lunes, 14 de marzo de 2022

Carmiña flor de Galicia (1926)

<<“Galicia”


Mimosa, soave

sentida, queixosa;

encanta si ríe

conmove si chora>>


(Rosalía de Castro: Cantares Gallegos)



El realizador portugués Rino Lupo abre con los versos de Rosalía su película Carmiña flor de Galicia (1926) porque, sin duda, la poetisa es un símbolo de la tierra en la que se ambienta este film silente con guion de Antonio Rey Soto, cuya experiencia previa se reducía a los diálogos (en los intertítulos) de Maruxa (Henry Vorins, 1923) —en la que se adaptaba la exitosa zarzuela de Luis Pascual Frutos, cuya partitura corrió a cargo del maestro Amadeo Vives. Carmiña flor de Galicia, la única película que el trotamundos luso realizó en España —filmada en localizaciones gallegas y portuguesas—, se abre a la Galicia rural, tierra humana anclada en el tiempo, más que meiga, de geografía sinuosa, salpicada de hórreos, entregada al agro y a la actividad ganadera, a la celebración de romerías y a la transmisión de leyendas diferentes a la que asoma en la primera parte del film. El realizador establece cierto paralelismo entre la leyenda que visualiza en la pantalla y la historia que narra en el presente: la de Carmiña (Maruja del Mazo). Pero, en muchos momentos del metraje, la narración de Lupo sufre el exceso de intertítulos que lastra el ritmo visual de una historia que transcurre entre el melodrama y los tópicos que apuntan los que dos décadas después asomarán en las películas ambientadas en Galicia, las producidas por Cesáreo González y dirigidas por Ramón Torrado, tal como Mar abierto (1946) y Sabela de Cambados (1948) o, tiempo después, en Más allá del río Miño (1968).


En la primera parte del film, Rino Lupo presenta la situación de Carmiña
 y de su enamorado Martiño (Eduardo Prados), así como la mezquindad del padrastro (A. Teixeira Porto) de la joven. También aprovecha este momento para introducir la leyenda de la pareja de pastores enamorados que siglos atrás ven peligrar su amor debido al capricho del señor del castillo, que quiere yacer con la mujer. La conclusión de esta historia abre la segunda parte en la que el padrastro de la chica ningunea a Martiño porque es pobre. Le dice que trabaje, que solo teniendo dinero podrá casarse con Carmiña, quien no tarda en enamorarse de Armando (Juan Muñoz del Río), el aristócrata que aparece en la aldea durante la celebración de la romería. El flechazo es inevitable, el padrastro se frota las manos y Carmiña ningunea a Martiño cuando le ofrece partir a América, hacer fortuna, y casarse con ella. La joven no puede corresponderle porque vive su sueño romántico, del que despierta tiempo después de que el aristócrata la lleve a su villa, a las afueras de Vigo, donde ella descubre que su idilio solo ha sido fruto del capricho de un mujeriego enamoradizo que encuentra en la excéntrica Mary Watson (Irene Salazar) a su nuevo amor. La trama de Carmiña flor de Galicia no da para mucho más; plantea un melodrama ya visto en el cine y que vuelve a verse a lo largo de los años, hasta la actualidad; y nada aventura que vaya a dejar en asomar en la pantalla la historia de chica sueña príncipe azul (o cambiando los roles), este aparece y la engaña, y chico descubre que su amor era la mujer engañada y así, sin más, el film abre su camino hacia el final que, apuntando a trágico, aventura una quizá engañosa felicidad y un porvenir incierto, como cualquier porvenir.



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