ser reflejo de entornos reales y de vidas cotidianas, aunque algún suceso provoque que la cotidianidad dé paso a ese instante extraordinario que asoma en la pantalla y golpea a los personajes. Umberto D y Lola son dos films que afirman y confirman que no todo en el cine es espectáculo sin vida, misiones imposibles o vuelos supersónicos, sino que hay vida y veracidad emocional en el lento caminar de un pensionista italiano y de dos abuelas filipinas, heroínas cotidianas, por espacios depresivos donde la miseria no es la excepción, sino la regla.



En Tagalo, idioma mayoritario en Filipinas, nuestra abuela es su lola y esta palabra es el título escogido por Brillante Mendoza para su film, que apuesta por el ritmo lento, los rostros y las emociones humanas de sus protagonistas. Apuesta y gana, aferrándose a los sonidos y a las imágenes urbanas y humanas, prescindiendo de adornos y llevando a escena su planificación precisa y naturalista, tanto que, cuanto vemos, parece natural a la realidad representada. Mendoza asume dar testimonio de las odiseas de las dos abuelas y saca la cámara a la calle o la introduce en los espacios cerrados donde también las acompaña. El entorno urbano se presenta marginal y las situaciones apuntan que la vida humana parece haber perdido algo por el camino de una supuesta evolución: el asesinato del nieto de una de las protagonistas por un teléfono móvil, el robo de un bolso en el autobús o la aparente indiferencia ante el dolor de las ancianas. Las dos mujeres se encuentran en una situación que inicialmente las sitúa en polos opuestos, puesto que una es la abuela de la víctima asesinada y la otra lo es del sospechoso del homicidio; pero esa distancia es circunstancial. El cineasta no tardará en aclararlo; lo hará cuando se centre en ambas y nos muestre sus paralelismos. Un primer momento, hasta que se cambia de protagonista en la comisaría donde ambas se cruzan sin saber quiénes son, la cámara sigue a la lola de Jay Jay, el niño pequeño que la acompaña por los espacios que nos llevan desde el lugar del asesinato hasta la comisaría, montando en un autobús urbano donde se produce el robo de un bolso, y pasando por la funeraria, donde el negocio siempre está vivo, o al lugar donde trabajaba el fallecido. Todo ese recorrido muestra un espacio depresivo y pesimista, y a una mujer zarandeaba por los acontecimientos y la extrañeza que le produce la modernidad que apenas reconoce. Pero ella no se rinde. Su humanidad, sus valores, su responsabilidad y su amor la empujan en busca de hacer posible su intención de enterrar dignamente a su nieto fallecido. Tampoco se rinde la abuela Burgos, que hace lo propio para logra una segunda oportunidad para su nieto, encerrado en la cárcel. Mendoza se centra en ambas y mira cara a cara sus cotidianidades: la alegría de la captura de los peces que servirán de comida, el trabajo callejero, la indiferencia que se adueña del entorno urbano moderno, la adicción al televisor en el hogar, la miseria y la entrega incansable de estas dos heroínas, que no lucen traje ajustado, sino arrugas y piernas cansadas, cuya lentitud apunta los años de cargas acumuladas y de una vida de lucha y entrega, dedicada a los suyos, sin importar las condiciones materiales o climáticas, solo mantener a flote a sus núcleos familiares.




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