Aparte de su estética de serie B y de cine negro (claroscuros, sombras heredadas del expresionismo, analepsis y voz en off, que hace audible el pensamiento del protagonista), El extraño del tercer piso (Stranger of the Third Floor, 1940) es negra en su visión de los temas que propone con rapidez y agilidad, pero con la precisión y pesadilla suficientes para remarcar su postura hacia la pena de muerte. Por otra parte, Boris Ingster, que debutaba en la dirección tras venir desempeñando labores de guionista —aunque solo realizaría dos películas más: The Judge Steps Out (1948) y Línea secreta (Southside 1-1000, 1950)—, introduce la duda y la posibilidad de que cualquiera pueda matar o pensar en ello sin pretender hacerlo —como muestra en la relación entre Michael (John McGuire) y su vecino, el insoportable e intolerante Albert Meng (Charles Halton)—, lo que también supone introducir la diferencia entre el crimen real, el cometido, y el imaginado, la imagen peregrina en un instante de frustración, enfado o rabieta —por ejemplo, la escena de la amenaza de Michael, que no significa nada más que una reacción psicología frente al comportamiento del vecino. Aunque los haya, a Ingster no le interesan los culpables o los inocentes, ni resolver el suspense salvo para cerrar el film con un final acorde con el cine de Hollywood.
La trama es la excusa, del mismo modo que la intriga que, en relación al personaje de Peter Lorre —en un papel que inevitablemente me devuelve la magistral M (Fritz Lang, 1931) a la memoria—, introduce una estética expresionista o, más bien, que recuerda al expresionismo en el uso de las sombras y de los espacios, que devienen en escenarios de pesadilla, donde las formas se distorsionan para remarcar la realidad que afecta al personaje interpretado por John McGuire. El cineasta de origen letón se decanta por señalar la ambigüedad de la pena capital y, similar a lo que sucede en Los hermanos Karamazov, el declarado culpable es inocente del asesinato del que se le acusa, pero es indiferente lo que diga al respecto, pues el deseo de creer en su culpabilidad, la necesidad de encontrar una conclusión plausible y un culpable, más que las pruebas, determina el veredicto que dictamina el jurado durante un juicio que el realizador expone de una manera distendida; introduciendo pinceladas de humor en las cabezadas del juez y de uno de los miembros del jurado, a quien el primero recrimina por hacer lo mismo que él hace. En El extraño del tercer piso no existen pruebas concluyentes, solo un testigo, Michael, que ve al acusado en el lugar del crimen, al lado del cadáver. Como periodista y testigo, tiene que contar lo que vio, pero lo que uno ve no siempre es la verdad de los hechos, solo circunstancias que llevan a interpretar la realidad. No obstante, su declaración es suficiente para que el jurado declare a Briggs (Elisha Cook, Jr.) culpable de homicidio en primer grado, veredicto que supone ejecución y muerte. Y solo las palabras y la reacción de Jane (Margaret Tallichet), la novia del periodista y personaje clave en la resolución del suspense, provocan las dudas en Michael, que empieza a replantearse lo que vio y, por tanto, la culpabilidad o la inocencia del hombre a quien, tras su declaración, condenan a muerte.
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