Hay dos aspectos de F1 (Joseph Kosinski, 2025) que llamaron mi atención, y ninguno tiene que ver con su no historia, la de un tipo que regresa al circo de la Fórmula 1 treinta años después de abandonar dicho espectáculo; abandono debido a un accidente que casi le cuesta la vida. Ese tipo va de antihéroe, aunque dista de serlo. Tampoco es un rebelde con o sin causa, ni un carácter crepuscular. Sonny no deja de ser la enésima invariante del héroe que tanto admira el cine hollywoodiense y el público que lo consume. Tanto a la industria como al respetable les resulta indiferente que le repitan la misma película una y otra vez, con tal de que le den su dosis de beneficio (en el caso de la industria) y de montaje, que aspira a trepidante, de música cañera que lo acompañe, y de poses chulescas de la estrella o estrellas de turno; y si se trata de una que va para mítica, ya es el no va más. En este caso, la imagen del héroe llega por partida doble, aunque esas dos imágenes corresponden a un mismo reflejo heroico, situado en distintas edades; lo cual puede conducir a la idea de una historia de aprendizaje y atracción-rechazo entre el veterano, que asume estar de vuelta de todo, conoce trucos y el mundo por el que se mueve en busca de “volar”, y el joven aspirante a héroe, un piloto que debe aprender del maduro caballero andante que decide regresar a la Fórmula 1 por Raúl, su viejo amigo que le pide ayuda, y porque no puede más que desear correr. No niego que al público que se decanta por este tipo de producciones le encante una película así, ni que entretenga a la mayoría. Su meta está clara, los responsables pretenden crear dos horas de movimiento que destierren el tener que pensar, salvo el cuándo se liarán el viejo vaquero y la ingeniera jefe o cuál será el momento en el que JP reconocerá la sabiduría del héroe a imitar. Y para colmo, también hay un villano que quiere hacerle la cama a Raúl y que es incapaz de valorar la ética del héroe. ¿Qué más se puede pedir a una película? ¿Qué busque momentos en los que colocar corrección política? Pues también los tiene. Por momento, la película me entretuvo; de otros, mejor no hablo porque me llevaría tiempo explicarme y en una película así, la reflexión es pecado. Así que vuelvo a las cuestiones que me llamaron la atención…
Fueron una pregunta —¿existe un estilo Jerry Bruckheimer?, cuya respuesta rápida es sí— y uno de sus carteles promocionales, en el que se aprecia a Brad Pitt posando con su bólido tras él, en una pose que podría ser una imagen contemporánea de su Aquiles en la insulsa Troya (Troy, Wolfgang Petersen, 2004). Solo tengo que observar ese cartel y unirlo a la respuesta afirmativa para sospechar que lo que prima en F1 es la apariencia y la presencia de Brad Pitt. Pero igual pudo ser Tom Cruise. De haber sido este uno de los productores, ¿el resultado habría sido un híbrido entre Top Gun: Maverick (Joseph Kosinski, 2022) y Días de trueno (Days of Thunder, Tony Scott, 1991)? F1 es una película de la que se puede decir que es una pose, y me parece bien que lo sea, porque siempre hay más público que prefiere un posado que un ejercicio más complicado. El cine no es un medio íntimo, sino que se proyecta en una superficie física, con cientos de personas frente a la pantalla. El cartel muestra esa superficie física con Brad Pitt, vestido en un mono de competición, sin casco, para que se le vea bien, con la parte de arriba del mono atada a la cintura, para que se marque el tronco que la camiseta ajustada destaca más que sin ella. O al menos disimula, puesto que el cuerpo de un hombre de más de sesenta años, por muy bien conservado y trabajado que se quiera, no puede evitar el paso del tiempo. Pero hay que vender la imagen heroica de Pitt, también la de su físico, quien ha de ser héroe como Cruise, incluso hasta la centena, superando de este modo al Harrison Ford octogenario que campa por la más triste de las entregas de Indiana Jones. Y no escribo “triste” por nostálgica ni por aflicción, sino porque me lo resulta descubrir que no era necesario matar la ilusión de los niños que crecieron con Indy, pero esa es otra historia: la de un entierro. El cine es lo que es, un negocio que en ocasiones, las menos, depara una sorpresa que, con los años y la mítica popular, se convierte en titulo de referencia, incluso en una obra maestra, pero este no es el caso de F1, aunque Pitt funciona en un rol que se conoce al dedillo y que podría servir de modelo a un Miguel Ángel o a un Donatello contemporáneo. A un Rodin, lo dudo, si este buscase dar forma una estatua que aspirase a transmitir la idea de la quietud exigida para que se desarrollen los pensamientos complejos. La figura del piloto de F1 necesita estar en movimiento y, para resultar atractiva, le basta con su planta, con aparentar ser crepuscular y ligarse a la chica, que por muy ingeniera que sea la finalidad de su rol es caer rendida entre los brazos del héroe, del conquistador que revoluciona la insípida competición en la que a Sonny le basta con sentir la velocidad dentro del automóvil. Para él, lo vital es mantener la competición en sus venas, no por la victoria o la derrota, solo por conducir y decir un aquí estoy, dispuesto a sembrar el caos, a combatir, a pilotar lo que haya que pilotar, incluso un triciclo o un carricoche, cualquier vehículo que le permita lucir su pose…

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