Rafael Argullol: Visiones desde el fondo del mar

Suele sucederme que al inicio un libro necesito un periodo de adaptación para sentirte dentro de sus líneas. Claro que no siempre acontece así. Hay ocasiones, no pocas, en las que conecto de inmediato porque ese terreno me resulta conocido o lo deseo conocido, tal como me sucedió con El libro del desasosiego o Visión desde el fondo del mar. En ambas, reconocí en las voces de Fernando Pessoa y de Rafael Argullol las de narradores del yo y del nosotros, la de dos poetas que se plantean en su compleja dimensión humana y que se muestran poliédricos, con ideas que me resultaban familiares, que ya habían transitado por mi mente, y otras con las que no me costaba dialogar, abrazarlas y discutirlas porque no dejaban de hablar de universales humanos —es decir, hablan de nuestra pequeñez, de nuestra insignificancia, de nuestra desesperación y de nuestros sueños, de quienes somos, de quienes creemos ser y de quienes negamos ser—, aunque lo hiciesen desde la intimidad y la interioridad de los dos autores. A lo largo de la lecturas, iba apuntando mis impresiones sobre los textos, en sus márgenes, no porque encontrase en ciertos momentos aspectos similares a la narración y algunos de los temas que expuse en Rincones sin esquinas —el de Pessoa lo leí antes de escribir este libro, por lo que no voy a negar la existencia de influencias del portugués a quien cito en dos páginas, y el de Argullol, después; por lo que la coincidencia me resultó una agradable sorpresa—; sino porque todo libro que me atrapa me provoca una inmediata interacción. Ya no me basta con lo que me dice, sino a donde me lleva, a los pensamientos que surgen a raíz de la lectura de sus palabras. De ahí, a lo que yo le respondo y así hasta llegar a respuestas que me llevan a plantearme nuevos interrogantes, pero sin necesidad de encontrar contestación, pues a estas alturas comprendo que (casi) nada tiene una única respuesta satisfactoria. Las más te plantan en la insatisfacción, que si bien suena negativo es una situación positiva, la que te empuja a buscar ya sea la perfección o la satisfacción pasajera, efímera, distante a la que siente una persona satisfecha de sí que se detiene en un punto y se recrea, en un intento de perpetuar el momento. Y así corre el riesgo de olvidarse y de seguir caminando; tal vez, en ese punto, se olvide de estar existiendo. Así que me resultaba la vez curioso y familiar descubrir como dos, tres o mil personas que nada tienen en común, salvo aspectos relacionados con la condición humana, jueguen con la memoria, con las ideas, con nuestra herencia y rompan la linealidad y el espacio-tiempo para ubicarse en la duda, en la búsqueda, en el conflicto de ser tantos y ninguno. La obra de Argullol, una biblia o conjunto de libros, acude a la memoria y resultó una lectura sugestiva, de las que te invitan a pensarte, a ser honesto en el silencio, a mirar introspectivo, a encontrarte, perderte, desaparecer y reaparecer a lo largo de párrafos de vivencias, reflexiones e invenciones que se extienden por unas mil doscientas páginas que forman un lúcido e íntimo recorrido por el pensamiento y las experiencias del escritor barcelonés, un escritor que camina la vida, que avanza y retrocede más allá de los espacios físicos que van asomando en su autorretrato, cuyo reflejo desvela un retrato honesto del ser humano, del mundo, del universo…
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