domingo, 18 de agosto de 2024

Marte (2015)

Perderse en la inmensidad del desierto o verse atrapado cual Robinson Crusoe en una isla desierta implica el cara a cara con uno mismo, con la soledad, con el medio y la muerte, pero en Marte (The Martian, 2015) no se da tal careo, salvo con el espacio (y esto de modo muy reducido). Ni siquiera parece existir una alteración en la percepción temporal por parte del náufrago, sino que la propuesta de Ridley Scott se centra en el espectáculo de la superación y de la “supervivencia”, así como en el rescate que los profesionales y ejecutivos de la agencia espacial preparan desde la Tierra. Aunque sin detenerse en ella, Scott también exhibe la capacidad de adaptación del “humano marciano” en el entorno inhóspito donde queda aislado tras la tormenta que obliga a sus compañeros de misión a despegar. Lo dan por muerto cuando estalla el estruendo, fruto de los efectos especiales, pero, tras la tempestad, llega la calma y la tripulación viaja en la Hermes de regreso a la tierra. Ignoran que su compañero vive, levemente herido, de otro modo no le habrían dejado atrás. Pero ha quedado y su estancia le obliga a demostrar iniciativa y buen humor. Después de curarse las heridas, cultiva sus alimentos y adapta el habitáculo a su nueva situación, la cual, a priori, sería la de quedarse allí hasta la muerte. Pasan varios soles y logra contactar con la NASA, que se sorprende de que Mark Watney (Matt Damon) esté vivo. Desde ese instante, las <<mejores mentes del mundo>> trabajan para traerle de vuelta. Al menos, así las califica el colonizador marciano, pero lo importante es que sean las más adecuadas para calcular un rescate más plano y superficial que el desarrollado por Ron Howard en Apolo XIII (1997). Exceptuando algunos momentos de sus primeras películas, en la mayor parte de la filmografía de Ridley Scott prima el espectáculo a la reflexión, que alcanza su cota en Blade Runner (1982), con el replicante que teme morir. Aquí apuesta por aligerar las situaciones que afectan a sus personajes. Prefiere lo ligero, la espectacularidad, a situar a sus personajes frente a la existencia. No hay intención de exponer ni la dificultad ni la complejidad de la situación, solo se insinúa, se huye del intimismo y del enfrentamiento del personaje a su abandono en la inmensidad marciana. No se establece un monólogo interior. Se comunica hacia afuera, desde fuera, pues el pensamiento de Mark suena a forzado, a través de un diario filmado en el que habla a la cámara, al tiempo que Scott introduce un fondo musical con el que intenta condicionar, marcando los distintos estados que debemos mostrar ante la heroicidad y la situación del héroe, que nada tiene de Robinson moderno, como si podría serlo el protagonista de Náufrago (Cast Away, Robert Zemeckis, 2000), mucho mejor película.

Aparte del marciano, Scott emplea otros dos espacios (el terrestre y la nave) y varios personajes que le permiten desterrar de la pantalla cualquier sensación de soledad y de aislamiento, que sí afectaría al protagonista, pero no al público. En su aspiración, Marte es una ciencia-ficción más cercana a Robinson Crusoe en Marte (Robinson Crusoe on Mars, Byron Haskin, 1964) que a producciones más complejas en las que la soledad adquieren significado y sitúa a los personajes entre lo finito (humano) y lo infinito (universo), tales como Naves misteriosas (Silent Running, Douglas Trumbull, 1971) o 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968). A su manera, estas dos producciones se plantean el por qué nacemos y morimos, cuál es el sentido, hacia dónde nos conduce la evolución. En Mark cualquier cuestión importa un bledo y el miedo a la muerte del que habla al final no es determinante ni en ningún momento genera la sensación de que exista. El personaje funciona en superficie, sabe que tiene y se debe al público, que debe actuar cara la galería. Ha sido creado para expresar frases tan simples como <<tendré que recurrir a la ciencia para no cagarla>>. Pero ni hay ciencia ni temor a que la cague; hay una aventura: sucesión y superación de trabas. El miedo a la muerte humaniza y explica el comportamiento de HAL en 2001, pero en Marte no se establece ningún diálogo entre el ser humano y la inmensidad a la que se enfrenta. El saber que ha nacido para morir que preocupa y despierta la mente de HAL o la del replicante Roy Batty a su realidad finita, no afecta a Mark, al menos no le plantea preguntas que conduzcan a otras. En el film de Scott no hay interrogantes que plantear y su exposición se adapta a lo que se espera de un entretenimiento que no plantee dudas ni malestar. Se decanta por la aventura, la superación de obstáculos ante un situación límite. En este aspecto, recuerda más a una mezcla de Apolo XIII, Gravity (Alfonso Cuarón, 2013) y 127 horas (127 Hours, Danny Boyle, 2010) que a cualquiera de los films citados arriba. Y la única pregunta que me plantea la película es por qué llama más la atención un astronauta en peligro que millones de seres humanos viviendo sus existencias en continua amenaza. ¿Qué lleva a miles de curiosos a abarrotar Times Square y otras plazas del mundo para observar en común el rescate del “marciano”? ¿Su humanidad? ¿Su curiosidad? ¿O la cercanía de un individuo al que los medios le han acercado? ¿Responderían igual si fuesen esos millones de anónimos en peligro de muerte; a los que habría que salvar, por ejemplo, de las hambrunas, de las guerras o de las sequías? Dicen que el individuo no se puede identificar con miles de anónimos, pues estos carecen de nombre y rostro para él. Solo puede establecer afinidades con un semejante (o un grupo muy reducido de individuos reconocibles) y esta identificación le sirve a Scott para establecer el nexo emocional entre su héroe y quien de entre la parte del público se deje seducir y condicionar por una película que dudo haya sido llevada a cabo por las mejores mentes del mundo, pues estas, según Mark, trabajan para la NASA…



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