Gravity (2013)
La novela Robinson Crusoe presenta a su protagonista atrapado en una isla deshabitada donde aflora su instinto de supervivencia, aquel que le permite sobreponerse y vencer al medio para, lejos de la civilización, crear un entorno acorde a sus necesidades. Allí alcanza la plenitud tras producirse sus encuentro con Viernes y allí crea su sociedad de dos. Uno tras otro fueron apareciendo tanto en literatura como en el cine similares al náufrago de Daniel Dafoe, que también se vieron envueltos en la soledad que marca su cotidianidad en espacios desérticos, la mayoría hostiles. Algunos solo viven la aventura, otros forman parte de las metáforas ideadas por los responsables de sus existencias y los hay en los que se unen divertimento y reflexión. Centrándonos en la ciencia-ficción cinematográfica encontramos en Robinson Crusoe on Mars (Byron Haskin, 1964) o en la más reciente Marte (The Martian; Ridley Scott, 2015) dos ejemplos de la lucha que el individuo mantiene consigo mismo y con las adversidades del medio donde sufren el aislamiento (encierro) y surge la necesidad de sobrevivir. Ese aislamiento y esa necesidad también están presentes en Gravity (2013), pero más que la supervivencia de su protagonista, el film de Alfonso Cuarón nos habla de su (re)nacimiento, de los instantes previos de soledad, dolor, miedo y de la aceptación de que al salir del túnel todo ello forma parte del breve suspiro que es la vida. El útero escogido por Cuarón para desarrollar su metáfora no se encuentra en el vientre materno sino en el espacio donde el silencio, el frío, la oscuridad y la inmensidad determinan el encierro embrionario de la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), así lo apuntan varios momentos de este trepidante drama espacial: el cordón que une a la protagonista a Matt Kowalski (George Clooney), cuyas tranquilizadoras palabras logran calmarla, la postura fetal de Ryan tras despojarse de su traje en el interior del ISS, la voz externa, los ladridos y los llantos de un bebé que escucha procedentes de la Tierra o la secuencia que cierra el film. Partiendo de esta interpretación, la película profundiza en la (auto)negativa existencial de Ryan, la cual es anterior a su encuentro con la cámara que la descubre trabajando en el exterior de la nave espacial. En ese instante forma parte de la misión que la aleja de su existencia terrestre, la cual ha perdido su razón de ser tras la muerte accidental de su hija de cuatro años. Aquel accidente ha provocado su no existencia, de modo que para ella sería igual estar perdida en el desierto, en una isla desierta, en el planeta rojo o a la deriva en alta mar que flotando en el espacio donde Matt, el piloto de la NASA que comanda la misión, órbita a su alrededor sin parar de hablar. En ese instante inicial, mientras repara el telescopio, Stone da la espalda al planeta que significa dolor y ausencia de respuestas a los interrogantes que surgieron de la accidental tragedia, pero a donde desea regresar cuando se produce el detonante que aviva su deseo de renacer a la vida, la cual, por breve que sea y el dolor que implique, es un bien que merece ser vivido. Gravity resulta al tiempo un film intimista que profundiza en las dudas del ser humano a través de su protagonista y un excelente entretenimiento de ritmo impecable, un ritmo que no decae gracias a la maestría con la que Cuarón equilibra drama, acción y reflexión. Su atractivo acabado y los efectos especiales se encuentran al servicio de la tensión que generan sus imágenes, una tensión física, pero también la psicológica sugerida por el personaje interpretado con acierto por Sandra Bullock: su desorientación, su dolor, su negación y su necesidad de superar miedos para renacer a la luz de la que ha estado escapando desde el fallecimiento de su hija.
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