Para un hipocondríaco como Harold no hay mejor cura para el mal que le aqueja y le persigue allí donde va que una revolución en una isla sudamericana donde la revuelta resulta una fiesta de golpes y de situaciones hilarantes de las que será protagonista. También es el momento ideal para el lucimiento de la personalidad cómica de Harold Lloyd y del héroe estadounidense que lleva dentro de su personaje, que se descubre optimista, dinámico y valiente. Las comedias de Lloyd priorizan el ritmo, la agilidad del gag y del actor que en ¡Venga alegría! encarna a un multimillonario que elude todo tipo de responsabilidad, salvo la de cuidarse de sus enfermedades inexistentes; padecimiento del que espera curarse en Paradiso, lugar que el mapa sitúa frente a la costa chilena. Allí, con la excusa de su precaria salud, llega acompañado de su enfermera, una joven que lleva años a su servicio y que siente por él algo más que la amistad que ya les une al inicio de la travesía hacia la isla donde Blake (Jim Mason), un bandido estadounidense, ha levantado un ejército para derrocar al gobierno. El villano no pretende ninguna mejora social, solo llenarse los bolsillos, dispuesto a deshacerse de cualquiera que entorpezca sus planes. De ahí que quiera eliminar a Harold, cuyo encarcelamiento, la mañana antes de su ejecución, posibilita su encuentro con el coloso que le ayuda a escapar. Una vez fuera, el héroe le corresponde. Quiere sacarle la muela que tanto le molesta y la situación deviene en risa para el público y lucimiento para el astro. En momentos puntuales del film se observa el uso de dos idiomas en los títulos, pues al inglés se le suma el castellano, no por un interés realista, que no existe en la comedia, sino para establecer la relación entre comedia muda y la comunicación más allá de cualquier barrera idiomática —inexistente en el cine de Lloyd, de Keaton, de Chaplin o de cualquier otro cómico de la época—, que el héroe hipocondríaco supera con una tiza y un dibujo en la pared. A lo largo de los minutos, queda claro que el idioma de la comedia visual no precisa palabras para invitar a unas risas y superar las trabas tras las que Harold acabará de una vez con todas con su hipocondría…
lunes, 29 de enero de 2024
¡Venga alegría! (1923)
Favorito del público y uno de los actores mejor pagados del momento, Lloyd vivía en 1923 uno de sus mejores años profesionales. A El hombre mosca (Safety Last!, Fred Newmeyer y Sam Taylor, 1923) y a la creación de su propia productora, Harold Lloyd Corporation, se le sumaba ¡Venga alegría! (Why Worry, Fred Newmeyer y Sam Taylor, 1923), una comedia a su medida, veloz mezcla de acción física y de gags refinados, en la que el astro hace de las suyas haciendo de millonario hipocondríaco, rol que aparentemente lo aparta de su chico de clase media habitual. Era su primer largometraje que le alejaba de suelo urbano estadounidense, pero se distanciaba del medio natural de su personaje en buena compañía. No me refiero solo a la de la enfermera (Jobyna Ralston) que le cuida, sino a dos cineastas fundamentales en el cine cómico silente: Newmeyer y Taylor, encargados de la parte técnica de esta producción en la que Lloyd demuestra ingenio y presume de plenitud física y burlesca. La historia —de Sam Taylor, con la colaboración de Tim Whelan y Ted Wilde— es sencilla. Se ajusta a lo que se espera: que sirva para dar rienda suelta a la acción física y al gag, pero no se trata solo del golpe por el golpe, sino de crear situaciones ingeniosas e hilarantes como la escena de la defensa de las murallas de la ciudad; cuando Harold, la enfermera y el amigo gigante (John Aasen) rechazan las huestes revolucionarias que atacan la plaza hacia el final de la aventura.
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