martes, 16 de enero de 2024

Frenético (1987)

Entre los buscadores cinematográficos de seres queridos se encuentran los protagonistas de Centauros de desierto (The Searchers, John Ford, 1956), Hardcore (Paul Schrader, 1979) o Desaparecido (Missing, Costa-Gavras, 1980), también el de La selva esmeralda (John Boorman, 1984) y el cirujano de Frenético (Frantic, Roman Polanski, 1987). Hay más, incluso un niño llamado Marco, pero ahora mismo me quedo con esos para decir que lo único que tienen en común estas historias es contar la búsqueda de alguien cercano que ha desaparecido, pues cada uno de los títulos nombrados desarrollan ideas diferentes. En el caso del film de Roman Polanski, la apariencia se acerca más a una película de Alfred Hitchcock, por ejemplo, a su segunda versión de El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956), que al drama que implica la pérdida. Con la complicidad en el guion de Gerard Brach —y sin acreditar, Robert Towne y Jeff Gross—, el director polaco empuja a su héroe a vivir una situación desesperada por un entorno que desconoce y por donde busca a su mujer, a quien cree que han secuestrado.

El inicio del descenso de Richard Walker (Harrison Ford) a su infierno parisino, cual Orfeo en busca de su amada, se produce cuando Sondra (Betty Buckley) desaparece del hotel sin dejar rastro ni explicación. A partir de ahí, Walker tiene que enfrentarse a la desaparición, a las sospechas, a la condescendencia y burlas, que no le pasan desapercibidas, tanto de la policía como de la embajada, a la burocracia, a la ciudad y al idioma que desconoce, a los contrabandistas y a espías, sin más ayuda que la que encuentra en Michelle (Emmanuelle Seigner), la joven con quien ha confundido e intercambiado las maletas, en una de las cuales se encuentra el “mcguffin” que permite a Polanski dar rienda suelta a su mirada al estadounidense de clase media fuera de su habitual ubicación americana. La estancia en París del doctor Walker es cualquier cosa menos idílica, y le obliga a sacar al héroe que todo estadounidense de cine parece guardar bajo su normalidad. No es que se crea John Wayne o John McClean, otro que por rescatar a su mujer las “pasa canutas”, ni el ombligo del mundo, sino que asume que nadie más le va a ayudar, como comprueba en la embajada de su país o en la prefectura de policía; en ambos lugares solo le dan largas e insinuaciones sobre una posible infidelidad por parte de su mujer. Pero el frenesí prometido por el título no se logra, quedando un thriller que juega a ser Hitchcock siendo Polanski, pero este funciona mejor en espacios cerrados y con personajes cuya interioridad se desequilibra a medida que se sumergen en las situaciones que les atrapan; lo cual no parece el caso del doctor interpretado por Harrison Ford...



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