lunes, 5 de marzo de 2018

El señor Esteve (1948)



Si hubo un cineasta español durante la posguerra que supo aunar en sus películas lo popular con los gustos personales ese fue Edgar Neville, cuyo cine se reconoce al instante en su humor irónico, en su costumbrismo, en su moderna mirada hacia el pasado, en personajes tan caricaturizados como entrañables o en la presencia de las calles de Madrid. Sin embargo en la dramática Nada (1947) y en la irónica El señor Esteve (1948) la acción se desarrolla en Barcelona: la primera en un momento puntual del siglo XX y la segunda a lo largo del XIX. Ambas adaptan a dos autores catalanes, Carmen Laforet y Santiago Rusiñol, y ambas exponen desde sus personajes aspectos de la realidad social del momento que narran. Pero donde Nada prioriza el drama y la crudeza de una época, El señor Esteve apuesta por la comicidad que mana del espléndido grupo de personajes que asoma por la pantalla, la mayoría de los mismos miembros de la familia Esteve. La trama de esta entrañable comedia, quizá una de las menos conocidas de Neville, se inicia mientras se produce el alumbramiento de Estevet, la tercera generación de los comerciantes de "La Puntual, casa fundada en 1800". Las tres generaciones de tenderos responden al mismo nombre, aunque al patriarca le llaman señor Esteve (Alberto Romea), a su hijo, Ramón (Manuel Arbó) y su nieto recién nacido, Estevet, a quien ya desde la cuna inculcan el amor-sumisión al oficio familiar. El señor Esteve nos pone en contacto con las costumbres de la época a través del ciclo vital de Estevet (Manuel Dicenta), a quien su abuelo, para que no tenga pájaros en la cabeza, le ofrece una educación mínima, solo sumar y multiplicar, lo justo para que continúe la tradición familiar y algún día asuma la dirección de "La Puntual". Ese día llega, Estevet se ha convertido en un hombre práctico, como deseaba su mentor. Ahora es el responsable de la mercería que lleva en la sangre y en el cerebro. Más allá de esto, nada sabe de la vida, del arte, que cree un oficio de perdidos, o de las mujeres. Su inocencia y su ignorancia vienen de la mano de los consejos de su abuelo, impagable personaje que también decide que ha llegado la hora de buscarle esposa. El señor Esteve, Ramón y Estevez nacieron para trabajar, para seguir la tradición, para casarse y tener descendencia que cuide La puntual, la familia y la ciudad. En definitiva, las tres generaciones han vivido sin hacerlo, pues nunca han disfrutado, pensado, llorado o reído. Ante todo, lo primero es el trabajo, máxima que el fundador del negocio traslada a los suyos, como también traslada a su nieto la idea de prolongar la saga. Estevet y Tomasa (Carmen de Lucio) traen al mundo a un nuevo trabajador de La puntual, aunque, desde niño, Ramonet (Carlos Muñoz) muestra su rechazo al oficio, su predilección por el dibujo y la lectura, que su bisabuelo rechaza, y por repetir la frase <<no quiero>>. Este <<no quiero>> que repite una y otra vez marca el futuro del niño, quien en su juventud se muestra ajeno a la pasión de sus familiares por ese pequeño negocio que se convierte en parte de sí mismos, más que en parte, en su todo. Para Estevet existen otras cuestiones que llaman su atención, como es su deseo de ser escultor. En él observamos a alguien torpe en el negocio y a alguien que rompe la tradición, siendo el detonante para que su padre experimente su mayor disgusto y la reflexión sobre su existencia, aquella que ha pasado sin llegar a vivirla.

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