La historia del cine sería muy distinta sin cineastas como Carl Theodor Dreyer, el director danés por excelencia, el mismo que logró rodar el alma de sus personajes en los primeros planos de La pasión de Juan de Arco (1927) o en el encierro de Ordet (1954), en su ritmo lento, prácticamente cercando a sus protagonistas en un mismo escenario donde recrea el drama que se inspira en la pieza teatral escrita en 1925 por Kaj Munk y que, en 1943, ya había servido de inspiración al director sueco Gustav Molander; cuya adaptación, protagonizada por Victor Sjöström, se desarrolla anterior y posterior a la locura de Johannes. <<Había que respetar la obra y, a la vez, alejarse de ella. Había que tener siempre presente el espíritu que Kaj Munk quería para su obra e intentar expresarlo en la película, pero también había que recordar que Kaj Munk escribía para el teatro y que el teatro tiene leyes diferentes a las del cine>>.1 Dreyer se puso manos a la obra, la comprimió, limpió y purificó hasta alcanzar la esencia que cobraría cuerpo cinematográfico en los movimientos de cámara, en el espacio, en la iluminación de interiores y exteriores, en las sombras, en silencios y voces que hablan de amor y de fe —<<la certeza interior que anticipa la infinitud>>,2 según Kierkegaard—, de su pérdida y tenencia —ninguno de los personajes tiene ni comprende la fe que, en su locura, profesa Johannes, una en esencia pura y, quizá, por ello, suene fanática—, de dos conceptos religiosos que se enfrentan, de dos padres de familias, de ideas inamovibles, de maneras de entender el cristianismo que cada uno de los patriarcas sienten verdaderas. Ambos se oponen a la relación que desean mantener sus dos hijos, sin embargo, no vamos a presenciar una tragedia romántica, sino un drama existencial en el que se plantea la irracionalidad de toda fe, pues escapa a la razón, y la racionalidad de la ciencia, en la presencia del doctor; así como el enfrentamiento precipitado por la intolerancia disfrazada de fe o por la fe que se transforma en la intolerancia que domina las mentes de los patriarcas, las cuales se ven incapacitadas para aceptar las diferencias que existen entre sus pensamientos y creencias.
1.Carl Theodor Dreyer: Reflexiones sobre mi oficio (traducción Nuria Pujol i Valls). Paidós, Barcelona, 1999.
2.Sören Kierkegaard: El concepto de la angustia (traducción de Demetrio G. Rivero). Alianza Editorial, Madrid, 2007.
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