El éxito de Los intocables (The Untouchables, Brian De Palma, 1987) recuperó para la pantalla la figura del gánster, pero su propuesta era más épica que negra, incluso hay momentos en los que la película toma apariencia de western. Pero lo fundamental es que el film de De Palma funcionó en la taquilla y abrió el camino para que otros directores regresasen al pasado gansteril en historias más íntimas que alcanzaron su esplendor en la popular Muerte entre las flores (Miller’s Crossing, Ethan y Joel Coen, 1990) y en la menos conocida El ojo público (The Public Eye, Howard Franklin, 1992); más adelante aparecía L. A. Confidencial (L. A. Confidential, Curtis Hanson, 1997). Salvo en la película de los Coen, la figura del gánster es secundaria en las otras arriba nombradas, aunque fundamental en los hechos que se investigan, los cuales desvelan corrupción y la fina y mal definida línea entre luces y sombras. En el espléndido film de Howard Franklin, que también fue responsable del guion, su protagonista es un fotógrafo independiente que se gana la vida fotografiando las calles y los locales de la Nueva York de 1942, con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. Y hablando de calles, King Vidor tituló Un árbol es un árbol a sus memorias porque, como cineasta (y de los grandes), sabía que en cine daba igual que el árbol estuviese en la otra punta del mundo o en la parte trasera del estudio. Lo mismo podría aplicarse para una calle o cualquier lugar geográfico que guarde parecido o le hagan parecerse al pretendido. Sin ir más lejos, la Nueva York de El ojo público no es la auténtica, sino la recreada en la pantalla, que fue filmada en Cincinatti (Ohio), pero ¿a quién le importa si es o no Nueva York, si la historia dice que lo es y las calles semejan las de la época en la que se desarrollan?
La trama se ubica en 1942 y Franklin necesita que las localizaciones de su película recuerden a las de ese año; de modo que o se construyen en estudio, tal como hizo Sergio Leone en Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984), el otro gran film de gánsteres de los ochenta, o se encuentran localizaciones que puedan pasar por las auténtica. Así se viaja al pasado en esta espléndida intriga e historia de amor imposible. Su protagonista busca y retrata la muerte allí donde se presenta —incluso estará dispuesto a fotografiar la propia—, pero también la vida urbana de una ciudad de contrastes, de multitudes y de soledades, de sueños y pesadillas, de amor y de su ausencia. Inspirado en el fotógrafo Arthur “Weege” Felling, León Berstein “Bernzy” (Joe Pesci), se enamora de Kay Levitz (Bárbara Hershey), la elegante y hermosa propietaria del “Cafe Society”, uno de los locales más elitistas y demandados de la ciudad, al que él accede por petición de Kay, que le pide el favor de que investigue a un hombre que la presiona para ser su socio. Así, enamorado tras una vida solitaria, de decepciones que acumula y de verse rechazado como artista, pues considera sus fotos arte, Bernzy está dispuesto a llegar hasta el final para ayudar a la mujer que no ve en él al parásito que todos dicen. Kay ve a un hombre sensible, ve al artista que ningún editor quiere publicar porque su obra recoge instantes de vida, sin endulzarla, la toma en su estado natural, allí donde se le presenta o él se presenta. La relación entre ambos es uno de los atractivos de El ojo público, una película que cuida sus diálogos y sus situaciones, que sabe y logra equilibrar sus momentos íntimos con la violencia que va asomando durante la investigación que lleva a cabo el personaje de Joe Pesci, quien, al igual que Barbara Hershey, está magnífico en su papel…
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