De más a menos es la impresión que me genera el cine de Quentin Tarantino; como mínimo por dos razones, una de ellas ajena a sus películas. La primera sería la sensación de que ha ido exagerando su “universo” cinematográfico, condicionado por sus gustos y por su humor caricaturesco. La segunda causa, es mi envejecimiento. Alguien podría llamarle maduración o evolución en el aprendizaje llamado vida; pero no yo. Envejezco, pierdo neuronas y no puedo conseguir nuevas o renovar las viejas, con todo el incordio y la decrepitud humorística que esto conlleva. Me agrio. Punto. Volviendo a Tarantino; sus tres primeros largometrajes son en los que veo mayor ilusión por parte de su autor, quizá más que ilusión se trate de necesidad de búsqueda, en el resto no es que la pierda, pero ya tiene una reputación, un público numeroso y un nombre dentro de la industria, de modo que se deja llevar por la reiteración de la fórmula con anterioridad expuesta, aunque supuestamente intentando mayor sofisticación en su humor y sus propuestas, cambiando de género (bélico, western, artes marciales) y sin abandonar la comedia ni el (auto)homenaje. Más que el homenaje a los films en los que se inspira, parece rendirse culto, lo cual está muy bien para quien se deleite mirándose al espejo. Me gustan más esos tres films porque todavía el amor que Tarantino siente por sí mismo no ha caído en el narcisismo ni en la comodidad.
No voy a escribir que Jackie Brown (1997) es de lo mejor de su cine, cuando lo que quiero decir es que se trata de una de las suyas que más me gustan, junto con Reservoir dogs (1991) y Pulp Fiction (1994). Me gusta porque su humor y su propuesta me resultan menos bocazas e infantil que el resto de sus siguientes películas hasta la fecha. Su madurez narrativa y la que concede a los personajes hace que la película gane con el tiempo. Crea unos personajes en descomposición, no por su edad física, que les sitúa lejos de la juventud, sino por las experiencias acumuladas, que son fundamentales para situarles donde se encuentran: entre las dudas, las decepciones, el miedo a la vejez, el dinero y las encrucijadas como la de Jackie —a quien da vida una espléndida Pam Grier, estrella del blaxploitation de los años setenta, época durante la cual protagonizó Foxy Brown (1974)—, obligada a tomar una decisión y llevarla a cabo, cueste lo que le cueste. A estos personajes, sobre todo a Jackie y a Max (Robert Forster), les mueve algo más que el ser creaciones del cineasta, que en esta ocasión da más importancia a la historia y a los sentimientos de los personajes que a sí mismo; es decir, no se prioriza tanto. Aunque se haga notar, lo hace con mayor sutileza; pero, en definitiva, su sello está ahí, también su humor y personajes típicos suyos, entre otras características que son su sello, aquel que le identifica y le diferencia en una época en la que el cine comercial en el que se mueve tiende a la homogeneidad, a la repetición y a tomar al público por consumidor nada exigente. Al menos, Tarantino les ofrece de las suyas y, de estas, Jackie Brown es la que parece menos suya, quizá porque es la única de sus películas cuya inspiración directa se encuentra en una novela: Cóctel explosivo (Rum Punch, 1992), escrita por Elmore Leonard, escritor afín e igual de personal, con un universo creativo atractivo, influenciado por el cine, que encuentra su espacio literario en el western y el policíaco…
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