domingo, 13 de marzo de 2022

Wara Wara (1929)


Encontrar un film que se consideraba perdido siempre es un feliz encuentro, más si cabe al tratarse de una pieza clave en el desarrollo o en la historia de la cinematografía de cualquier país. Esa dicha cultural y cinematográfica se sintió en la Cinemateca Boliviana en 1989, cuando remitieron al centro varias cajas que contenían fotogramas de Wara Wara (1929), en número suficiente como para intentar reconstruirla a partir de las noticias existentes sobre ella y del texto de la obra teatral La voz de la quena, de Antonio Díaz Villamil, quien también había participado en el guion de este film que, hasta entonces, se daba por perdido. Aunque se trata de una reconstrucción (que llevó veinte años de trabajo) de lo que se supone fue el film original de José María Velasco Mardona, el resultado permite hacerse una idea aproximada del mismo; y resulta una idea satisfactoria, sobre todo en su primera parte, durante la cual Velasco expone el final de una época y de un mundo: el de los pueblos precolombinos. Viendo el film, no cabe duda de que el cineasta boliviano conoce y está influenciado por el cine épico de Griffith y De Mille, pero su épica y sus simpatías difieren de las de los cineastas estadounidenses. Sitúa su mirada en un polo opuesto, al lado del pueblo nativo que, en Wara Wara, sufre la destrucción que llega con los soldados castellanos, como advierte la profecía que predice que hombres llegados del mar arrasarán con todo, matando y saqueando. Únicamente la joven princesa Wara Wara (Juanita Tallansier) no sufrirá daño, profetiza Arawicu (Dámaso E. Delgado) sin que nadie crea sus palabras, y que ella será quien lleve el equilibrio entre los dos pueblos. La profecía, el protagonismo de la joven y la amenaza castellana dan origen a la primera parte del film, en la que Vasco desarrolla una narrativa veloz y contundente en la que prioriza la visión de un mundo que agoniza, al borde de la destrucción y de la desaparición. La profecía se hace realidad cuando llegan noticias del Imperio Inca, arrasado por el ambicioso Pizarro. Ahora solo es cuestión de tiempo que lleguen hasta Hatun Colla, donde Wara Wara siente y sufre el peso de la responsabilidad que la predicción carga sobre ella. La segunda parte se desarrolla cinco años después, pero resulta menos atractiva, quizá por previsible, al centrarse en el romance entre la princesa y Tristán de la Vega Florida (José Velasco), el capitán castellano que le salva la vida cuando varios soldados intentan violarla. En todo caso, la reconstrucción de Wara Wara es un regalo que se disfruta y se agradece.



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