La última colaboración de Gérard Brach y Roman Polanski encierra a los personajes en un barco que navega por el Mediterráneo, rumbo a Estambul (y después a Bombay), y “viaja” al pasado a través de la narración con la que Oscar (Peter Coyote) despierta el interés de Nigel (Hugh Grant) hacia Mimi (Emmanuelle Seigner), la voluptuosa y sexual mujer casada con el primero. Las fantasías que la inicialmente erótica evocación despierta en el joven inglés y su matrimonio con Fiona (Kristin Scott Thomas) son la parte más accesible de Lunas de hiel (Bitter Moon, 1992), cuyo atractivo se encuentra en la mezcolanza realizada por director polaco, a partir de la novela de Pascal Bruckner —escrita para la pantalla por el propio Polanski, Brach, John Brownjohn y Jeff Gross (este solo acreditado como colaborador)—, en su capacidad de reunir en un solo film <<corrupcion moral, violencia, vouyerismo, comedia negra, claustrofobia escalonada y, como Frenético, un divertido componente de sátira cultural sobre el norteamericano desplazado>>. (1) Las relaciones matrimoniales que Polanski muestra en el interior del navío contrastan entre sí. La del matrimonio inglés es convencional, apagada, quizá forzada; mientras que la del estadounidense y la joven francesa refleja el paso de la atracción a la destrucción, al sadomasoquismo, a la venganza y a la imposibilidad del “sinvivir” que les une. Esta pareja hace posible la doble temporalidad —presente y pasado— de una narración que presta su atención a esos dos matrimonios; uno ya destruido, no por la conducta sexual narrada, sino por el tener que forzar las fantasías para mantener la relación a flote, el caer en la indiferencia y el silencio, el no tener nada que decirse; el otro todavía en la posibilidad de construirse o destruirse, de amarse o caer en la apatía en la que ya parecen estar en un crucero que navega por algún punto del Mediterráneo.
Nigel y Fiona forman una pareja convencional, probablemente conformista y a punto de distanciarse; quizá para evitar la ruptura definitiva naveguen hacia Bombay, en busca de algo exótico que les devuelva la chispa perdida. Casualmente, se encuentran con Mimi, que llora desconsolada y de quien nada saben, salvo que es atractiva y, por algún motivo, está triste. Ella está casada con un hombre maduro que ha perdido la movilidad en sus extremidades inferiores. Se trata de Oscar, quien hace de Nigel el confidente de su experiencia al narrarle con todo tipo de detalle su egoísmo y su tórrida, pasional y destructiva relación con Mimi. Que sea verdad o mentira, o que resulte cercana o distante a la realidad que hubiesen compartido, poco parece importar al esnob que escucha sorprendiéndose, sintiendo más y más curiosidad y desabriéndose atrapado entre la atracción y la morbosidad. Polanski crea el espacio y la atmósfera propicias para jugar con los personajes y con el público, con el tiempo narrativo, combinando presente y pasado, y también introduciendo el tiempo del deseo, por lo tanto un instante subjetivo, más que subjuntivo, tanto por tratarse (en parte) de una narración en primera persona y por la subjetividad de los oyentes. También la del público y la crítica, que acogieron con disparidad de opinión esta propuesta de Polanski. Hubo voces que calificaron de pornográfica, pero solo es un cuento oscuro sobre el matrimonio que basa su relación exclusivamente en la atracción y el deseo sexual, el cual acaba por perder la fogosidad inicial que había llevado a una cima sensorial y placentera a Mimi y a Oscar, el aspirante a escritor afincado en París porque eso es lo único que podrá tener en común con Hemingway, Miller y Scott Fitzgerald. Polanski emplea el humor negro y se sumerge en la pasión autodestructiva de un matrimonio que ha basado su relación en el sexo y en la humillación-sometimiento que les ha conducido al límite que Oscar adorna en su narración a Nigel, a quien más que perturbar aviva sus fantasías con una mujer que no es Fiona, sino la mujer retratada por el narrador… ¿Todo se reduce a algo tan simple como una lección moral a todos los Nigel que quieren mantener relaciones sexuales extramaritales, engañado a la mujer con la que se han casado, a la que ya parecen no desear, pero a la que no quieren perder porque el matrimonio les confiere una falsa seguridad y legitimidad? ¿Quien sabe? No soy Polanski ni ninguno de sus guionistas, solo alguien que duda que el cineasta polaco sea un moralista y esta película una lección moral…
(1) Christopher Sandford: Roman Polanski. Biografía (traducción de Rocío Valero). T&B Editores, Madrid, 2009.
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