En su adaptación a la pantalla de la novela de Elmore Leonard, adaptación escrita por Scott Frank, Barry Sonnenfeld, durante la década de 1980 un competente director de fotografía que había trabajado para los hermanos Coen y Rob Reiner (entre otros), expone en clave de comedia cómo se hace una película en Hollywood. Lo intenta, o simula hacerlo, pero no logra o no da con el tono que le permita que su caricatura se distancie de la admiración a la industria en la que está plenamente adaptado y aceptado desde el éxito de su debut en la dirección con La familia Addams (The Addams Family, 1991) —más si cabe tras el obtenido por Hombres de negro (Men in Black, 1997)—, una industria de la que parece reírse, pero desganado y sin ánimo de ofender. De dudosa personalidad, el tono y el estilo de Cómo conquistar Hollywood (Get Shorty, 1995) no difieren al de otras producciones de su época que iban de ingeniosas y simpáticas, mas adolece de la chispa de Un romance peligroso (Out of Sight, Steven Soderbergh, 1998) y de la gracia de Jackie Brown (Quentin Tarantino, 1997), dos títulos contemporáneos al de Sonnenfeld que también encuentran su fuente literaria en novelas de Leonard. Por otra parte, intuyo, si me apuro, influencias de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), no en su narrativa, ni en su parodia del mundo de los bajos fondos —la de Sonnenfeld resulta más corriente, cansina y maquillada en su chiste—, sino en la presencia de John Travolta, que aquí muestra una versión de su Vince Vega que aspira a cool y no llega a chachi —ni siquiera diez años después llegaría a guay en Be Cool (F. Gary Gray, 2005)—, caras, gestos y tics resultan similares, pero algo en este personaje y en el resto no funciona; y es que tras su estampa no hay nada. Se desaprovecha la presencia de Rene Russo y ni siquiera Danny De Vito aporta en su rol de codiciada estrella de la pantalla —para cualquiera que no sea despistado queda claro mucho antes de ver esta película que contar con la participación de una súper estrella puede levantar cualquier proyecto, indistintamente de su calidad—. De Vito fue uno de productores ejecutivos de Pulp Fiction, también produjo junto a sus socios, Michael Shamberg y Stacy Sher, esta comedia y la de Sodenbergh, cuyo guion corrió también a cargo de Scott Frank y se inspiró en otro libro de Leonard; quizás de ahí le vengan el parecido razonable. Pero Sonnenfeld no es Soderbergh, carece de su desparpajo a la hora de dotar de buen cuerpo y ritmo a las imágenes (y al montaje). Así muestra el panorama hollywoodiense desganado, carente de algo que señalar y desvelar. Lo hace sin la maestría ni la negrura espectral de Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), sin la emoción de un Truffaut en La noche americana (La nuit américaine, 1973) o sin la simpatía que pueda generar Dulce libertad (Sweet Liberty, Alan Alda, 1986), sin la ironía de Ben Hecht en Los actores son un asco, ni la mirada subversiva de Bukowski en su novela Hollywood, por citar algunos ejemplos más ingeniosos de acercamientos a la industria hollywoodiense de la que Chili Palmer (John Travolta) quiere entrar a formar parte. Este hampón que trabaja en Miami llega a Los Ángeles siguiendo la pista de un tipo que debe dinero a Ray “Bones” Barboni (Dennis Farina), la enésima caricatura del gánster, una que ha asumido la deuda que correspondía al antiguo jefe de Chili. Esta circunstancia, unida a la pasión por el cine de Chili le lleva a Harry Zimms (Gene Hackman), un productor de películas de serie B, que también debe dinero y que se ha asociado con Bo (Delroy Lindo), un narco que también quiere producir películas, pues, tal como le comenta a Bear (James Gandolfini), no le ve sentido vivir en L. A. y no trabajar en el negocio del cine…

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