jueves, 6 de octubre de 2022

Los lunes al sol (2002)


La revolución industrial no llegaba para liberar a la humanidad, pero sí produjo una ruptura en la historia humana. Desde entonces se han ido quemando etapas hasta alcanzar la época actual. Dicho de otro modo, se ha pasado de la fijeza preindustrial a la fluidez en la que nada semeja permanente. Este intervalo parece corroborar que a cada periodo de bonanza le sucede una crisis económica y la depresión que agudiza otra crisis: la humana. Aunque lo dicho no es del todo correcto, pues nunca se ha llegado a un equilibrio real, que al tiempo libere y produzca, entre quien manda y el asalariado, que trabaja por una cantidad que a veces le permite sentirse dueño de su vida. Pero ¿y si pierde su empleo? ¿Su salario? Si aceptamos el vaivén, las épocas de crisis amenazan la cotidianidad laboral del trabajador, la que el propio sistema le exige y a la que le encadena para que pueda seguir enganchado a la producción, que evidentemente es indiferente a quien se queda descolgado. Estos altibajos económico-temporales son cada vez más frecuentes, provocando inestabilidad y precariedad laboral.



Para algunos, después de una lucha que no pueden vencer, similar a la perdida por los obreros de Los camaradas (I compagni, Mario Monicelli, 1963), llegan los despidos y las prestaciones, si tienen derecho a ellas. Nada se detiene; el tiempo y la sociedad continúan su marcha y en ellos crece la sensación de permanecer anclados en un espacio donde los días ya no son los mismos de antes. Ahora, son todos iguales. ¿Qué diferencia hay entre un lunes o un domingo, cuando les han apartado de la rueda y no logran volver a subir, porque a nadie parece preocuparles si viven o mueren? Cuando la cotidianidad fluye en el sentido deseado, no hiere ni abre la mente al abismo que amenaza cuando se rompe la estabilidad. Ahí, ya nada marcha. Es el momento de la impotencia, de la desesperación, de la pérdida, de una nueva monotonía en la que el dolor mental forma parte de la realidad que descubre al individuo frente a un mar de desesperanza, mirando un horizonte cada vez más cubierto de nubes de pesimismo. La ausencia de esperanza empiezan a cubrir la cotidianidad de los protagonistas de Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002), una desesperanza hiriente, silenciosa, una que no habrían sentido antes de ser despedidos y arrojados a la incertidumbre. En el presente de la película, firmantes del convenio laboral (que solo retardó su despido) como Rico (Joaquín Climent), han podido reinventarse con el dinero de la indemnización; otros como Reina (Enrique Villén), han salido del pozo y respiran momentáneamente en un nuevo empleo que temen perder. Algunos no han tenido la oportunidad y continúan a la deriva existencial que les aleja del bienestar predicado por el sistema que se desentiende de ellos.



Ahora son desheredados, ahora el pesar vive en ellos, forma parte de su “exilio” indeseado, donde comprenden que son parias atrapados en días iguales. No existe distinción entre jornadas laborales y el fin de semana, porque ambos conceptos han perdido significado. Donde ayer eran bien recibidos, hoy apenas son fantasmas. Antes sentían su identidad, ahora ven como les tratan como números en listas y estadísticas deshumanizadas. Son personas como Lino (José Ángel Egido), que se aferra a una mínima esperanza de reengancharse al progreso y desarrollo de los que ha sido expulsado, aunque, en realidad, se trata de una vida sin progreso ni desarrollo humano ni social o de un progreso sin vida. El mundo del que han sido expulsados Lino, Santa (Javier Bardem), José (Luis Tosar), Sergey (Serge Riaboukine) o Amador (Celso Bugallo) y tantos otros parados, prima el usar y tirar, pero también les procuraba el sueño de bienestar y la sensación de ser valorados. Se trata de un mundo tecnológico, indiferente al individuo, a sus necesidades y situaciones particulares. Deshumanizado, definido por su ausencia de sentimientos y emociones. Quizá eso le haga parecer cruel, sin embargo solo es eso: inhumando (perdidas, beneficios, burocracia, máquinas o tecnología no son atributos humanos). Algunas de sus máximas resuenan en un “trabaja, gana dinero; gástalo y disfruta del consumo mientras seas sujeto activo”. Pero, ¿y si ya no lo eres, o no sientes serlo como le sucede a José? Entonces, ¿qué?


El despido de doscientos trabajadores de un astillero precipita el drama cotidiano que se observa en Los lunes al sol, una tragicomedia (el film y la vida se encarga de aunar comedia y drama, y a veces tragedia) en la que el desempleo y la imposibilidad de reengancharse al mundo laboral merma la resistencia de esos amigos que sobrellevan sus días al sol intentando no perder la dignidad ni la esperanza, aunque sea en la desesperanza, porque ambas quizá sean lo único que todavía poseen. En el film de Fernando León de Aranoa no hay baile y aplausos a lo Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), no hay victoria pírrica que solucione el momento. Su humor no es optimista como el que domina la película de Cattaneo, es más acorde a la negrura de un presente sombrío que cala en sus protagonistas, personas que ya no se sienten valorados como humanos, aunque su humanidad desborde y se exteriorice en dudas y miedos, como los que distancian a José de Ana (Nieve de Medina), en la dignidad que empuja a Santa a lanzar la piedra a la farola o en la amistad que les ayuda a mantenerse a flote.




2 comentarios:

  1. Esta peli me gusta mucho. Es honesta y tiene una vocación formal que la hace ser arte

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    1. Opino lo mismo. Me parece una gran película y mucho se debe al tono escogido y a las interpretaciones, que dan credibilidad a los personajes y a las situaciones que viven y sienten.

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