martes, 22 de marzo de 2022

Tarde para la ira (2016)


En El asesino anda suelto (The Killer Is Loose, 1956), Budd Boetticher muestra a un hombre corriente que, tras ser testigo del asesinato de su mujer, aguarda varios años para poner en marcha su implacable venganza, mientras que en Perros de paja (Straw Dogs, 1971), Sam Peckinpah concede el protagonismo a un individuo pacífico, pasivo e introvertido que, ante la amenaza y la brutalidad externas, estalla y desata su violencia más expeditiva. En un punto entre los personajes de Boetticher y Peckinpah, se sitúa José (Antonio de la Torre), quien, más próximo al primero, guarda en común con ambos una experiencia límite y, debido a ella, que cualquiera puede convertirse en asesino —o cualquier asesino puede ser un hombre corriente. El vengativo protagonista de Tarde para la ira (2016) se trasforma en verdugo como consecuencia de un instante pretérito que marca el presente de los implicados y de quienes, no estándolo, se verán afectados por la decisión de José y los actos consecuentes de la misma. El inicio de este thriller de vidas rotas dirigido por Raúl Arévalo sitúa la acción ocho años atrás, en un breve instante, aunque lo suficientemente preciso en las realidades que apunta: el violento asalto a una joyería y la detención del conductor, el único a quien atrapa la policía y el único de los atracadores que no ha estado dentro de la tienda, cuyo interior se verá en una grabación posterior. Pero, más allá de esto y de la agresión de la que es víctima un hombre que sale tras los asaltantes, nada se sabe. La acción avanza en el tiempo y la información que falta se va suministrando a medida que avanzan los minutos y conocemos a José, sus motivos, su comportamiento y su acercamiento a Ana (Ruth García), cuyo marido resulta ser el conductor a quien, cumplida su condena, ponen en libertad.


Los interrogantes se van resolviendo, las piezas —el bar, la familia, Ana, Curro (Luis Callejo), la ira— encajan y descubren que José lleva aguardando ocho años entre la soledad, el bar de Ana y Juanjo, el hermano, y el hospital donde su padre permanece en coma desde el día en el que se produjo el asalto a la joyería que muestra la primera secuencia de Tarde para la ira, pues es el hombre agredido al inicio. En un momento del film, José ve la grabación de los hechos, posiblemente lo haya hecho más de un millar de veces, y no puede apartar de su mente las imágenes donde un asaltante encapuchado golpea una y otra vez el rostro de su novia. Ese instante no solo queda grabado en la imagen que observa, sino en su pensamiento, obsesionado con la idea de venganza, esperada y premeditada desde prácticamente aquel momento de muerte. Pasado el primer impacto y el periodo de duelo, la mente de José entraría de lleno en el conflicto emocional que le lleva al “ojo por ojo” del presente. Durante sus primeros compases, Tarde para la ira apunta vidas solitarias y rotas, también  parece señalar que Ana atrae al lacónico vengador, pero dicha impresión se esfuma cuando Curro, el marido de Ana, sale de la cárcel tras cumplir su condena y se descubre que todo lo visto hasta entonces forma parte de la paciencia de un potencial ejecutor que espera. Desde ese instante, la trama asume la violencia que había estado latente; ahora estalla y se apodera de la pantalla para mostrar a un victimario y a su víctima en una situación límite, al tiempo que Arévalo apunta que los delincuentes han rehecho sus vidas mientras que José ha perdido cualquier opción de recuperar la suya (y la de quienes la perdieron aquel día del pasado)


2 comentarios:

  1. Disfruté enormemente con el visionado de esta película: por su intensidad, por su impecable factura. Antonio de la Torre está inmenso, en uno de los mejores papeles de su carrera.

    Saludos.

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    1. Magnífico en su papel. También me gustó mucho en “Que Dios nos perdone”.

      Saludos.

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