Previo a la aparición de las naves y la estación espacial que danzan al son de la composición de Johann Strauss (hijo), 2001 se abre al amanecer del ser humano. Es un comienzo de impacto visual, que presenta a un ancestro que no ha desarrollado la capacidad del habla. Inicialmente tranquilo, convive con los de su especie y con el medio que habita, en aparente armonía. Todavía no tiene conciencia de ser, aunque en este primer momento apunta algunas de las características inherentes a la futura especie. Son sociales, protectores de su territorio y, a raíz del descubrimiento del extraño monolito, curiosos. Como consecuencia de tal curiosidad, nace el pensamiento y habilidades/capacidades que posibilitan el dominio del medio, para la destrucción-construcción, para la caza, para ya no solo sobrevivir, sino vivir. La idea del ser individual, apoyada en la violencia para prevalecer sobre sus semejantes, cobra forma en su repentina evolución tras la inexplicable aparición en su territorio del monolito, el cual altera su rutina y su pensamiento primitivo, pues, aunque estos hombres-simios desconozcan su significado, comprueban que algo ha cambiado tras el descubrimiento. ¿Es el monolito el desencadenante de su evolución?
Mediante una elipsis de cuatro millones de años, en la que un hueso se convierte en nave espacial, la historia de la humanidad se traslada al espacio donde ofrece el espectáculo rítmico-musical que presenta una puerta hacia el universo desconocido para la especie humana.
La concepción artística de Stanley Kubrick sustituye a las palabras, tan solo necesita mostrar esa combinación musical-visual que prescinde de los sonidos, ya no digamos de los diálogos, para mostrar la sensación de inmensidad de un espacio por el cual orbita la estación espacial a la que llega el doctor Floyd (William Sylvester); desde donde descenderá a La Luna para comprobar un descubrimiento similar al que alteró a sus peludos antepasados.
Un nuevo monolito de las mismas características del anterior se ha desenterrado en un cráter lunar. Es un indicio de vida inteligente no humana, prueba irrefutable de la existencia de seres pensantes además de los humanos. Si no que se lo pregunten a HAL, la inteligencia artificial del Discovery 1, primera nave tripulada que se dirige a Júpiter dieciocho meses después de los extraños acontecimientos lunares. HAL siente, escucha, duda, incluso comete errores, características muy humanas, pero que los dos tripulantes no hibernados de la nave no pueden permitirle. Tras la conversación que mantienen Dave (Keir Dullea) y Frank (Gary Lockwood), HAL se siente amenazado, le entra el pánico y su instinto de supervivencia le obliga a aferrarse a la vida, aunque sea a costa de la de otros. Consciente de su finitud, de su soledad, de ser prescindible, insignificante en el conjunto y en el orden cósmico, la inteligencia artificial teme morir, teme lo desconocido, la oscuridad del vacío. Este pensamiento ante la muerte y sobre la muerte provocan su miedo, su terror, posiblemente le genere las mismas dudas sin respuestas que se acumulan en el cerebro humano, mismamente en el de Dave. Poco después de descubrir que esa mente artificial posee sentimientos similares a los suyos, Dave vive una experiencia única que le brinda la oportunidad de descubrir parte del significado de algunas cuestiones que nadie ha sabido responder, ni siquiera una mente tan potente como la de HAL. Stanley Kubrick, como era habitual en sus películas, tomó bajo su control todos los aspectos creativos: dirección, producción, diseño y dirección de los efectos fotográficos y visuales, la elección de las composiciones musicales, entre las que destacan Así habló Zarathustra (que abre y cierra esta reflexión sobre la evolución humana y sobre las posibilidades que esta conlleva) de Richard Strauss y Danubio azul de Johann Strauss, y, por supuesto, la escritura del guión, en el que colaboró Anthony C. Clarke, autor del original literario que inspiró esta obra que revolucionó la narrativa cinematográfica.
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