domingo, 18 de marzo de 2018

Encuentros en la tercera fase (1977)


El primer contacto de Steven Spielberg con la ciencia-ficción cinematográfica se produjo en el film aficionado Firelight (1964) y no sería hasta el mismo año en el que su colega George Lucas arrasaba en la taquilla con La guerra de las galaxias (Star Wars Episode IV: A New Hope, 1977) cuando se estrenó en el género de manera profesional. A partir de entonces la ciencia-ficción ha reaparecido con mayor o menor fortuna en su filmografía, pero, salvo por su éxito comercial, su apuesta por el escapismo, su ingenuidad y su estatus actual de clásico genérico, poco tiene que ver Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) con el episodio cuarto de Star Wars. En la nueva esperanza galáctica Lucas se decantó por la aventura y la fantasía mientras que Spielberg, más capacitado para la dirección que aquel, ofreció en su avistamiento alienígena misticismo y mayores dosis de realismo. Ambas películas son referentes en la ciencia-ficción cinematográfica del último cuarto del siglo XX, pero siempre he preferido la negrura de Alien, el octavo pasajero (Alien; 1979), el humanismo replicante de Blade Runner (1982), las dos grandes contribuciones al género del británico Ridley Scott. Si me apuro y regreso a la infancia, recuerdo que disfruté la ingenuidad juvenil de Lucas y que me aburrir ante la necesidad existencial-religiosa de Roy Neary (Richard Dreyfuss), quizá porque esta última fantasía no me proporcionaba la evasión y la diversión que prometía su odisea espiritual, y que sí pude encontrar en la primera entrega de una saga galáctica que se convirtió en gallina de los huevos de oro y en cansina pesadilla comercial.


Desde entonces, he vuelto a ver Encuentros en la tercera fase en dos ocasiones más; y no voy a negar que en ambas me produjo la misma sensación de aburriendo. Ninguno de los personajes de este encuentro cinematográfico fluye natural, menos aún Roy, forzado en su condición de hombre corriente que siente la llamada de lo desconocido, puede que de lo divino, o simplemente se trata de alguien que se ahoga en la insatisfacción de su rutina. Quizá se escude y se excuse en el avistamiento para alejarse de su monotonía o quizá abandone a Ronnie (
Teri Garr) y a sus dos hijos porque necesita encontrar respuestas que le conduzcan a la verdad que se esconde tras esas luces alienígenas que lo iluminan y que por algún motivo se convierten en su obsesión. A grandes rasgos esta disyuntiva puede interpretarse a partir de lo expuesto en Encuentros en la tercera fase, aunque Spielberg se centra en el segundo quizá, tras el cual encontramos la fe que empuja a Roy hacia la luz. Él es uno de los elegidos, uno de los pocos que ha recibido la llamada de los extraterrestres con los que Claude Lacombe (François Truffaut) intenta comunicarse mediante notas musicales después de investigar los extraños sucesos que se muestran al inicio de la película, previos a la experiencia vital (religiosa) que cambia y radicaliza la existencia del protagonista. Como ya he escrito líneas arriba no siento especial simpatía por Encuentros en la tercera fase, aunque no niego la importancia ni el acabado formal de la película, ni la importancia de su realizador en la ciencia-ficción moderna, con títulos como el aquí comentado, E.T. (1982) o Minority Report (2002). Pero no puedo evitar que sus dos horas y pico de metraje me resulten forzadas, tanto en las interpretaciones como en la insistencia de remarcar ese sentimiento que guía al personaje interpretado por Richard Dreyfuss, actor que no fue la primera ni la segunda opción del realizador, como si de este modo conectase con el público y le transmitiera parte de sus dudas y de su necesidad de creer. Dicha insistencia perjudica cuanto vemos y en este punto los galácticos de un director menos cinematográfico como Lucas conectan mejor con el espectador, al no esconder que solo son héroes y villanos de celuloide, sin pretensiones transcendentales, que viven su aventura en aquella galaxia lejana que actualmente se encuentra en posesión de la productora creada por Walt Disney, a quien Spielberg homenajea en su film.

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