En cierto modo, somos principio y fin del mundo; para cada recién nacido se pone el reloj a cero. Todo lo que fue y ya es antes de nuestra toma de conciencia (de quienes somos y de cuanto nos rodea) nos llega como eco de un cuento y restos de una herencia, de la deriva de la humanidad que nos precede; y cuanto será después de nosotros se dibuja envuelto en una niebla espectral, que no deja ver formas nítidas, que se borran en la oscuridad de la nada o se construyen en la irracionalidad del sueño que cada quien guste o pueda soñar. Pero solo entre el nacimiento y la muerte se da nuestra breve eternidad, la única a la que tenemos acceso, la que acaba y empieza en cada persona. Es la única historia que, al tiempo que la vamos conociendo e inventando, vivimos y, en buena medida, desconocemos. Esa historia contempla múltiples espacios, un único tiempo y gentes que forman parte de las identidades que construimos, olvidamos, recordamos o intentamos mostrar u ocultar. Por ejemplo, los espacios que ocupamos, el campo o la ciudad (y el mundo) nacen para nosotros cuando los descubrimos y podemos pensarlos y asociarlos a nuestra cotidianidad. Esa asociación empieza a ser consciente cuando se establecen los primeros recuerdos. Dichos recuerdos están relacionados con las primeras personas que se nos hacen familiares, con el primer colegio, el primer hogar, la calle donde los primeros juegos y otros espacios urbanos, rurales, campestres o costeros que cobran su forma en aquellos primeros años. ¿Qué todo ya estaba ahí antes? Eso resulta indiferente, pues cada realidad se inicia al nacer; lo demás lo aceptamos porque nos lo dicen, pero aun así no podemos recordarlo. No nos pertenece, no es nuestra ciudad, nuestro campo ni nuestra gente, aunque lo serán cuando nos identifiquemos con y en ellos…
Vemos la realidad o lo que esta sea —buena parte de lo que llamamos realidad es como nos llega e interpretamos— filtrada por imágenes mentales que se gestan en nuestro pensamiento; aunque a día de hoy ya parecen sustituirse las elaboradas dentro por las que llegan de fuera: las televisivas y cinematográficas recreadas y programadas que damos por válidas. Aunque parezca que nos acercan el mundo, nos alejan de la posibilidad de imaginarlo y pensarlo. Sin ir más lejos, cualquier noticia que asomar en un telediario se expone en un breve montaje que se repite día tras día. No nos exige una atención especial y menos aún crítica, ni siquiera emocional; se ha hecho familiar, como la calle que recorremos a diario o las personas con las que nos cruzamos habitualmente. No me refiero a que sea la misma noticia la que rellene el espacio televisivo, pero en esencia vendría a serlo porque su emisión se prepara y emite siempre igual, para crear el efecto deseado por quienes manejan el lenguaje audiovisual y, con el, parte del pensamiento de su público. Es su cercanía y su familiaridad logradas. El montaje y la presentación apenas difieren, esto nos familiariza y al tiempo nos insensibiliza. Llevan repetiéndose tanto tiempo que ya forman parte de nuestro pensamiento y lo conocido solemos pasarlo por alto; ya no le damos más importancia que al resto de nuestra cotidianidad. Están ahí, adormecidas en la monotonía y, de tal manera, otra noticia se asocia a una idea previa, con lo que eso supone. Hemos perdido espontaneidad y la capacidad de interrogar nuestro mundo ha mermado. Así, ya vivimos en la representación, en la aceptación, en el espacio estandarizado y estereotipado donde nos han y hemos instalado, donde no podemos alcanzar una dimensión más verdadera de lo que existe entre lo que la imagen esconde y lo que expresa. En todo caso, nuestra mente era cinematográfica antes de que el cine existiese, lo demuestra nuestra capacidad infantil de soñar, pero desde la aparición del medio (audio)visual, y en su bombardeo cotidiano y cada vez más reducido en ideas, ya pensamos la realidad en imágenes simplificadas como las vistas en la pantalla ya no del cine, sino de eso que llaman reel. De este modo, aceptamos lo que nos echen, aceptamos que nuestras vidas y nuestro mundo se hayan establecido en el espectáculo y ahí ya es más difícil todavía distinguir entre realidad y ficción…

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